Opinión
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Hoy, al despertar, he intentado detenerme en los diversos y numerosos pensamientos y sentimientos que han invadido mi cabeza y corazón, siempre con el fin de buscar alternativas y posibles salidas para que más colombianos no sigan cayendo en las calles, convertidas más que en campos de batalla en sitios de dolor.
En lo más profundo de mí, voy desnudando ese sentimiento nacional, natural y humano que nos invade a millones de corazones. Pero también nos invade la angustia, el dolor y el miedo, sentimientos que debemos contrarrestar con los valores del amor la solidaridad y la empatía con el amigo, el vecino o el desconocido que están siendo víctima injustamente de la arbitrariedad con la que han actuado algunos agentes del Estado y algunos ciudadanos.
Sobre nuestros hombros pesa esta violencia sangrienta alimentada por los gobiernos y su cáncer agresivo conocido como la corrupción, pero contra la cual estamos en la esencial obligación de cambiar y darle un rumbo diferente a nuestro país.
- (Puede leer: Los jóvenes, el actor social más importante del país)
Este cambio que anhelamos y con el cual soñamos requiere de nuestro compromiso irrestricto por la paz y el diálogo, donde debemos rechazar cualquier acto de violencia, provenga de donde provenga. Actos que han cruzado esa delgada línea, que la historia nos enseña que no debemos cruzar.
Insistamos en seguir caminando por la paz hoy más que nunca y esto requiere el entender que en medio de la pluralidad de pensamientos, la democracia nos otorga de una manera única la opción de poder cambiar la historia de la civilización, por una más humana.
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