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Opinión

Los canallas, un Perpetuum mobile

Los canallas, un Perpetuum mobile

Desde los 90 hacia hoy, la Gólgota de eso que llaman sociedad nacional ha dado en creerse y en el hacernos creer que el mote impostado y dictado llamado “colombianidad” es sinónimo, o al menos vulgar símil, de conquistador, colonizador, avasallador, ultrajador y lo que es peor, máximo guerrero o libertador.

Nada más lejano de nuestra histórica y bien ganada condición y esencia de cobardes, traidores, déspotas, ingratos, misóginos, homófobos y lo mejor, fanáticos cristianos de la línea del pedófilo y bastardo cura católico Marcel-François Marie Lefebvre FSSPX ( Fraternitas Sacerdotalis Sancti Pii X).

Solo baste ver y oír a las últimas creaciones artísticas o intelectuales, bajo el mandato de la derecha democrática, para acertar en lo que la sociedad mediatizada (o eso que amalgaman para si los poderes bancarios y constructores, en el ansia de perpetuarse en el robo y la usura) grillada y edulcorada en “patria colombiana”, nos da como excusa para cimentar la vileza y lo truhan que nos heredaron los curas españoles y la avanzada de pastores protestantes que pudieron arribar, dejándonos el Perpetuum mobile del masacrar cuanto vestigio de nación quedara/hubiera, como aconteció hace solo una semana entre los koguis, donde la versión de su hermandad indígena del crucifijo evangélico casi mata a pedrada limpia a sus hermanos ateos o paganos en la paramilitarizada Sierra Nevada de Santa Martha, administrada hoy por los evangélicos holandeses a través de esclavos colombianos asalariados vestidos de azul y adiestrados en una cosa que se llama Parques Nacionales Naturales de Colombia, lo cual es solo un chiste.

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Inspirados en crápulas como los, les y las que forman el actual gobierno nacional o el regional en este Tolima, la “patria colombiana” o su hermana facha, la “colombianidad”, nos cantan a grito entero el invitarnos a la guerra fratricida contra el demonio venezolano, o lo que los gringos nos dan hoy en imponer como demonio en cosecha.

Desde William Ospina, nuestro paisano a veces, el incauto, que dio en avalar al tierno doctor Ternura, Luis Carlos Restrepo, en su papel de banalizador y ninguneador de la decapitación, el desmembramiento y el empalamiento de los
raizales campesinos que el primero, en sus libros recientes, ufana en su caterva antioqueñizadora o paisa retador para este vulgar Tolima, según su dicho acomodaticio.

Hoy nos toca al otro paisa en rastra, Darío Acevedo, negándonos lo poco de dignidad que nos queda: la muerte de paisanos por el solo hecho de ser eso, paisanos. Esperemos que William Ospina, no lo celebre y concite, por su pathos
de paisa, de Padua o de lo que sea que se invente para perpetuar nuestra miseria de decapitadores de bien.

La intelligentsia (inteliguentsia) de villorrio como diría don Gutiérrez Girardot, sirve para eso: para adornar de algo de cerebro a los crápulas, y más a aquellos que gobiernan.

De canalla a asesino, de asesino a canalla, se nos colma a diario en imágenes y en datos, en la media mass en los mass media y en sus dueños lefebvrianos.

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Los últimos acontecimientos, muestran que los mandingas del demonio venezolano que desde las bases militares gringas, de Human Rights Watch y de la Wradio nos adiestran a diario en justificar arrasar en cuerpo ajeno, en especial a sus militares y a su gobierno socialista, estos saben más de historia colombiana y de nosotros mismos, que por ejemplo los policías colombianos que pateaban en la cabeza al estudiante desarmado y tendido inerme de la Uniminuto o que los militares colombianos que desnudaban el cuerpo ya agónico de Dimar Torres para a destajo borrar toda su dignidad, que las certeras balas oficiales no lograron.

A pesar de la advertencia de Leonardo da Vinci, nuestro móvil perpetuo necesita de los William Ospina, de los Luis Carlos Restrepo y de los Darío Acevedo, por reciente ejemplo, para que esta máquina hipotética que sería capaz de continuar funcionando eternamente, después de un impulso inicial, sin necesidad de energía externa adicional, permita seguir decapitando, desmembrando, empalando campesinos y pobres colombianos, para en un calcado paso a seguir, hacerle lo mismo a los venezolanos que saben más de nosotros que nosotros los pateadores y los desnudadores, por ese solo hecho: saber.

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