Historias
Cargueros y corteros
Por Yeisson Rincón Muñoz | Estudiante de Comunicación Social – Periodismo de la Universidad del Tolima
Cada 15 días, se encienden las hornillas para la producción de la panela en el trapiche de la familia Muñoz. Es una de las dos únicas “enramadas” que se ubican en la vereda Calichana del Municipio de Anapoima: construcción alerona de tejas desgastadas, viejas, con moho y verdín, sostenida a partir de horcones de guaduas carcomidos por las termitas. Bagazo seco amontonado por aquí y bagazo verde amontonado por allá. Un olor a cachaza se respira en el aire. En su interior, un trapiche impulsado por Diesel. Calderas con residuos de caldo, calderas que el fin de semana hervirán a más de 90 grados. Abejas revolotean sobre un mesón con gaveras, en sus patas llevan boronas. Las gaveras son los moldes donde se hace la panela.
Colombia ocupa el segundo puesto entre los países productores de panela. Su elaboración es tradición en varios de sus departamentos y en ocasiones legado familiar. En la finca del Tamarindo siempre se ha producido panela. Los padres de Arturo comenzaron la tradición y hoy lo hace sus hijos y nietos.
—Actualmente la finquita la trabajamos mi hijo, tres sobrinos, mi persona y en ocasiones algunos corteros de caña nos ayudan.
Porque antes de que se enciendan los hornos, antes de que la panela salga de sus moldes, antes que todo, están los corteros… y los cargueros
***
Lunes 18 de octubre
Son las 6:45 am y vamos llegando al corte de caña. Duván, Armando y Lucho se van preparando para iniciar su jornada laboral. En esta tajo de caña trabajaran cortando desde hoy lunes hasta el miércoles.
—Un gurapito para empezar el día—me dice Lucho.
¬—Ese tajo esta una mierda, tal parece que el patrón no tuvo plata para mandarlo a guadañar—comenta Armando con ceño fruncido, mientras afila el machete.
Lucho es el mas veterano de los corteros. Tiene 40 años y lleva 10 en el oficio. En su rostro se pueden ver ya los años. De mirada fija y cejas gruesas. Un sombrero de ala amplia cubre parte de su rostro. Sus manos ajadas y ásperas por trabajar entre la caña sin guantes. Se ajusta una funda para machete a su cintura. Me mira y sonríe.
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Una camisa manga larga para evitar las espinas. Una gorra para protección de sol. Un machete bien afilado. Una lima o piedra de afilar y una toalla o pedazo de chiro para limpiarse de vez en cuando el sudor. El uso de los guantes suele ser opcional, es más utilizado por los corteros de caña con poca experiencia o de edad juvenil como es el caso de Duván.
Luego de afilar los machetes y de dejar su “choco” de guarapo en un lugar donde no quede expuesto a los rayos del sol se empieza con la jornada.
Entre risas, Duván, Armando y Lucho estimulan cuantas cargas se van a cortar en el día. Uno dice 25 él otro comenta 23 mientras Duván pregunta si serán ¿30?
Se debe limpiar muy bien la mata de caña. Dejarla sin maleza, sin hojas secas. Seleccionar las cañas que ya estén jechas. Las más gruesas y con un tonos amarillentos. Cortarlas. Quitarles el cogollo. Armando me dice que no le deja mucho porque esto afecta el sabor del caldo. Limpiar los bretones. Tener cuidado de no cortarlos. En cuatro meses o seis meses estarán jechos, listos para cortar y con buen caldo.
Las horas transcurren entre machetazo y machetazo, agacharse a limpiar la cepa de la mata, escoger cual caña esté jecha, toletearla sin dejarle tanto cogollo, pasar el lomo del machete para quitar las hojas secas, evitar espinas en tu ropa, prevenir no cortarse, ya sea con el machete o con las hojas verdes de la caña, apilar las cañas donde entren las mulas del arriero.
Lucho mira mi cara de cansado. Levanta la mano y hace una seña a los demas. Todos entienden. Saben que es hora de ir a tomar las nueves.
—Cuando inicié trabajando en la caña terminaba el día casi siempre con irritaciones entre las piernas producto del exceso de sudor y el roce de la ropa, pero con el tiempo uno se va haciendo fuerte. Se acostumbra. Yo creo que el trabajo de la caña no es para todos—dice Duván
El jornal del cortero varía según el acuerdo al que llegue con su patrón. Algunos trabajan al día a 45 mil pesos. Otros, por carga, que se pagan a cinco mil. Los más osados trabajan por cajas de panela. Consiste en que ellos cortan toda la caña y el día de la molienda miran cuantas cajas de panela salen y así mismo cobran. Cada caja de panela cortada es pagada a 13 mil pesos.
