Opinión
Se perdió la voz
Por Óscar Viña Pardo
La palabra tiene su encanto, tiene el poder de unir a un mundo o ponerlo en contradicción permanente. La palabra deja huellas imborrables en las personas. Un te amo o un te odio son tan poderosos en la acción que ese momento será siempre recordado por quienes vivieron los hechos.
Curiosamente la palabra está muriendo, y el texto escrito está cobrando más realce, inclusive las ideas de otros se están sobreponiendo ante momentos tan especiales como un cumpleaños. Dejamos que sea una imagen la que diga lo que sentimos, porque se nos olvido hablar.
No hablemos de los grupos de WhatsApp. Colectivos llenos de elogios en donde el ego se alimenta de acuerdo al mensaje que como emisor estás colocando. Maravilloso, bello, eres la mejor, tu eres único; si bien es cierto alimenta la autoestima está haciendo estragos con el ego. Porque todos quienes un me gusta más y se olvidan de los entornos generando ansiedades pendejas que se reflejan en el estrés moderno.
No entiendo, no me explico, cómo es posible que una persona le indique por celular: Hola este es mi nuevo número telefónico y usted solo se atreva a ver una imagen para verificar que corresponde a su conocido, amigo, o familiar y no indague sobre su veracidad. Los robos de datos son el pan de cada día, son los nuevos paquetes chilenos en donde mucha gente cae sin saber que es el protagonista de una historia dolorosa.
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El hecho lo traigo a colación por lo ocurrido a una señora la semana anterior, cuando giró a unas cuentas de personas desconocidas 50 millones de pesos comprando dólares a menor valor. Confió en la foto del emisor de ese celular, confío en lo que leyó. Nunca se atrevió a llamar y hacer preguntas claves si no se tiene la memoria de tono de esa voz del amigo o conocido.
Luego de girar ese platanal sí se atrevió a visitar a la persona dueña de la línea, que vivía a solo 25 cuadras en Ibagué a reclamar los dólares. La emisora sorprendida y compungida por lo que le pasó a su amiga. Lloraron juntas, volvieron a hablar, a reconocer su voz, sus ojos, sus cuerpos. Volvieron a momentos claves de sus vidas, aunque el dinero para quien fue estafada ya no existía.
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No podemos dejar que la palabra se extinga en esta sociedad liquida, no podemos dejar de enamorar, de encantar, de reír, de llorar gracias a esa palabra que se acompaña de un gesto o unos ojos vivaces. No podemos dejar que el celular no mate lo poco que tenemos y que nos hace diferentes como seres humanos.
Los invito a que llamen a ese primo, a ese tío, a la abuela, mejor aun que los visiten, y así sea con tapabocas, que puedan escuchar esa voz poderosa que alimenta el alma. No podemos dejar que la voz se apague.
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