Opinión

La radio en Colombia: un asunto entre truenos y alfileres

La radio en Colombia: un asunto entre truenos y alfileres

Por Germán Gómez Carvajal - Periodista


Yo soy tolimense, colombiano, nacido durante los tiempos del conflicto armado en Colombia, un país donde en aquel momento los niños crecimos transversalizados por la narrativa de la guerra.

Durante los 90 y la primera década del 2000, en la radio escuchábamos frases compuestas como ‘pescas milagrosas’, que no eran más que secuestros fortuitos en las carreteras nacionales; También oímos hablar de ‘ceses bilaterales’, que luego entendimos que de ceses no tenían nada y de bilaterales mucho menos.

Comprendimos sin entender del todo, que ello, era un pacto de no agresión entre el ejército institucional, ejércitos paralelos y guerrillas, que casi nunca cesaban porque el honor a la palabra, estaba un escalón más abajo, cuando de supervivencia se trataba, entre hombres airosos extraviados en las profundidades de las selvas y las ideologías de otros.

Otra frase compuesta que sonó en las radios fue la de ‘La Silla Vacía´, que significaba la ausencia de Manuel Marulanda Vélez jefe de las antiguas FARC en el fallido proceso de paz 1999, y aunque nuestro presente es otro, con avances significativos en la presencia institucionalidad en el territorio nacional, el poder de la radio pública continúa vigente pero condenado a sus mismos usos belicosos.

¿Qué haremos las nuevas generaciones con la radio pública?

El espacio de radio difusión en Colombia fue un escenario que dio cuenta de nuestros días negros: por las ondas radiales corrieron mensajes de muerte y de herida, de encubridores y delatores, de víctimas y victimarios. La radio fungió como mecha para encender o conectar a malhechores y héroes dependiendo del dial y las líneas de poder que conectaran.

Sin ir más lejos, el más reciente informe de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), la radio de la fuerza pública: un monopolio que debilita la democracia, da cuenta del emporio construido durante más de medio siglo por parte de las fuerzas militares y policiales de Colombia para guerrear discursivamente desde la radio, consolidando uno de los sistemas radiales más poderosos del mundo.

Logro que a simple vista pareciese admirable, si no fuera porque coarta el espectro de las emisoras comunitarias, limita la participación de diversas ciudadanías, alienta la hegemonía de un único discurso.

Esto da cuenta, a la fecha, de un cambio de escenario, pero no de la radio como medio público. La radio militar en Colombia no da muestra de ninguna evolución pese a que el ‘enemigo robusto’ FARC, ya no está en el juego.

Las radios militares en Colombia están en 93 municipios, con 150 emisoras, desplazando a la Radio Comunitaria a espectros ruidosos. Esa pugna desigual, la resisten 756 emisoras comunitarias que persisten como pueden, en comunicar información relevante a sus comunidades.

Este actual gobierno, que promueve el cambio tiene el enorme desafío de concretar la ufanada democracia en hechos fácticos.

Miles de ciudadanos rurales podrían educarse mediante programas radiales, entretenerse con historias que den cuenta de su contexto, explorar conexiones culturales con otros mundos, ponerle nuevos colores a los días y hacer de la radio un medio convocante para pensar un futuro posible con otros relatos en construcción local.

La jerga militar, tan enquistada en nosotros durante años, nos pide darle de baja a esa Colombia que ya fue, y a abrir el paso y los micrófonos, a los habitantes de las montañas y llanuras para que jueguen a armar la narrativa que les corresponde.

Hoy las emisoras de la fuerza pública representan el 45% de las emisoras de interés público, que, si bien, estaban justificadas por la guerra, hoy carecen de pertinencia. El emporio radial expuesto anteriormente no se puede siquiera comparar con cadenas comerciales fuertes como RCN y Caracol, es entonces la radio un medio poderoso que no pierde vigencia, llamado a ser un punto de encuentro para que el país, con todas sus voces se hable, como nunca lo ha hecho, porque estamos los colombianos del presente llamados a reinventarnos nuestras formas.

Dato curioso: Las potencias de las radios militares frente a las emisoras comunitarias son comparadas a la del estruendo de un rayo, con la caída de un alfiler. En Puerto Berrio Antioquia mientras la emisora del Ejército (Colombia Estéreo), cuenta con 150.000 watts, una emisora comunitaria en cualquier parte del país, apenas alcanza los 250.

Evidentemente hay un reto determinante en la consolidación de lo que queremos ser como país, pero también como comunicadores. Las emisoras comunitarias son grillitos que alumbran ante el rugido de una jauría de leones.

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