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Son las 12 de la mañana. El sol ya se encuentra en su punto mas alto. Me da en el rostro, un rostro ya mugriento, sudoroso. La camisa comienza a ceñirse a la espalda, empapada de sudor. En las mangas, todas las espinas que se han adherido a la tela durante la jornada. Mis manos están cansadas de empuñar el machete y entre los dedos ya se comienzan a hacer ampollas. Sensaciones de desagrado. Ganas de arrojar el machete e irte a descansar. El sol no da tregua.
Es por las espinas, por las hojas de la caña, por el sol inclemente, por ser una jornada de 10 horas, por la posibilidad de encontrar entre la mata de caña una araña o una serpiente, por el rastrojo, la maleza y estar sudando todo el día.
—Aguante Yeison. Todavía no es ni medio día. Ya pronto vamos a almorzar—dice Duván mientras sonríe.
Duván es el mas joven de todos. Tiene 23 años. En su rostro todavía se pueden ver sueños e ilusiones. Él quería estudiar agronomía. Siempre le ha encantado el campo. Pero es una carrera costosa y a veces no se cuenta con el apoyo necesario.
Llega la hora esperada por todos, la del almuerzo. Una hora que muchos utilizan para descansar y dormir.
Debajo de un árbol de mango inmenso que nos sirve como sombra, nos sentamos a almorzar. Cada uno destapa su taza de comida, sonríen. Se hacen broma sobre quien tiene o no carne en su almuerzo. Hoy no le echaron a Duván y los demas le dicen que no lo quieren en la casa. Después de comer y beber todos nos recuestamos sobre la tierra fría, es un fresquito para nuestros cuerpos después de que toda la mañana estuviéramos bajo un sol inclemente. Pasan unos minutos y Lucho se queda dormido.
Armando me pregunta si voy a aguantar el sol de las 3:00 pm. Yo sólo sonrío. Casi tiro la toalla a las 12 y ni pensar el sol que hará en la tarde.
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Armando tiene 25 años. Es sobrino de Arturo, el patrón. Terminó el colegio y luego prestó servicio militar; sin embargo, no supo qué otra cosa hacer y se dedicó a la caña.
El sol de la tarde llegó y como todos pronosticaron se sentía más picante e intenso en nuestros cuerpos. Se tomaron unos minutos para secarse el sudor de la frente y mirar la intensidad de los rayos que golpeaban sus rostros y espaldas y luego continuaron como si nada. Ya están acostumbrados. Sin embargo, yo sentía que me deshidrataría. Me recomendaron ir a beber algo y eso fue lo que hice.
Después de una jornada agotadora de 10 horas. Todos teníamos el rostro sucio, con gestos de cansancio, la camisa estaba ceñida al cuerpo. A mí me dolía la cintura de las veces que me agache a machetear. Mis pies están acalorados y todo mi cuerpo sudoroso. Así que cada uno guardó su choco y se despidió de los demas y tomó camino para su casa.
***
Miércoles 20
Son las 6:30 de la mañana. Camino a los potreros con Arturo por los mulares. Hoy cargaremos caña.
La llegada de los ferrocarriles y posteriormente de las carreteras afectó en algunos lugares de Colombia la tradición y el oficio del arriero.
¬—A veces pienso que sería más fácil si tuviéramos un camión. las mulas en ocasiones son muy ariscas. Algunas me han tumbado varias veces las cargas. Cuando llueve, los pobres animales sufren mucho y se quedan enterrados entre los lodazales. Si, definitivamente fuese más sencillo si tuviéramos un camión, pero uno les toma aprecio a los animales. Estos no son seres inertes como las máquinas. Estos sienten. Sufren. Por esto uno les toma aprecio, de cierta forma, les agradece porque gracias a ellos uno tiene lo que tiene, contribuyen a que uno se gane el pan de cada día— dice Arturo mientras les pone el apero a sus mulas y las angarillas.
Con las mulas ya aperadas, nos dirigimos por un camino de herradura hacia donde están los corteros para trasladar desde allí hasta la “enramada” la caña.
Cuando llegamos al lugar de los corteros veo que Arturo se molesta. Me explica qu, los corteros una vez cortan la caña tienen que amontonarlas en lugares donde sea de fácil acceso para las mulas y que ocasiones no la ordenan sino la tiran como caiga. Entonces que al momento en el que él va a cargar le es más difícil.
