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Muertas, muertos, muertitos

Muertas, muertos, muertitos

Crónica

Por: Erika Zamora Gualteros*

 Obligada por la guerrilla, mi abuela, Gladys Mora recogía dolores y muertos: su misión era, como le llama ella, “limpiar” a los muertos, muertas y muertitos de la violencia generada entre el ejército, la guerrilla y "Los Rastrojos” en los años 80 en Bitaco, Valle del Cauca.  Con esponja en mano, jabón Rey y agua turbia intentaba borrar costras de sangre pegada e inerte. En ese entonces tenía 38 años y su Fernando, su hijo, de ocho le acompañaba, con vela en mano, y rezaba un padrenuestro.

Las balas entrecruzadas en el aire de Bitaco sofocaban su ambiente cálido, fresco y fértil. Allí se podía sembrar cualquier cosa que se quisiera: plátano, cebolla, marihuana, café, chócolo, arracacha, maíz, aguacate y amapola. Pero sobre todo guerra.

Balas apresuradas, rápidas, ágiles y despiadadas acabaron con la vida de muchos habitantes ysangre inocente se mezcló con el agua del río Cauca.

Mucha gente lloró la muerte de Erbey, un campesino al que Los Rastrojos le ahogaron con tierra y le sacaron los ojos, dizque por hablador. Mi abuela, misiá Gladys, limpió sus fosas y sus labios, le remendó las cuencas, le limpió el dolor atroz y le puso ropa limpia.Lo dejó encima de una mesa y allí esperó hasta que llegaran de algún pueblo cercano con un cajón para darle sepultura.

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Agua, esponja y jabón

A Misiá Gladys la caracterizaban su mirada inexpresiva, sus manos tan blancas, su contextura gruesa y su manera tosca de hacer las cosas. Se vestía con pantalones anchos, buzos de manga larga y botas. Siempre sus botas estaban embarradas o untadas de mierda de caballo o de gallina. Su cabello era largo, muy largo, largo como el río Dobio. Muchos decían que a ella no le daba miedo nada y que por eso la pusieron a cargo de esa labor.

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Mi abuela tuvo que bañar los cuerpos de una profesora y su hija que fueron víctimas de una granada que la guerrilla lanzó a la escuela de Bitaco. La niña solo tenía 3 años y su mamá era joven. Supuestamente tiraron la granada porque la profesora tenía vínculos con el ejército. La niña sólo tenía vínculos con sus juguetes.

Mi abuela pasaba las tardes en el río Garrapatas esperando que algún cuerpo bajara para darle cristiana sepultura, pero casi siempre el agua brusca, brusca como ella, se los llevaba. Así pasó con Doña Mercedes, se puso de lengüisuelta y la mataron. La lanzaron al río y el río se la devoró.Esta vez no tuvo que utilizar ni esponja, ni jabón.

Mi abuela era la que limpiaba el pueblo. Parecía fuerte y acostumbrada, pero no. Lloraba en las noches mientras había calma. Lloraba porque la guerra llegaba a su puerta todos los días. Lloraba al ver sus hijos viviendo eso. Su mirada dejaba de ser inexpresiva cuando estaba sola en su cuarto. Lloraba y derramaba lágrimas en su almohada, casi como si fuera a desencadenar un río. Sus ojos casi verdes y sus párpados le pesaban. Su mirada era caída y resignada.

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A Don Guillermo también lo mataron. Se negó a darle comida a un grupo de guerrilleros que patrullaban el pueblo, se negó a darles agua de panela y arroz y ellos le negaron el derecho a seguir viviendo.

Agua, esponja y jabón.

—    ¿Qué recuerda del pueblo?— le pregunto con temor.

—    Mija. Yo recuerdo el pueblo con un clima cálido, con  vegetación por lado y lado, estábamos en la mitad de dos ríos, del Garrapatas y del río Dobio. Había pocas casas, hechas con tablas y tejas. En la casa había una mata grande de plátano y de ahí les hacía pataconas a Lourdes, Lucinda, Fernando, Janeth, Heriberto, Miguel y Consuelo, sus hijos, y de paso, cuando llegaba la guerrilla y me pedían comida, me tocaba hacer cascabeles, fritar huevos y hacer arroz, un agua de panela y listo. Uno no les podía decir que no. Uno siempre era sí señor, sí señor a todo.

—    Y ¿por qué tomó la decisión de huir y venirse para Ibagué?

—    Porque algunos de "Los Rastrojos" le tenían hambre a Lucinda. Como ella era muy bonita, esos se la querían llevar para ellos. Entonces su abuelito Miguel, decidió que se venía con los niños para acá, para no correr el riesgo mientras yo lograba salir y así fue como llegamos acá a Ibagué.

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Cuando las manos de la abuela no estaban untadas de agua, esponja y jabón, de carne inerte de algún vecino o de algún guerrillero o policía, estaban untadas de sangre de marrano, de res o de gallina: mi abuela, no solo se encargaba de los muertos, muertas y muertitos, sino que también hacia arepas, empanadas, vendía rellenos de carne y encebollados.

Mi abuela bañó a más de 20 muertos, sobrevivió a esa guerra y a las otras, salvó a sus hijos y mucha gente pudo descansar en paz. Hoy, detrás de su mirada fuerte aún se adivina el dolor. No olvida los rostros de quienes lavó con agua, esponja y jabón para que entraran limpios a la tierra. Han pasado 40 años desde esos días violentos que hoy parecen volver.

*Estudiante de comunicación de la UT.

La anterior pieza periodística es producto de la cátedra Periodismo y Literatura que dirige Carlos Pardo Viña en la Universidad del Tolima.

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