Por: Gabriel Silva Luján 

El exministro de Defesa y exgerente de la Federación Nacional de Cafeteros, Gabriel Silva Luján, escribe un interesante artículo en el diario El Tiempo, donde analiza la actual situación del país, donde la fuerza pública ha sido protagonista de primer orden de la crisis que vive en país, sobre todo por su politización. 

En este sentido, es clave la interferencia del gobierno del expresidente Álvaro Uribe Vélez, quien desde entonces, ha influido negativamente en la politización de las Fuerzas Armadas, especialmente poniéndolas al servicio de sus intereses políticos de extrema derecha, utilizando desde el ´castrochavismo´ y ahora la Revolución Molecular Disipada, con el objetivo de utilizarlas para fines electorales, especialmente con el voto de los familiares de sus integrantes. 

Este tipo de ideologizar la actividad del Ejército, la Policía y de las fuerzas armadas en general, creando enemigos imaginarios internos o invitados, para distraer las verdaderas causas sociales de la crisis que se vive, es una forma de inmiscuir a los uniformados en forma peligrosa como patronistas de sucesos que, a la larga,  pueden costar la unidad de la institución tal y como lo analiza Silva Luján. 

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Este es el artículo que lleva como título el “Ejército del pueblo” y que por considerarlo de importancia los transcribámoslos textualmente:    

“Los soldados y los generales son seres sociales, no pueden ser ajenos a aquello que ocurre en la política y en la comunidad. Creer que los militares y los soldados no son ‘homo politicus’ es una ingenuidad. Sin embargo, la diferencia frente a otros conglomerados sociales, como los sindicatos, los cabildos indígenas, los gremios de empresarios, las cooperativas y las ONG, por ejemplo, es que, a diferencia de todos los demás ciudadanos, ellos portan las armas de la República, es decir, tienen la capacidad de ejercer la fuerza a nombre de todos los demás.

De allí se desprende la inevitable obligatoriedad de su neutralidad política. Una Fuerza Pública (literal, la “fuerza del pueblo”) que rompe esa neutralidad política, es decir que usa su autoridad, su capacidad de intimidación y la fuerza para impulsar o defender sus creencias, sus preferencias partidistas o sus afectos personales, comienza a perder la legitimidad, la solidaridad ciudadana y, finalmente, la eficacia.

Después del fin de la dictadura de Rojas Pinilla parecía que nunca más sería necesario reiterar la doctrina ‘Lleras Camargo’ sobre el papel político de los militares. El empeño en el que está Álvaro Uribe por politizar la Fuerza Pública, su esfuerzo público y privado por sembrar en los militares la ideología de un nuevo enemigo político interno –el “castrochavismo”– y su interés electoral en cooptar las familias militares obligan, desafortunadamente, a recordar las palabras de quien quizás haya sido el estadista colombiano más grande del siglo pasado.

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En el teatro Patria, Alberto Lleras se dirigió a los oficiales diciendo: “La política es el arte de la controversia por excelencia. La milicia es la disciplina. Cuando las Fuerzas Armadas entran en la política, lo primero que se quebranta es su unidad porque se abre la controversia en sus filas. El mantenerse apartadas de la deliberación pública no es un capricho de la Constitución, sino una necesidad de sus funciones... Por eso las Fuerzas Amadas no deben deliberar, no deben ser deliberantes en la política. Porque han sido creadas por la Nación entera, sin excepciones de grupo, ni de partido, ni de color ni de creencias religiosas, sino con el pueblo como masa, que les ha dado las armas, les ha dado el poder físico con el encargo de defender sus intereses comunes”.

El peor enemigo de las Fuerzas Armadas, de su viabilidad institucional y de su misión es aquel que pretende seducirlas para que rompan su acatamiento de la Constitución. Aquel que, asumiendo vocerías que no le corresponden, incite a las Fuerzas Armadas a desviarlas de ese contrato fundamental con la sociedad al que se refiere Alberto Lleras es un apátrida. Un ejército que le llegase a hacer caso a un político que pide que disparen contra el pueblo –que en esencia fue lo que solicitó iracundo Álvaro Uribe– está condenado a perder la confianza, el respeto y el afecto de la ciudadanía.

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Y eso no solo pasa en Colombia. Trump le pidió al ejército de Estados Unidos que saliera a las calles para reprimir violentamente las marchas del Black Lives Matter. El comandante del Estado Mayor y el propio secretario de Defensa prefirieron acatar la Constitución y rechazar la solicitud. Posteriormente, el mismo Trump pidió a los militares que apoyaran su esfuerzo por perpetuarse en el poder. Otra vez, las fuerzas se negaron a validar semejante pretensión. Esa actitud institucional y misional debería servir de ejemplo a nuestros hombres en armas cuando los acechan los peligrosos cantos de sirena de quienes, arropados en la bandera, les piden que actúen contra el pueblo.

Dictum. La reforma tributaria no es la razón, solo la mecha, el detonante de la tremenda ira, descontento y desespero de los colombianos ante la incompetencia, arrogancia e insensibilidad de este gobierno”.

GABRIEL SILVA LUJÁN

La columna escrita por Gabriel Silva Luján ​ no representa la línea editorial del medio El Cronista.co