Opinión

Hablar por hablar

Hablar por hablar

Estamos los colombianos tan preocupados por lo que dicen los protagonistas de la política o la farándula a través de las redes sociales que se nos olvidaron los problemas de la gente más cercana a nuestro corazón. Hablar por hablar de temas triviales como las que expone un gran ex son más importantes que lo posteado por uno de los nuestros a través de los mismos canales de comunicación.

El problema es complejo y no queremos afrontarlo como se debe. Trabajamos desde una comunicación agresiva o pasiva en nuestros hogares. Se genera una ausencia total al diálogo o una agresión permanente que no solo es física, es psicológica y esta última si que causa daño, porque las víctimas terminando siendo silenciadas y acrecentando la cadena de violencia donde el más débil en el hogar termina llevando toda la carga. Por ende, iniciando nuevamente la cadena del maltrato con otros que vengan atrás de él.

Los datos revelados por el estudio de Forensis para el año 2016 indican que 123 mil 298 personas fueron víctimas de lesiones, siendo un 62,1% el agresor un integrante de la familia o amigo cercano. Es decir, la violencia doméstica se convierte en un problema de salud pública que debe afrontarse de manera multifactorial si queremos cambiar el rumbo de las familias, cada vez más descompuestas, deterioradas, espacios donde impera la ley del más fuerte.

Las cifras de medicina legal son contundentes, 77 mil 182 personas fueron atendidas por esta institución por problemas de violencia intrafamiliar. El 65,7% por agresiones de pareja o ex pareja. El aumento de las denuncias de un año para el otro fue de 2.947 casos. LO ALARMANTE está en los asesinatos. El 16% fueron ejecutados por parejas, ex parejas, familiares y amigos. Eso sin contar el alto subregistro de casos que no son denunciados por temor.

Mucho por hacer desde los hogares, la mayoría de ellos, 48% aun conformado por una familia funcional, sin importar quienes la integran, que trabaja desde los valores y el ejemplo, sin escaparse de las nuevas realidades. El resto tratando de no hundirse o sobrellevando las cargas que dan las decisiones que se toman a la ligera, como ese juramento de amor, del amor único y verdadero que termina siendo gaseoso, pasajero y destructivo.

Y vuelve y juegan las redes sociales, porque muchos desde lo que plantean los líderes de opinión empiezan a alimentar la cadena de la diferencia sin respeto, camuflando los problemas, atropellando a quien se atraviese. Nunca se satisface el desahogo si en esa cadena no se lastima a los que más se quiere, por eso  el resto de furia termina en alguien cercano, alguien de su corazón, ese que luego llora cuando no hay autoestima, autocontrol y respeto.

Una persona cuando toma el rol pasivo dentro de la comunicación, termina tragando entero los problemas. No los comunica y sus cercanos no están alertas al auxilio que pide de manera permanente desde la comunicación no verbal, el uso de la palabra y acciones, y por supuesto la redes sociales, lugar donde expone sus sentimientos. 

Los hombres  tragamos más entero que las mujeres. En relación por ejemplo al suicidio, 8 de cada 10 toma esa determinación. El 33% lo hace por problemas con su pareja, el 26% con la actual y el 14% con la ex.  Por problemas económicos, otro 14% toma esa misma determinación. Y vuelve y juega. Empezamos a través de las redes sociales a culpar a unos y otros, inclusive como integrantes de una familia a buscar responsables o vemos nuevamente en estos faranduleros de las redes sociales la primera cortina de humo que permita empezar a bajar el termómetro de la indiferencia y tolerancia.

Ojalá tuviéramos la madurez suficiente como la del presidente de Canadá Justin Trudeau quien dijo en el sepelio de su padre: “Aprendí que tener opiniones distintas no excluye respetar al otro como individuo”… “Tolerancia no es suficiente. Se requiere respeto profundo por cada ser humano, sin importar sus pensamientos, sus valores, creencias u origen”. Llegaremos a estos estadios en dos décadas probablemente. POR AHORA, soportar la tormenta mediática enseñando a nuestros hijos la diferencia entre cada comentario y sus posibles consecuencias como una masa crítica que construye desde la diferencia y el respeto y rompiendo la cadena de maltrato que sigue creciendo en nuestra sociedad. 

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