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Opinión

Buscándole “damisela” a Coco Chanel

Buscándole “damisela” a Coco Chanel

Por Oscar Viña Pardo


Desde que empezamos a hablar de seres sintientes y humanización de mascotas, el panorama reproductor de los caninos cambió. Ahora, lo que antes era un encuentro casual en la calle, se ha convertido en todo un ritual, con visitas previas en casa de los candidatos perrunos y la aprobación de padres, tíos, y hasta abuelos. Así es como se ha transformado la tarea de ser "padres" de un canino.

Aunque esta no era la regla, era muy común ver estas escenas en las calles de los barrios, o al menos a mi me toco que verlo muchas veces. Otros cuidando sus perritos podían seguir con ese ritual. 

Empecemos por los nombres. Antes eran simples: Fifi, Firulais, Max, Toby, Rocky, Thor, Luna o Linda. Ahora, son compuestos y sofisticados, inspirados en marcas o personajes internacionales: Coco Chanel, Dulce María, Sexy Lady, Lady Gaga. Son nombres acordes a la raza y personalidad del perro, y cuando sus dueños los reprenden, usan los dos nombres para que el canino sienta claramente la desaprobación en el tono de voz.

La primera cita de estos perritos se gestiona, cómo no, por redes sociales. Sus amos tienen listo el catálogo de fotos para esa búsqueda del compañero ideal. Es como un Tinder canino, más o menos.

Luego viene la charla entre dueños, donde se destacan las cualidades del perro. En estos discursos, lo divino y lo humano se mezclan, y hasta las matemáticas, literatura e ideología parecen formar parte del perfil canino. Curiosamente, los perros terminan teniendo gustos similares a los de su potencial pareja.

La primera cita en zona neutral, ya sea en una casa de cuidado canino (lo que llamaríamos un "motel" para perros) o en la casa del perro, se convierte en una prueba de fuego. La empatía entre los caninos se analiza cuidadosamente, y un comentario mal hecho por alguno de los dueños puede romper el corazón de los peluditos, que en esa primera impresión podrían estar saltando de emoción.

En una ocasión, como abuelo responsable, sugerí que los dejaran ir a la habitación. La mamá de la perrita, llamada Dulce María, me acusó de estar cosificando a su mascota. Molesta, se levantó junto a sus padres y se despidió con un frío “que tenga buenas noches”. Solo me quedó decirle al perrito: “Mijo, le tocó seguir con el muñequito de peluche.”

Cuando hay “match”, comienza la negociación entre los dueños: dinero u otro perro pueden ser parte del trato. Se da por hecho que, cuando la perrita entre en celo, deberá visitar la casa del perro o el motel canino. Lo ideal es que el macho no esté bañado, para que sus feromonas hagan el trabajo de conquista, dicen los que saben, nada de pachulis.

Estos momentos son de gran tensión para los dueños, pues no se sabe si el perrito logrará su cometido. Ya no es como antes, donde la ley de la calle daba a los machos ventaja. Ahora, por el bien de las razas y de la humanidad, todo ha cambiado.

El embarazo de la perrita es motivo de fiesta en ambos hogares, pues el pedigrí de los cachorros eleva su estatus, tal como los hijos humanos que suben tres estratos. Se lleva un control exhaustivo del embarazo, con sesiones de fotos y, en algunos casos, ecografías.

Al final, otro miembro se suma a la familia, o tal vez a la de otros. Y así comienza de nuevo el ritual, donde los dueños deciden si sus perros serán padres o si optan por la castración, una elección común en estos tiempos modernos.

Cambia, todo cambia, como dice Mercedes Sosa. Los jóvenes ya no quieren ser padres; prefieren una mascota que les bata la cola en lugar de limpiar la cola.

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