Opinión
La docencia, una labor esencial
Por Juan Bautista Pasten G.
Hace unos días se conmemoró en mi país – Chile - el denominado “día del maestro (a)”, que reconoce y realza la importantísima labor efectuada por profesores y profesoras.
Ciertamente, la docencia constituye, a mi juicio, la profesión por excelencia, es el trabajo educativo que posibilita el descubrimiento, el fortalecimiento y el crecimiento ilimitado del ser humano.
En efecto, la docencia, de modo formal, acompaña y guía a las personas desde muy temprana edad en jardines infantiles, hasta bien entrada a la adultez, en el caso de estudiantes de institutos y universidades. La docencia proporciona, así, los fundamentos para el desarrollo personal, familiar, laboral y social.
Por lo pronto, esas bases señaladas constituyen las armas e instrumentos que, realmente, necesitan y enriquecen a las personas y las sociedades, ya que son elementos y medios sustentados en la sabiduría, la inteligencia, los sentimientos y los valores. Los y las docentes tienen, por lo general, habilidades e idoneidades cognitivas, morales y emocionales que posibilitan formar seres humanos íntegros y probos, aquellos llamados a construir comunidades solidarias, conscientes y justas.
Los verdaderos docentes no reducen su trabajo a la entrega de conocimientos externos, sino a la posibilidad cierta de descubrirlos y develarlos en nuestra interioridad: mente, corazón y alma. Además, los educadores instan a la expresión corporal, artística, analítica y reflexiva. Sin duda, aquí se concreta la dialéctica enseñanza-aprendizaje en toda su rica expresión.
Ahora bien, todas las buenas actividades humanas, todos los oficios, trabajos y profesiones han tenido como sustrato el ejercicio educativo, vale decir, la presencia y acción eficaz de un maestro o maestra. Ningún ser humano puede omitir la intervención importante de algún educador en su existencia. Efectivamente, cuando evocamos los bellos momentos vividos en el colegio, ocupan también un lugar destacado las enseñanzas entregadas por muchos pedagogos, lo cual se lleva a cabo en la sala de clases, así como en las acciones y conversaciones cotidianas.
Prácticamente, los seres humanos en su totalidad, concuerdan en la importancia y trascendencia del quehacer educativo como la instancia esencial de cambio y transformación positiva de la realidad.
“Ningún ser humano puede omitir la intervención importante de algún educador en su existencia”.
Es tiempo, entonces, que otorguemos, a la docencia y a sus ejecutantes, el protagonismo que merecen en la sociedad, pues contribuyen de manera sólida, coherente y consecuente al desarrollo y evolución de la humanidad.
En consecuencia, para nosotros, ese sitial dominante que han ejercido, históricamente, disciplinas como la política y la economía, debe ser ocupado por la Educación, única forma de superar la multiplicidad de desigualdades e injusticias que han caracterizado a la humanidad desde tiempos ancestrales.
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Efectivamente, la educación amplia, integral, inclusiva, profunda y solidaria es el camino creativo y poderoso para la construcción real y efectiva de mejores comunidades.
“Educar la mente sin educar el corazón, es no educar en absoluto”. Aristóteles, filósofo griego, siglo IV a.C.
“La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Paulo Freire, educador brasileño, siglo XX.
“No podemos tener una sociedad sana si no está compuesta por personas conscientes. Las crisis del mundo no son más crisis de consciencia”. Claudio Naranjo, psiquiatra y filósofo chileno, siglo XX-XXI.
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