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No hay judíos "inocentes"

No hay judíos "inocentes"

 

Por. Julio César Carrión Castro

En primera instancia considero que es absolutamente necesario diferenciar a los sionistas de los judíos.  Pues en realidad no todos los judíos son sionistas, y algún número de ellos no está de acuerdo con el exterminismo que el estado judío viene realizando contra el pueblo palestino.

Entendemos como lo explicara el maestro Estanislao Zuleta que no debemos caer en el simplismo de ser “indiferentes con las diferencias”, decía Zuleta:

“...Cuando uno se coloca en esa posición, indiferente ante las diferencias, puede formular cualquier ecuación: si Marx es igual a Lenin, si Lenin es igual a Stalin, si Stalin es igual a campos de concentración, si campos de concentración rusos son iguales a campos de concentración nazis y si campos de concentración nazis son igual a Hitler, entonces, Marx es igual a Hitler, y Marx y Hitler son la misma cosa. Idea en la que se basan los llamados nuevos filósofos. Idea que desde el punto de vista filosófico, que tanto interesa, es aberrante, porque es formular igualdades sobre la base de liquidar las diferencias. Y cuando quieren liquidarse las diferencias, puede construirse cualquier igualdad. Lo que han hecho es de un simplismo inmenso desde el punto de vista filosófico; si se liquidan las diferencias y los efectos de los procesos históricos, si se hace una teoría puramente idealista de la historia son los pensamientos los que dirigen los procesos y no hay mas remedio que llegar a la conclusión de que Marx es igual a Hitler. A eso han llegado por un procedimiento filosófico aberrante...” (Entrevista Estanislao Zuleta / Ramón Pérez Mantilla Revista Nueva Crítica Bog. 1983)

Es importante recordar que el proceso de muerte administrada en que se ensañó el nazi-fascismo no se hizo de espaldas a los "ciudadanos del común" en Alemania, este contó con el beneplácito de la población, fue "democráticamente" aceptado, es decir, fue algo "bien visto", por las "mayorías" alemanas. Por estas razones no se puede eximir de culpa a esos "silenciosos ciudadanos de bien", satisfechos, plenos y amañados bajo el régimen nazi.

Proponer y ejecutar la muerte como un proceso organizado, de tipo industrial, no fue exclusivo de los jerarcas nazis, esta fórmula, así como la de las masacres en masa o la llamada “guerra total”, tiene su historia; ha sido empleada, sistemáticamente, no sólo por los estados totalitarios y autoritarios, sino que siempre ha sido utilizada,  de manera reiterada, por los más distintos poderes y gobiernos, incluidas hoy, por supuesto, las denominadas “democracias occidentales”.

La guerra total fue un gigantesco laboratorio antropológico en el cual se diseñaron las condiciones fundamentales de los genocidios modernos y del exterminio industrial del siglo XX. Durante la Primera Guerra Mundial, los soldados, por ejemplo, dejaron de aparecer como los héroes de las guerras tradicionales y se proletarizaron; a la hora de combatir, estaban simplemente incorporados a una máquina en la cual tenían que ejecutar tareas parciales, al igual que un obrero puede trabajar en una oficina o en una fábrica”. (Memoria y conflicto. Las violencias del siglo XX Enzo Traverso)

Lo más grave, lo más aberrante de esta situación, es que estamos condenados a su reiteración, a su tediosa y cotidiana repetición; el horror de la muerte administrada (después del nacionalsocialismo, del fascismo, del estalinismo y de las guerras mundiales), se ha convertido en cultura cotidiana, en práctica justificada legalmente por distintos Estados y gobiernos; pero también en comportamiento de vigencia universal, aceptado por unas masas continuamente adoctrinadas para la aceptación y adopción de estos comportamientos irracionales, agresivos, destructivos ...

Cuando se estableció en la Alemania nazi el horror de la llamada “solución final”, no se trató de una abrupta irrupción del “mal” en el devenir histórico de un pueblo tranquilo y sosegado, sino que esta política de estado gozó de una amplia aceptación y permisividad, del más absoluto consentimiento por parte de los hombres corrientes; de una ciudadanía aletargada, incapaz de réplica o confrontación, porque había sido preparada para cumplir con unos comportamientos colectivos preestablecidos.

La ideología nazi se estableció cómodamente entre las clases medias y sectores populares alemanes, porque éstas estaban previamente preparadas para ello por una especie  de predisposición forjada tradicionalmente por la pedagogía del rigor, de la obediencia acrítica y el odio al otro. Los investigadores alemanes Alexander y Margarete Mitscherlich al hacer un análisis pormenorizado acerca de los fundamentos del ascenso del nazismo en Alemania, en su libro  Fundamentos del comportamiento colectivo (Alianza editorial 1973), diáfanamente lo precisaron:

“Nosotros estuvimos muy de acuerdo con un gobierno que supo establecer de nuevo un vínculo entre ideales típicamente alemanes y el sentido de nuestra propia identidad: se nos daba allí la oportunidad de exhibir de manera uniformada nuestro propio valor personal. De repente aparecieron (...) unas jerarquías de autoridad claramente articuladas. La precisión de nuestra obediencia quedó probada de modo conveniente, y a la voluntad casi ilimitada de mostrarnos dignos de las esperanzas del Führer le fue lícito entregarse al desenfreno.”

