Historias

En Las Flores, todos son hijos de la luna

En Las Flores, todos son hijos de la luna

Por Óscar Viña Pardo

Más de 10 mujeres están reunidas con nosotros. Hablamos de sus voces, de su cultura. Se reúnen por unos minutos y deciden crear una canción de la nada. Dos párrafos de historia y un coro poderoso nos muestran que la batuta en el corregimiento de Las Flores, municipio de Morroa, departamento de Sucre se rige por la luna. 

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“Ya amaneció en los Montes de María, se alegra el alma mía, con el canto de las aves, oigo lejos una vaca bramar, más los perros con sus ladridos y el sonido de un telar, que vivan las mujeres de los Montes de María que luchan por sus sueños con amor y alegría”.

Los Montes de María está conformado en gran parte por municipios de Bolívar y Sucre; en este territorio ocurrieron más de medio centenar de masacres que dejaron pueblos arrasados, comunidades abatidas, duelos pendientes y muchas heridas que aún están abiertas.

El corregimiento de Las Flores está ahí, en medio de esos 15 municipios y su construcción de tejido social tiene otra sincronía espiritual: las mujeres aprendieron de las bisabuelas que la tierra gira en torno a la luna, a la gran diosa madre como la llaman los Mayas, porque representa la vida misma, las labores propias del género, las cosechas y sus fases. 

Edilma Corrales López es una de las gestoras del colectivo Voces a Luna. Dice que aprendió de su mamá y su mamá de su mamá, que son ellas los territorios sagrados en un terreno fértil como Las Flores, donde todos hablan desde lo colectivo, desde sus quehaceres diarios: telares,  ebanistería en miniatura y huertas caseras. 

La travesía continua con el fondo de un arcoíris y los hijos de Las Flores se visten de blanco. Se pintan la bandera de Colombia en sus caras o llevan la tricolor en una asta improvisada; otros, lucen los trajes típicos de la región. El pito atravesado, instrumento propio del municipio de Morroa, nos indica que llegó la hora de acompañar la caravana cultural que recorre las pocas calles de ese caribe que no conocemos.  

Luna llena, luna de nieve, superluna de sangre, eclipse de luna, cuarto menguante, cuarto creciente, luna rosa, luna roja hacen parte de la vida cotidiana de Las Flores, que preparan durante un año un festival en honor a ella en el mes de agosto. Es en esa preparación donde fortalecen lazos de amistad haciendo que 600 personas sean una sola familia. 

—En Las Flores se habla de un matriarcado porque estamos ligados a la luna, su energía propicia las fertilidades de la tierra, de los animales, y hombres— dice Edilma, quien reitera que se puede cortar la cosecha en luna creciente o menguante o cortar el cabello solo durante la luna llena.

Los liderazgos en Las Flores son circulares, como la forma de la luna llena. Hombres y mujeres se miran como iguales y se complementan de acuerdo a sus funciones familiares y sociales. Para Edilma, los hombres entienden que cuando ellas tienen el período su energía es diferente, así como el cambio de comportamiento. Todos modifican su sincronía con la tierra, de acuerdo con la energía de la mujer. Por eso, una vez termina su ciclo mestrual son ellas las que siembran, ponen la semilla de la esperanza. 

Las abuelas le enseñaron al hombre que su ciclo anual tiene muchas curvas, que no es un ciclo de líneas, y de allí surge el tema de nuevas masculinidades, modelo de sociedad igualitaria donde trabajan en temas como la prevención de violencia de género o el rechazo de cualquier forma de machismo que pueda aparecer en su territorio. 

Esas voces quieren ser escuchadas, por eso los colectivos de Las Flores cumplen cada uno roles diferentes, siendo Voces a la Luna, la matriz de tres grupos más: Aluna, Forjando Futuro y Rescatando lo Nuestro alimentan el ciclo lunar, construyendo entre sí una sociedad más justa donde la cultura se convierte en el epicentro de producción.

Plinio y Reginaldo son llamados abuelos en esta población. Su trabajo, desde el costumbrismo, inspira a jóvenes para hablar de un territorio de paz, un territorio Pdet donde el Estado hace presencia, un territorio donde la corresponsabilidad personal, familiar y laboral son los bastiones en su corregimiento. 

Edilma mira hacia el cielo contemplando la luna. Evoca cuando siendo niña, su abuela le mostró que allá estaba una virgen, una mujer desnuda que solo aparece en luna llena, una mujer mágica que ayuda al hombre en todas sus actividades.  

La abuela le recordó en esos tiempos de violencia que su cuerpo es un territorio sagrado, un templo donde se encierra la magia y que por más agresiones que existan en el mundo, solo puede conocer su magia aquel quien ella destine. 

Los cuatro colectivos se preparan para su fiesta. Es en agosto cuando realizan este festival de la luna, tres días llenos de cultura en los que todos hablan un mismo idioma, contagiados quizás por la energía lunar. Al final del evento, solo quieren que su energía espiritual permanezca todo el año siguiente. 

Niños, mujeres y abuelos preparan ya sus canciones inéditas costrumbristas. Se habla de oralidad, del pito atravesao, del concurso de dibujo, representaciones folclóricas, cuidado del medio ambiente; se habla de común unidad, una comunidad que vibra a través de la luna y que nos muestra que todos están abrigados bajo una misma energía: el amor. 

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Son las nueve de la noche y la fogata se extingue. Edilma mira hacia arriba y  muestra a los asistentes la mujer dentro de la luna, los chicos, los más pequeños, ya ven esa virgen que la abuela refirió una y otra vez. Las niñas saben que su cuerpo es territorio sagrado y su trabajo en el corregimiento será como el de los adultos de hoy, circular, porque todos son común unidad.

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