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Hay que sacar al diablo: la corrupción que carcome al Tolima

Por: Paula Delgado
La música, símbolo de identidad y conciencia colectiva, debe inspirar a la ciudadanía a alzar la voz y luchar contra el "diablo" de la corrupción.
Llegamos a la 39° versión del Festival Nacional de la Música colombiana, en Ibagué; un evento que nos recuerda, de la manera más hermosa, por qué en nuestra región late el corazón musical de Colombia. Este fin de semana, tendremos una variedad de eventos
(gratuitos, en su mayoría) para disfrutar de la riqueza de nuestras músicas: sanjuanero, bambuco, guabina, rajaleña, en medio de muchas dificultades locales.
¿Cómo ofrecer una fiesta con tanto desorden en la casa? Las calles de la ciudad, totalmente destruidas; el máximo escenario cultural, la Concha Acústica Garzón y Collazos, hecho pedazos; la emergencia por violencias basadas en género, desbordada (Sharit Ciro, de Cunday, reciente víctima), entre muchos otros males que se derivan de uno mayor que carcome al Tolima: la corrupción.
¿Qué le está pasando al Tolima? ¿Quién está detrás de la crisis regional? En la búsqueda de respuestas ingeniosas a esta cuestión esencial, podríamos llegar hasta los cancioneros del Festival. Un bambuco: Hay que sacar al diablo, escrito por Eugenio Arellano, en 1989, quizás pudiera iluminar y armonizar, con su melodía, el camino a la salida del infierno político y sociocultural que atravesamos.
"Mi último bambuco habló de dolor, ahora las cosas andan de mal en peor". Los ecos de un pasado marcado por promesas y proyectos de desarrollo incumplidos siguen siendo una dolorosa realidad en el Tolima. Tanto en la falta u obsolescencia de la infraestructura en todos los sectores socioeconómicos, como en la creciente desigualdad social, es evidente que seguimos enfrascados en la frustrante espera de un progreso que parece nunca llegar. Hoy, la dirigencia de la capital y del departamento reflejan un sistema de valores distorsionados que ha favorecido el clientelismo y la corrupción, con clanes familiares y compadrazgos acaparadores y, a la vez, ávidos de más y más poder, a expensas de las negativas consecuencias que sus dinámicas han traído para las comunidades y los territorios que sobornan y manosean cada cuatro años.
Y lo más alarmante: este mal no se manifiesta como un ente visible, como el diablo con sus cachos y tridente, sino a través de tratos oscuros, contratos amañados y un poder que inicia con votos amañados y se transfiere como si fuera propiedad privada, ajena al servicio público y a las necesidades de la población. La falta de transparencia y el mantenimiento de este sistema perpetúan la desigualdad y el estancamiento en el departamento.
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