Por esas mismas razones tampoco ahora es válido excluir de responsabilidad a todos esos judíos del montón, que esperan una especie de revanchismo, a su pasado de esclavitud, de pena y de martirologio; que tienen una acomodada justificación teológica para el despiadado y criminal comportamiento del estado sionista; personas que sutil o abiertamente, apoyan y respaldan esas acciones terroristas y racistas, incluso -como lo muestran las imágenes- aplaudiendo las acciones criminales de su ejército, los constantes bombardeos sobre mercados, escuelas y hospitales palestinos, en fin, toda la barbarie exterminista de que está haciendo gala el estado teológico judío...

Los sondeos de opinión de los “medios de comunicación” en Israel son contundentes:

 “La encuesta del Instituto por la Democracia de Israel de la Universidad de Tel Aviv -la que indica el arrollador apoyo a la ofensiva- da al Ejecutivo una nota media de 7,5 tras tres consultas hechas a lo largo de julio. La ofensiva empezó el día 8. La mejor calificación, un 8, la logró el día que se inició la ofensiva por tierra. La tendencia se repite en el sondeo del Canal 10: un 85% está “satisfecho o muy satisfecho” con el liderazgo de Netanyahu”. (del artículo , “Los asesinos se confiesan: Los israelíes apoyan la ofensiva de Netanyahu de modo casi unánime”. La Haine. Org. 1/8/2014).

Todo ello nos está demostrando fehacientemente que los sentimientos y comportamientos de odio, de racismo y de solución militar a los conflictos, arraigados en la sociedad israelí no sólo por la tradición religiosa, sino que están siendo propiciados y manipulados, sistemáticamente, por los grupos hegemónicos que asumen, aun hoy, la validez de unas “sagradas escrituras” que establecieron que la tierra de Israel fue entregada por Yahvé a Abraham, Isaac y Jacob, y que ellos, los descendientes del mitológico Jacob, son el pueblo escogido y por ello tiene un trascendental derecho sobre estos territorios. Se trata de la movilización de individuos sujetados a una administración total, que explota, controla, orienta, disciplina y regula todas las actividades y procesos de la vida. Se trata, en definitiva, de la más clara expresión de lo que tan apropiadamente llamó Michael Foucault el biopoder.

Cuando el sionismo, como clara expresión de ese biopoder, terminó abarcándolo todo, no sólo en Israel sino en la diáspora, es lícito afirmar que “no hay judíos inocentes”... Podríamos decir que peor que los obedientes soldados encargados de la perpetración directa de las masacres, son los judíos que respaldan, desde sus aparentes candorosas vidas cotidianas, las acciones genocidas de su gobierno; igual responsabilidad les cabe a quienes simulan indiferencia, desinterés, apatía o neutralidad, frente al despropósito, la vesania y el terror que le impone Israel al pueblo palestino; se trata de unos pragmáticos cínicos y acomodados que, al carecer de crítica al estado criminal, se constituyen en cómplices pasivos de este enorme genocidio.

Hoy, además, el sionismo internacional, astutamente, emplea palabras aparentemente sacralizadas como holocausto o antisemitismo, como comodines útiles para justificar la perpetración del genocidio palestino y los más despiadados crímenes porque creen tener ese derecho por una especie de revancha histórica...

 El interés es indagar acerca del por qué de ese respaldo, de esa especie de “solidaridad” que los ciudadanos del común expresan a unos gobiernos que no sólo los oprimen, sino que, además, les manipulan los comportamientos. Es preciso indagar la genealogía de un proceso histórico que se remonta a los comienzos mismos de la intención de formar sujetos sometidos y obedientes, lo que se extiende, por supuesto, a los orígenes del sistema escolar. Y es que la escuela surge como una institución establecida con el propósito de socializar y regularizar a los individuos, según los patrones de comportamiento fijados por los grupos que ejercen la hegemonía cultural e intelectual en una sociedad determinada. Comportamientos ligados, en lo fundamental, a las exigencias de los procesos productivos, a los ideales de “orden” que ellos establecen, y que buscan, en todo caso, la homogeneización y la uniformidad de los sujetos...

Ya lo sabemos; es largo el camino recorrido por las acciones inhumanas que presuntamente persiguen el establecimiento de valores trascendentales como la libertad, el orden o la justicia. A nombre de Dios, de la razón, del Estado, de la raza, de la clase social o del mercado, se han perpetrado los más horrendos crímenes contra la humanidad. Lo de Gaza hoy no es más que un crudo ejemplo de esa pavorosa continuidad...

 

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