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Opinión

El Dios que odia

El Dios que odia

Por: Felipe Alejandro González Sabogal 


“Cristo está muerto en los altares de las iglesias y en el corazón de los hombres”, afirmaba descarnadamente el profeta Nadaísta Gonzalo Arango, pieza insigne de la literatura colombiana. Frase que por momentos, parece ser una triste realidad. No basta sino con volver la mirada al río de la historia para comprender que los peores sufrimientos que ha padecido la humanidad se han perpetrado en nombre de algún Dios. La inquisición, las invasiones cruzadas a filo de espada, los exterminios étnicos, por nombrar algunos… 

En Colombia, ha prevalecido la idea de un Dios violento y perseguidor, que juzga la opción sexual diversa, los derechos sobre el cuerpo de las mujeres, la libertad de expresión, la dosis mínima, en fin… parece alejarse cada vez más la idea de un Dios que nos una como hermanos, que nos junte en el amor y que sea la redención para un mundo hundido en una etapa de dolor. 

La alineación ideológica de gran parte de las iglesias llamadas cristianas que existen actualmente en Colombia con la ultraderecha no son mera coincidencia. Los hechos han venido demostrando que son los gestores de los grupos ciudadanos antiaborto, los que salen vociferantes a las calles a gritarle a los homosexuales que no son hijos de Dios, que son enfermos sin lugar en el reino de los cielos; son los enemigos del feminismo y de la vacunación. Esa coincidencia ideológica entre determinados cultos con los sectores políticos más retardatarios plantea un escenario preocupante: muchas de las iglesias cristianas no están atacando a “Satanás”, ni buscan la salvación de las complejidades existenciales en todos los seres humanos, atacan los Derechos Fundamentales, atacan el Estado Social de Derecho, cuando no son un verdadero negocio. 

Las grandes empresas que funcionan en bodegas con pastores mercachifles, no son la simple expresión de un método literal, limitado y deficiente de la interpretación de textos, son también un gran músculo político y financiero de las estrategias electorales. En los últimos años, las iglesias cristianas han sido grandes aportantes a las campañas del Centro Democrático y el Partido Conservador, se han hecho a curules con candidatos propios y en nombre de Dios movilizan cientos de miles de feligreses. Tal fue el caso de una de las iglesias más grandes del país, El lugar de su presencia, que hace algunos años después de una prédica exacerbada y emotiva de un pastor, anunció como su candidato oficial a Miguel Uribe Turbay a la Alcaldía de Bogotá. Como éste casos varios…  que entre el diablo y escoja. 

El Dios que odia no sólo está presente en el escenario político, también se da en los escenarios más íntimos de las relaciones interpersonales, con igual o peor agresividad. Es el caso de muchos creyentes que sin importar su accionar frente a los demás, el grado en que puedan llegar a herir o causar dolor a una persona, justifican su proceder como si fuera mandato de Dios, por encima de todo. Esa práctica, muy común en estos días, entre coaching y cristianismo radical, es en gran medida la que impulsa la creencia incauta de ser exclusivamente el centro del universo, de decretar con optimismo desmedido mandatos sobre una realidad inerme, una práctica egoísta, que aleja, odia, divide y en nada aporta a la noción colectiva de una sociedad de hermanos.  

Procurando no caer en la falacia argumentativa de la generalización, vale decir que el verdadero cristianismo se la juega contra el sufrimiento y la pobreza en muchos lugares del mundo, misioneros en los sitios más recónditos predican y practican una forma más amable, pacífica y humana de Jesús;  más cercana a la idea de un ser supremo que nos consuela en los momentos de desesperación y desasosiego. Bien dicho es que “las manos que ayudan son más nobles que los labios que rezan.''

Finalmente, este hermoso verso del nobel de literatura George Bernard Shaw, que reza:

 "He decidido ser bueno por voluntad, sin el soborno del cielo".

* Felipegonzalez1550@gmail.com

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