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Soberbios y orgullosos

Soberbios y orgullosos

Por: Edgardo Ramírez Polanía


En esta Semana Santa conviene recordar que la soberbia y el orgullo son manifestaciones negativas del espíritu y quienes las poseen se consideran superiores a los demás que les deben satisfacer sus deseos, de lo contrario se convierten  en intolerantes y agresivos como lo hicieron quienes crucificaron a Jesucristo. 

La biblia dice en (Filipenses 2:3) “ No hagan nada por egoísmo o vanidad. Más bien, hagan todo con humildad, considerando a los demás como mejores que ustedes mismos”, y agrega: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de la fe que Dios repartió a cada uno”. (Romanos 12:3)

Los soberbios y orgullosos generalmente son altivos y arrogantes por tener dinero, reconocimiento, poder o sentirse indispensables. Y ello hace que no sean tolerables por su manera de ser, porque su característica es siempre intentar pasar por encima de los derechos de los demás  a los cuales consideran inferiores.

La soberbia y el orgullo es notorio en quienes detentan el poder político para dispensar favores, los gobernantes mandado en torres de marfil, los banqueros saciados con el dinero ajeno, el poder judicial que juega con la libertad de los hombres, el religioso que somete  a otros con las creencias, los médicos jugando a dioses con sus batas blancas, los jueces con sus holgadas togas dictando torcidas providencias, los militares y demás  uniformados con alamares y distinciones que los hacen creer superiores o simplemente las mujeres atractivas que se sienten admiradas.
Todos ellos ejercen su poder que los hace creer en algún momento, que tienen algo inmaterial para expresarse de manera distinta a la naturaleza humana. Sin embargo, lo que existe en el fondo de la conducta de esas personas, es una máscara de vanidad y ante todo, agresores de los vencidos, los humildes y los ofendidos que requieren de ayuda espiritual y compasión.

Además, como prueba de la sumisión ancestral existe una sensación contradictoria en los humildes o un complejo de inferioridad y de pobreza que les hace sentir admiración desmedida por el orgulloso y el soberbio y entre más los rechazan más los admiran por su aparente gloria o éxito.
El orgullo puede hacer sentir fuertes a los seres humanos, pero no felices, debido a que su comportamiento está fundado en la imposición del poder que deviene de elementos externos como el dinero que crea una felicidad falsa y más aún si viene de logros distintos del bien común. 

Por eso, vemos que quienes deciden ir por el camino de la arrogancia, nunca han encontrado una salida real a sus problemas. Al contrario, obran de manera equivocada debido a su soberbia y terminan siendo seres solitarios e infelices. 
Los filósofos han dicho, con frecuencia que la arrogancia se acompaña de la fuerza, y “nunca se debe asumir que la justicia esté en el lado de los fuertes, sino que el uso del poder ha de estar acompañado de la elección moral”.

El uso del poder con arrogancia, se ha visto a través en los medios de comunicación televisivos a políticos que ejerciendo su poder omnímodo y punitivo dicen: “vamos a echar a la gente de los puestos”, como una creencia que de esa manera las personas se rebelan contra el gobierno de turno. Es una muestra palpable de la soberbia y el orgullo, de quienes creyéndose dueños de todo, se mueven y hablan con libertad desvergonzada de cómo debe ser su gobierno y no aquel que el pueblo elige soberanamente. 

El filósofo del Renacimiento Nicolás Maquiavelo, dijo que: “La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad”.  Esa arrogancia y orgullo se ve ordinariamente en los políticos de pasillo, que rechazan con desprecio a quienes los buscan con humildad solicitando un favor.

Esa es la verdadera cara de los arrogantes. No son conscientes de lo elemental de las cosas, hasta que el ordenamiento natural les pone en evidencia la simplicidad de la realidad para demostrar que no todos los que tienen fuerza o poder son justos o toman las mejores decisiones y menos que su poder permanezca. 

El escritor Hermann Hesse, decía, que existen personas que se consideran perfectos, sólo porque se exigen menos de sí mismos, que afirma a la soberbia como una simple fachada. Es dable en escritores a sueldo que se consideran almas selectas, únicas y perfectas o en gobernantes y políticos que se creen depositarios  de la verdad que no aceptan la crítica ni el análisis de los fenómenos sociales. 

Esas manifestaciones absurdas del orgullo y la soberbia no son otra cosa que vanidad y falta de confianza que se esconde en sus falsas  expresiones que cuestan más que el hambre como lo afirmó alguna vez Jefferson. 

A muchas personas y gobiernos el orgullo y la arrogancia les ha costado su futuro. Con un aditamento especial, que el orgullo tiene como compañera a la envidia, que es una de las peores condiciones humanas, como decían los clásicos del romanticismo en las novelas de la caballería en el siglo XVIII en Francia.

El orgullo ha sido siempre malsano y mal consejero, pero alguna gente insiste en imitarlo, como una manera de sentirse mejor o llamar la atención en algo pasajero y sin dimensión cultural.

Las personas que hacen a los demás sentirse pequeños, les falta estatura moral, porque “la verdadera grandeza es hacer que todos se sientan grandes”, decía Charles Dickens. Y tenía razón, porque en el caso colombiano, los necesitados han sido la expresión cabal de la realidad social, de una existencia cándida, ofendida, perseguida, befada, escarnecida y rechazada frente a los poderosos y los Estados indolentes que hoy reclaman un cambio social.

Es común la falta de humildad en los poderosos. Pareciera que es una condición propia de los orgullosos en hacer gala  de aquello que los demás necesitan, en una expresión de falta de humildad que es una las peores manifestaciones morales que termina al final imponiéndose sobre el orgullo.

Los adinerados son soberbios y por lo mismo, se vuelven necios porque el orgullo disminuye la sabiduría. La ignorancia actúa en beneficio de intereses egoístas y  se refleja en una actitud marcada por la soberbia. Existe también un falso orgullo, de quienes tienen para su congrua subsistencia y aparentan con un vehículo costoso de nuestro medio y se creen superiores, pero no alcanzan a caer en el orgullo, sino en el ridículo.

Existe una característica inconfundible de los arrogantes y orgullosos: Que viven o terminan solos. No dejan a los demás entrar a sus vidas. Les falta capacidad para  transigir, para ceder o pedir perdón. No pueden reconocer que las equivocaciones propias o ajenas se pueden reparar y eso los hace inflexibles y trágicos que son un perjuicio a la familia y la sociedad. 

La dignidad se diferencia del orgullo al rompe. La dignidad es el decoro de las gentes en su comportamiento frente a los derechos humanos. Las personas soberbias erradamente creen que tienen el control de los actos ajenos y no es cierto. La apariencia los hace vivir en la equivocación que es notoria y los destruye desde adentro  por sus  malsanas y permanentes obsesiones.

Quien tiene el poder se enorgullece, sin saber que es efímero y pasajero y que una vez que se deja de tener, la persona queda en lo que ha sido y con una sensación de vacío e impotencia. Porque la arrogancia viene del interior y se considera una falla de la naturaleza que se manifiesta con actitudes que desequilibran la conducta y sus emociones.

Mientras no cedamos en las pasiones que nos consumen no podremos salir a flote para buscar la paz y el entendimiento necesarios para progresar y ser felices.

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