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Opinión

La tal peleita que no existió

La tal peleita que no existió

Hace poco visité Venadillo. Nada especial, una visita a la plaza para tomar avena y comer costillita de cerdo. Lo hice recordando a mi abuelo Pablo Pardo, quien siempre que pasaba por allí entonaba una frase que en mi familia se grabó para siempre y se sigue repitiendo: “El que pase por Venadillo y no tome avena, es un hijueputa”. Queda claro que siempre que viajábamos al norte, parábamos, hubiera hambre o no.

De camino, encontré un aviso que mostraba la desviación a Caldas Viejo, que es hoy una de las veredas del municipio de Alvarado. Resulta que hace muchos años, Caldas Viejo tenía casi la misma importancia de Alvarado. Eran los dominios políticos de Rafael Caicedo Espinosa, quien fue en dos ocasiones gobernador del Tolima (1964 y 1970), Ministro de
Minas en 1971 y Senador en 1974. El líder liberal conservó siempre estrecha cercanía con el municipio, donde su padre era propietario de la famosa hacienda El Diamante.

La historia es la siguiente. Hacia 1967, el liberalismo estaba dividido en tres facciones, una liderada por Rafael Caicedo, otra por Alfonso Palacio Rudas y la tercera por Alfonso Jaramillo Salazar, exministro y padre del actual alcalde, Guillermo Alfonso. La pelea política se mantenía y se disputaban los votos del otrora liberal departamento del Tolima. En una de esas elecciones, aparecieron en Caldas Viejo, 8 votos a favor de Jaramillo. Caicedo montó en cólera porque sintió que se le estaban metiendo a su propia casa. El resultado fue que, aprovechando su cercanía con Pastrana, en el diseño de la carretera al Norte, y como venganza con los electores, hizo pasar la misma por un lado y anuló el antes próspero Caldas Viejo. Desapareció un pueblo sin pegar un solo tiro.

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Cosas de la política local. La importancia de Rafael Caicedo no está en duda y para ver su legado, recomiendo el artículo de Augusto Trujillo Muñoz y publicado por la Universidad de Ibagué. Pero pasar por allí y recordar la historia me hizo pensar en esa tal peleíta que jamás existió entre el alcalde Guillermo Alfonso Jaramillo y el gobernador Oscar Barreto.
Resulta que el gobernador anunciaba inversiones en Ibagué, y el alcalde no dejaba, que no estaba en el Plan de Desarrollo, que le dieran la plata, que quién iba a ejecutar, y el gobernador que no, que él ejecutaba, y el alcalde que no, que el alcalde era él y era la mayor autoridad del municipio y hasta el arzobispo intervino pero todo quedó igual, uniéndose escasamente para las fiestas de Junio y eso que con bastante desconfianza.

Ambos se acusaban de hacer politiquería con el desarrollo de Ibagué. Que el barretismo no crezca en la capital, que aquí no va a conseguir votos, que se ponga a invertir en donde le corresponde, que el alcalde entorpece el desarrollo de la ciudad…las palabras y venían en los medios de comunicación. Lo único cierto es que las obras no se hicieron, ni las de uno ni las del otro. Todo por pensar en votos. Si esto hubiera sido más pequeño, nos pasa lo de Caldas Viejo, y desaparecemos en esas mezquinas peleas políticas locales.

Ojalá el próximo gobernador y el próximo alcalde, sea quienes sean, dejen la pendejada politiquera y permitan que se ejecuten proyectos que transformen la ciudad, especialmente los relacionados con la movilidad (el atraso es enorme y el tema afecta la productividad) y tantos otros renglones. No se puede hacer politiquería y cálculos electorales con el desarrollo de la ciudad.

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