Opinión

El político trabaja para la comunidad pero el politiquero trabaja para sí mismo

El político trabaja para la comunidad pero el politiquero trabaja para sí mismo
Por: Edgar Antonio Valderrama

Sostenía Horacio Gómez Aristizabal, de quien manifestaba Antonio Rocha Alvira que era un hombre estudioso y un magnifico escritor.

De acuerdo a lo que se ha vivido en los últimos meses con la dirigencia de nuestro terruño y la de todos los colombianos en general, queda demostrado que el valor ético y moral se ha derrumbado y deja el amargo sabor, de estar las denominadas corporaciones de elección popular, en manos de una caterva de bandidos que solo quiere el privilegio del dinero, la prosperidad y el poder.

El paladín de clase prefiere servir a ser servido. Antes, los dirigentes cívicos no transitaban en camionetas ostentosas, ni vivían en mansiones faraónicas, ni edificaban espléndidas residencias de campo. Tampoco se consagraban al turismo internacional o nacional con los fondos de los contribuyentes. Eran mortales sencillos, honrados, que sentían como propias las necesidades del pueblo.

Tal vez por esa inversión de valores, el desarrollo de las regiones y de nuestras ciudades no avanza. A lo mejor los detentadores del poder, que forman parte de ese grupo numéricamente escaso de privilegiados, ahondan las desigualdades por su ambición desmedida, sin observar que ese monopolio de la plata, el bienestar y el poder acaba con el respeto por los principios morales y no respeta costumbres y mucho menos instituciones.

Ese navegar sinuoso de nuestra dirigencia, deja como secuela el que durante los últimos 10 años, el tres por cientos de propietarios posea el 75 por ciento de la superficie agrícola, mientras el 50 por ciento, o sea el campesinado, dispone para trabajar apenas del cuatro por ciento de área cultivable. Mucha tierra para pocos y demasiado poca para muchos; el 90 por ciento carece de agua, el 85 por ciento no dispone de sanitarios, el 90 por ciento no tiene baños, el 95 por ciento no tiene luz eléctrica. Hay municipios en donde para atender 10 mil habitantes hay menos de tres médicos. Solo existen en los hospitales o puestos de salud, tres camas para cada mil habitantes.

No alcanza el cupo escolar para el 35 por ciento de los niños, solo alcanza el bachillerato para el 50 por ciento y a la Universidad llega solo el cinco por ciento. El desempleo afecta al 15 por ciento de la población.

Estos no son tema de estudio por parte de los denominados jefes políticos. Tan solo en el departamento del Tolima, en un municipio como Villahermosa, de más de 20 mil habitantes, el médico solo va una vez por semana cuando se acuerda que debe prestar allí sus servicios. De Ataco a Planadas, pese a los pocos kilómetros de distancia, la travesías para un ocasional viajero suelen ser de nueve horas, con el temor de perder la vida en tan azaroso recorrido. En Rovira la gente se enferma como consecuencia de consumir agua presumiblemente tratada que surte al acueducto a la población y en la misma capital Ibagué, los índices de prostitución se dispararon peligrosamente como consecuencia de la falta de oportunidades pues no se consigue un trabajo para un nativo mientras nos damos el lujo de importar funcionarios de otras latitudes, así ellos no conozcan a fondo nuestros verdaderos problemas.

Los contratos de construcción de obras públicas, se reducen a la mínima expresión como consecuencia de los peajes que imponen ciertos funcionarios y que llegan a sobrepasar el 30 por ciento de su valor original, lo que se traduce en la nunca conclusión de las obras pero lo más grave, es que como se conoce, todos los días, quienes imponen los peajes, los contratistas, los sobre valores a las obras e incluso hasta los ganadores de las costosas licitaciones, son los mismos a los que engrandecemos con nuestro apoyo en la urnas.

Ah épocas pretéritas, en las que se condenaba a los traficantes de influencias, a los indignos, a los que jugaban con las desgracias de los humildes. Esas en las que se levantaba el dedo acusador de los auténticos Fiscales de la función pública ubicados en las corporaciones públicas a las que llegaban, no los que compraran más conciencias sino los que tenían limpio su corazón y su alma preservando así en el ejercicio de la política, la ética, la moral y sobre todo la honestidad, que desapareció como por encanto como queda demostrado con la forma ruin como se evaporan los recursos del Estado y se ejerce el presunto derecho a legislar dizque en defensa del pueblo.

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