Periodismo de análisis y opinión de Ibagué y el Tolima

Columnistas

El día en que me morí

El día en que me morí

La familia Viña es como el arroz en fiesta de pueblo: está en todas partes. Entre Atanivar y Narciso Viña —este último mi bisabuelo— se encargaron de poblar buena parte de Doima, Rovira y sus alrededores. Llevamos más de 130 años multiplicándonos como si fuéramos bendecidos por San Eugenio, patrono de la fertilidad tolimense.

Así que no es raro que cada tanto aparezca otro Viña en la historia... pero que me enterraran en vida, ¡eso sí fue nuevo!

Todo empezó un martes a las 3 de la tarde. Adriana Mora, amiga del colegio, me llamó con una voz tan temblorosa que pensé que estaba viendo una película de terror o se le había dañado el WiFi.

—¿Oscar? —me dijo.

—Pues claro, ¿quién más, pendeja? —respondí.

Y ahí soltó un grito que me dejó medio sordo y completamente vivo.

—¡Viñita, estás vivo! ¡Qué alegría!

Me explicó que había visto un aviso en redes anunciando la muerte de un “Oscar Viña”. Como el segundo apellido no le cuadraba, prefirió llamar antes de llevar flores o ponerse a llorar viendo nuestras fotos del colegio Comfenalco de Ibagué.

Después de ella me llamaron otras dos personas. Y ya con el rumor bien avanzado, empecé a investigar. El fallecido era un Oscar Viña, sí, pero otro. Hermano de Gloria, a quien desde hace 13 años llamo prima, aunque nunca pregunté por el resto del combo familiar. El difunto tenía más de 70 años, y por lo que me contaron, fue un gran tipo. Bisnieto de Atanivar. Me alegra saber que el nombre quedó bien parado.

Ahora, que me confundan es pan de cada día. Algunos me dicen Oscar Pardo, pensando que soy el candidato eterno al concejo o asamblea. Tengo que explicar que la única política que ejerzo es el movimiento Salvación por Mí, donde militan mis dudas, mis principios y ese caudillismo afectivo que uno construye entre amigos y gente buena.

Pero este episodio de mi “muerte” me dejó pensando. Recordé una canción de los años 70 que dice: “No quiero flores cuando muera, las quiero ahora en mi jardín”. Y sí, yo también quiero mis margaritas vivas, no en ramos fúnebres. Quiero regar esas amistades que valen la pena, esas relaciones que dan sombra, aroma y hasta espinas... pero que son mías.

Me encantaría tener más tiempo para reencontrarme con los amigos del colegio, la universidad o de los trabajos por donde he andado, incluso con los de primaria. Pero los días parecen encogerse, y la vida nos arrastra como río crecido. Vivimos ocupados, pero rara vez presentes.

Y ahí está el detalle: si uno no riega su jardín, termina rodeado de maleza. Hay flores que cortan, otras que solo perfuman y muchas que ni se notan, como esos chats que dicen "Hola" y duran tres meses en visto.

Mi jardín —como el de cada quien— necesita cariño, paciencia y decisión. No hay que cuidarlo por lo que digan los demás, sino por lo que uno quiere conservar para el resto de sus días. 

Así que si un día escuchan que me morí, asegúrense de revisar el segundo apellido… y mientras tanto, mándenme un mensaje, un cafecito, un chisme. Porque todavía ando por aquí, regando lo que vale la pena, cantando, bailando y simulando que juego aun bien al baloncesto.

Siguenos en WhatsApp

Artículos Relacionados