Periodismo de análisis y opinión de Ibagué y el Tolima

Opinión

Claro que sí

Claro que sí
[LetraCapital Letra="M"]i abuelo paterno peleó en la guerra de los mil días y regresó derrotado al Líbano conservando un silencio tan largo como el perro de la casa que nunca ladraba. Quiso conservarse callado como si las palabras le resucitaran hechos dolorosos y tuvo temor del regreso de otras batallas porque aprendió a la brava repudiar la violencia. Se ilusionó con la idea de no presenciar nunca otros enfrentamientos pero sus sueños no fueron cumplidos, puesto que a mi padre le tocó huir varias veces perseguido por la intolerancia del gobierno de entonces al no compartir sus ideas ni sus métodos. A nosotros los hijos, la violencia nos robó la infancia, la alegría de permanecer en el pueblo donde nacimos y la pérdida definitiva de no pocos amigos y vecinos. Todos fuimos víctimas de la intolerancia y conocimos desde niños lo terrible de la muerte violenta, los descabezados y el habitar el miedo como parte del aire del ambiente. Habría de correspondernos el destino de los trashumantes y encarnar a los desplazados de entonces. Hoy es fácil decirlo, pero toda la carga que implica el éxodo forzado nos marca para siempre. Hubo un instante en que creímos que estábamos salvados, pero ya la mutilación de tantos desprendimientos no nos permitió. Fuimos refugiados y la vida jamás volvió a ser la misma, aunque por fortuna nunca habitamos aprisionados por el odio sino más bien por el temor.

Toda aquella barbarie vivida nos hizo desde entonces conocer de la necesidad apremiante de la paz. Si bien es cierto la peste indetenible de la corrupción y las desigualdades económicas han seguido su marcha triunfal, una violencia tras otra fue surgiendo y los titulares de la prensa y la radio se han encargado de enumerar el boletín policiaco saturado de crímenes, falta de respeto a la vida y la mancha mortuoria de la intolerancia desplegándose por debajo de las puertas y golpeando las ventanas. Una paz estable y duradera requiere con urgencia el país y así ha sido en muchos lugares del mundo para seguir su ejemplo. Deseamos que haya menos asesinados y menos dolor en las familias, que la guerra sea de ideas y no de balas y que las próximas generaciones tengan una nación menos violenta. Tenemos como seres humanos muchas limitaciones en el tiempo y el espacio, que no vale la pena desgastarnos en lo inútil de las guerras, en liarnos a trompadas para saber quién tiene la razón y en gastar el cerebro elaborando insultos contra el otro.

 

Respeto el punto de vista de quienes piensan lo contrario, puesto que si deseo la paz no puedo estar haciendo guerras contra otros. No comparto sus criterios y muchos han creído que nosotros somos soñadores creyendo en embelecos como este, pero ese es el camino al que le apuesto. Para quienes como yo que hemos sido hijos legítimos de la violencia, la alternativa frente al plebiscito no podría ser otro que votar el SÍ. Me dolería que mis hijos o mis nietos tuvieran que ir al frente de batalla por encima de la dura que enfrentan con la vida. Y por ellos y por todos voto SÍ. Esto no tiene reversa y podremos brindar felices desde el alma porque con este SÍ la guerra tiene tumba.

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