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Opinión

¡Pregúntenle a… mi mamá!

¡Pregúntenle a… mi mamá!
Escuchando en estos días sobre las investigaciones en el desfalco de los Juegos Nacionales, y como algunos exfuncionarios se aliaron para desviar los recursos a sus arcas personales, los responsables de dicho acontecer estarán negociando con los entes de control para obtener beneficios legales como disciplinarios y saldar sus cuentas en estas entidades que cumplen la muy digna función de guardar la justicia, erario y comportamiento ético de los funcionarios públicos.

 

Según se ve, cada vez que estalla un escándalo de corrupción o abuso de funciones, los implicados estarían buscando favores a cambio de colaborar con la justicia, obtener sanciones correctivas o jurídicas que no ameritan la gravedad de los hechos y en unos años, muchos menos a los que fueron sentenciados, se les ve listos para retomar de nuevo la carrera política que se truncó “injustamente” puesto que ahora se pudo probar que dicho burócrata nunca cometió tal delito y todo fue una estrategia de los entes de control para perjudicarlo.

 

No hay nada más indignante para cualquier ciudadano que ver cómo aquellos individuos que fueron investigados y sancionados por las "ÍAS", resurjan, después de un tiempo a seguir sus carreras políticas o administrativas, como si nada hubiese pasado. Se indagan, y con toda razón, porque cortarles a estas personas una carrera tan brillante con una injusta sanción para que después, los mismos órganos de control modifiquen dicho mandato, argumentando que no se tomaron los hechos como se debía o que algunas cosas obvias se obviaron.

 

Las responsabilidades de los entes de control son tan importantes para el buen funcionamiento, no solo del gobierno de turno junto con toda la estructura del estado, sino de la misma gente. Si en ellas se encuentran vacíos o inconsistencias en su actuar, entonces se pierde la confianza que la constitución, las leyes y la sociedad les han resguardado y ya nadie les creerán.

 

El título de este artículo se refiere a una experiencia de mi hijo en su primer día de jardín y sirve para ilustrarlo.

 

Llegando a la escuela las profesoras le preguntaron al niño como se llamaba. Él respondió que se llamaba Martin. Sin embargo, las señoras se decían las unas a las otras que no creían que se llamase así porque habían escuchado que la mamá decía Carlos cuando nos vieron entrar. De nuevo le preguntaron y otra vez dijo Martin. Cuando le preguntaron por tercera vez, el niño de tan solo 3 años las miro fijo y les respondió: “pregúntenle a mi mama”

 

Esa parece una respuesta afín a los interrogantes que la sociedad tiene para unos cuestionados políticos. Sabemos que actúan mal, no podemos hacer nada al respecto y  ellos mismos nos dan una respuesta contundente para callarnos: “pregúntele a la fiscalía, procuraduría y contraloría”

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