Comienzo a echarle caña por un lado a la mula mientras que Arturo lo hace por el otro. Las cargas tienen que quedar muy bien ajustadas. No se le puede poder demasiada caña a las mulas, estos las maltrataría. Aunque en ocasiones como castigo por ser briosas se les pone cargas bastante grandes fuera de lo normal.
Luego de cargar una mula. Apretar muy bien la carga con un amarrado que Arturo aprendió de su padre. Se echa esa mula por delante y se nos disponemos a cargar la otra. Siempre se suele echar por delante la mula que más experiencia tenga, pues ya conoce el camino y llega a la enramada sin extraviarse.
Luego de cargar la segunda mula también se echa por delante y se empieza a arrear para alcanzar rápido a la que se había mandado antes.
¬—¡Arre mula, arre mula!
Por cada Arriero se trabajan con dos mulas. Esto también depende de que tanta caña se tenga que cargar
Arturo es un hombre de baja estatura, robusto, el cual no parece tener 50 años. Pues su fuerza y agilidad la envidiaría cualquier joven. Desde su adolescencia lleva trabajando como arriero. Son más de 30 años y todavía sigue en las mismas como él dice.
—Cómo solo es cargar y descargar la mula muchos piensan que ser arriero es sencillo, pero estar de un lado para otro cansa demasiado las piernas. Por eso a veces ando en alpargates, me es más cómodo. En ocasiones las mulas se ponen briosas, te tumban la carga, salen correr y la solo paran cuando ya llegan a la otra vereda. Son momentos donde uno quiere arrancarse los cuatro pelos de la cabeza.
Al llegar a la enramada nos disponemos a descargar la mula. La caña se tiene que amontonar cerca de las masas del trapiche para que le quede cerca al prensero, el día de la molienda. Luego de descargar la mula, se le tuve que arreglar el apero ya que se le veía que algo le incomodaba. Era un pedazo de roca que se había colado al momento de aperarla en la mañana.
La mañana trascurrió entre ir a cargar y luego regresar a descargar.
A eso de medio día y después de 10 viajes de ida y vuelta. El cansancio ya se empieza a notar. Las mulas caminan más lento que al iniciar el día. Las piernas ya no me responden igual. los pies me duelen y los zapatos tallan. Arturo ya no se escucha gritar y arrear las mulas con el mismo ímpetu. Su voz ya es ronca. Su caminar no demuestra que está cansado ni menos fatigado. Talvez 30 años recorriendo los mismos caminos le han dado unas piernas de atleta olímpico.
—Vamos a almorzar— me dice. Yo lo sigo con mi estomago ansioso.
Mientras almorzamos me comenta que ama el campo pero que ya siente los achaques de la edad. Piensa en vender la finca y disfrutar de sus últimos años al lado de sus hijos y nietos.
Cuando nos disponíamos a seguir con la labor. Arturo se da cuenta que una de las mulas no tenía un herradura, Así que decide desaperarla y soltarla al potrero y seguir alzando caña con una sola mula.
—No es bueno trabajar las mulas en esa condición. Ya que sin la herradura que protege el casco, este se le desgastaría y la mula podría sufrir de mal de tierra.
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Ya casi son las cuatro de la tarde y con el pasar del día me doy cuenta de que ser arriero no es sencillo. Hay que saber aperar las mula. saber cargarlas y amarrar bien la carga. llevarlas hacia el trapiche sin arrebatarlas, sin que tengan que hacer el mayor esfuerzo. Cuidar de que se pongan briosas e intenten tirar la carga al suelo. Saber descargarlas sin hacer mucho ruido para que no se asusten. Darles de beber agua a cada rato. Mirar que tengan todas sus herraduras. Ser arriero tiene su ciencia y las cargas se arreglan por el camino. Por todo esto el arriero cobra lo mismo que cualquier jornalero: 45 mil pesos.
La jornada se acaba a la cinco de la tarde. Descargamos la última carga de un total de 28 cargas triadas en 18 viajes. Hay que quitar las angarillas y desaperar la mula. Luego dejarla que se revuelve en la tierra para, darle agua y echarla al potero con los otros animales.
—A los mulares les encanta revolcarse en la tierra cuando están cansados. Algunos dicen que esa es la forma en que se bañan y descansan.
Tanto trabajo… y aún no hacemos el primer bloque de panela.
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