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El amor en los tiempos del odio
Por: Edgardo Ramírez Polanía
El titulo es sugestivo porque se asemeja a una de las importantes novelas del nobel Gabriel García Márquez. Pareciera una falta de creatividad en el título porque se refiere al tiempo del amor, ese sentimiento perdurable a través de los siglos en una apariencia indefinible al decir de Lope de Vega, que es: “desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal y esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo….creer que el cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño, esto es amor: quien lo probó lo sabe”.
El amor es el estado más profundo de las emociones que dan lugar a la conducta de los individuos para ejecutar actos que mueven el mundo, atraerse con reciprocidad para unirse o convivir. Sin embargo, no es equivocada la suposición de los escritores contemporáneos, de que el amor no ha podido llegar en los últimos años, a un cierto margen de refinamiento, así sea auxiliado por las civilizaciones y la cultura. El trato virtual, las costumbres desmedidas, la traición, la facilidad de las relaciones, implican entre otras, la ocurrencia de esa complicación.
El análisis a simple vista, pone en evidencia cuánto hay en materia de azar y de inseguridad en la pasión que surge del amor, que se presentaba antes con el carácter inapelable de la estabilidad. Hoy, es sospechoso si las leyes lo han tornado más seguro y firme. Convendría responder que el mecanismo del conocimiento amoroso no mejora las leyes del amor, que continúa sin que los seres humanos logren sustraerse a su mandato y a sus costumbres que se imponen con el paso del tiempo.
El sentimiento del amor como expresión literaria fue más notoria entre los románticos que en los clásicos y se nos presenta esa fuerza irrefrenable con Stendhal en que parece surgir el primer atisbo contemporáneo del amor o Madame Bovary en el amor imposible de la novela de Flaubert y Werther de Goethe que movido por las pasiones provocó una ola de suicidios y tantas otras obras literarias relativas a esa emoción.
La pureza, la lujuria, la ternura, la perfidia, la lealtad y el engaño, representan en el amor un aporte de elementos contradictorios que lo forman o lo destruyen. La imperiosa liberación de la sensualidad y los instintos del cuerpo y de la conciencia, fue la tarea restauradora del naturalismo que dijo que no había nada más que la naturaleza y que además, en su filosofía le dio curso a la triada de Hegel de la tesis, antítesis y síntesis.
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El amor en la vida contemporánea, especialmente en Estados Unidos que exporta algunas costumbres a nuestra sociedad, existe un culto al cuerpo, al trabajo y al amor. Allí, era antes un asunto de forma, de belleza, sin los litigios de conciencia.
Las uniones y las desuniones se regían por una pauta casi deportiva, vale decir, con absoluta simplicidad sentimental, sin fórmulas y análisis para su duración. Actualmente, se hace esfuerzos para evitar las crisis de los matrimonios, las desuniones, en beneficio de la educación de los hijos y la permanencia de la familia.
Por el contrario, el odio ha sido el sentimiento más perverso de la vida humana, el causante de las guerras, las persecuciones, inequidades y atropellos, la más miserable imposición de las condescendencias, la extorsión sexual, que llevan al vicio, el comportamiento más triste y mas cándido que es la prostitución, la explotación, la barbarie y la ruina humana.
El odio con la ira, son las emociones más negativas de los seres humanos que llevan a las peores agresiones y crueldades. Las frustraciones, la envidia, los celos, la soberbia, son la causa de las peores conductas humanas, que son un ataque que desencadena el fanatismo, la liberalidad del sexo, y si bajamos la mascarada humanas de las apariencia, vemos las falsedades como elementos perturbadores de la conciencia individual, al decir del General Benjamín Herrera.
Quienes se alimentan de odio parecen descender con Dante y con Virgilio al último circulo del infierno social, para escoger dentro del lodo pestilente el privilegio de la riqueza, la iniquidad y la injusticia, que son las estructuras de una sociedad que cada día atesora más, a costa de quienes tienen menos. Cualquiera de los innumerables seres que allí pululan, son la concreción y expresión de ese lodo, causante de la miseria en todas sus manifestaciones.
El odio en la historia ha sido permanente, pero ha habido cierta sensación de inexistencia en varias expresiones de la vida diaria y que parece que viene de tan lejos, y está, tan cerca de cada uno, que es menester mantenernos protegidos con el manto de la solidaridad y el perdón a los poderosos y soberbios, que a la larga se convierten en despojos ocultos de la sociedad.
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El entendimiento, la concurrencia de voluntades, la integración e integridad de los colombianos en las diferencias que nos identifican, es para muchos algo innecesario y exótico, no una finalidad que nos acerque a todos en propósitos comunes, por el cual pudiera deducirse que ciertas constantes y ciertas características de la vida colombiana, están manejadas por intereses y odios.
La cultura y la educación que son las razones del progreso son un privilegio excepcional, cuya onda de resonancia suena en los muros de las bibliotecas y universidades que llega sólo a unos cuantos espíritus, de donde surge para los excluidos también un sentido de frustración y la exclusión que engendra algunos elementos del odio, por la exclusión y la necesidad que son causas de la violencia.
Igual sucede con los movimientos políticos que pierden en las elecciones, que a cambio de ejercer una sólida oposición reflexiva, arremeten contra los gobernantes y sus familias, utilizando el descrédito como una manera perversa a través de los medios de comunicación y las redes sociales que toman cauces sin control para difamar y desinformar.
Nos encontramos, pues, ante un terrible caso irreductible de odio e inconformidad o filosofía de la desesperación, en la práctica de una ley de equivocaciones prefabricadas, en un designio de un cambio necesario al que le desean que sea un fracaso, que se puede evitar para bien del país, a través del dialogo entre las distintas facciones en que encuentra dividida la sociedad colombiana. La paz y el progreso común deben ser los elementos fundamentales para realizar los propósitos de la sociedad.
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