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Opinión

El Alzheimer siempre nos dio pistas y no lo vimos

El Alzheimer siempre nos dio pistas y no lo vimos

Por: German E. Gómez Carvajal 


La abuela siempre ha dicho muchas cosas, demasiadas. Recuerdo oírla echando unos carretazos que solo se creía ella, impulsada por una vanidad enorme que aún, pese al Alzheimer, conserva. Decía que cuando iba al médico, el galeno, se negaba a creer que ella tuviera todos esos años y para constatar que era cierto le pedía la cédula. Además, añadía, que el doctor le preguntaba por su ascendencia gitana y por sus rutinas para el cuidado de la piel.

Esa historia la repetía y la revivía, cambiando la fecha y los nombres con la credulidad de que le creíamos.

Nosotros efectivamente le creímos la primera vez, ¿Porqué por qué no hacerlo?, pero al escuchar la misma historia en todas las citas médicas, la diagnosticamos creidísima pero nunca enferma.

La abuela empezó a titubear para llamarnos a la mesa, los nombres se le perdían y ella astutamente nos usteaba y nos señalaba la silla del comedor donde debíamos sentarnos a comer, nadie hizo énfasis en esos lapsus, porque quién no ha confundido el nombre de un niño con el de otro.

Empezó a trocarnos la vida y los oficios, mi hijo el periodista, comentaba. ¡Abuela, pero el periodista soy yo!, le corregía yo en mi inocencia. Eso es lo mismo mijo. Y yo me sentía ascendido de nieto a hijo felizmente halagado, pero nunca advertido de lo que estaba pasando con la abuela.

El Alzheimer se caracteriza por una progresiva pérdida de memoria, deterioro cognitivo y cambios en la personalidad, pero lejos estábamos nosotros de entender a la abuela, fuimos tardos y miopes en descubrir que la abuela era uno de los diez millones de casos nuevos de Alzheimer que se diagnostican cada año, según cifras de Alzheimer´s Association.

Sufrimos la enfermedad sin ni siquiera identificarla. La abuela empezó a hacer unos apuntes maluquísmos a sus seres queridos, yo nunca fui tan gorda como usted, le decía a mi mamá y a las tías, yo nunca pensé tener nietos negros, bajitos, pati secos, ‘nosotros’ (hacia énfasis en ese nosotros) siempre fuimos bien parecidos, bien tenidos, no éramos así, concluía.

Nos miraba con desdén; y ese ‘nosotros’ a sus familiares de verdad nos hería porque nos desconocía, nos minimizaba, nos ponía más debajo de lo bajo. Además, porque la abuela empezó de adulta mayor a explorar otros quereres exógenos, quereres que muy seguramente se aprovecharon de su condición.

Aunque la abuela para ese entonces aún era ella, su mirada de ceño fruncido, su aire de matrona, su generosidad con la comida, su respaldo certero sin zalamería, ahora eran acompañados por con unos brotes de bravuconería y de inventiva difíciles de lidiar.

Tuvo que pasar casi una tragedia para que por fin la enfermedad de la abuela quedara expuesta y pudiéramos entonces entender a nuestra viejita una tanta tarde.

Razón por la que esta historia familiar pasa a ser un contenido público porque tal vez estés recibiendo alertas en casa y tengas por lo menos la posibilidad de mediante la detección temprana, brindar un ocaso más digno a tus viejos.

En su soledad, un día la abuela casi hace matar a un hombre: en pandemia nos dejó claro que nos quería a todos lejitos porque no vaya a ser…una frase muy suya, que no completaba, pero que nosotros entendíamos. No quería que fuéramos a llevarle el virus. Ella se las arreglaba sola.

Ninguno quiso contrariarla.

En su aislamiento decidido encontró apoyo en un señor que llamaremos el Paisa, el Paisa, cuidaba carros, pintaba fachadas, y en tiempos de la Covid le hacía mandados a la abuela. Un día el paisa no volvió con el mercado que la abuela le pidió traer, la abuela enfurecida y desilusionada le contó a un par de vecinos, el par de vecinos estaban prestos a ajusticiar al paisa a garrote y plan, al mejor estilo del ajusticiamiento de barrio popular.

No antes de recibir par golpes, el paisa empezó a recitar la lista de mercado que había mandado a comprar a la abuela y el lugar exacto donde lo había dejado, porque además de ir a comprarle el mercado, el Paisa le acomodaba los víveres a la viejita.

Casi me matan por buena gente dijo el Paisa, con toda la razón. Pero quien en realidad murió ese día fue la abuela, no murió del todo, pero se perdió por completo su esencia. La llevaron al médico tras el malentendido pues sufrió un colapso nervioso.

No era para menos, confrontarse y descubrirse realmente enferma, perdida en su propia mente y exponiendo a gente querida a situaciones de peligro la alteró a tope.

La diagnosticaron y la medicaron, atrás quedó su fuerza y su soledad disfrutada, los médicos nos explicaron como iría menguando, como se iría apagando de a poco y nos hicieron una claridad, jamás podrá ella estar sola, una responsabilidad inquebrantable que sus hijos han asumido con gallardía y cariño.

Han pasado ya cuatro años y la abuela tiene ahora la mirada de un bebé, diáfana, inmaculada, nos mira sin mirar, difícilmente puede sostener una conversación coherente y ya no habita el lugar que pisa, habla de otros lugares de otros tiempos, está en otra sintonía.

Cuando llego a su casa juega a servirme la comida, cuando la beso se busca entre su seno la carterita donde siempre guardó sus pesos, como si en el bolsillo de su memoria estuviera el recuerdo vivo de ese nieto pedigüeño al que nunca podía negarle el helado, el dulce, la fiesta, la camiseta, el viaje.

Como ya no hay cartera me mira triste y yo le cambio el rol, y entonces la doto de un dulce o algún amasijo de esos que le encantan. Me mira pícara y cómplice como cuando me alcahueteaba mis caprichos. Me dice mijo por educación, y mis tías se ríen, porque cuando salgo de casa pregunta, ¿y quién es ese?

Vale la pena mencionar que, aunque esta enfermedad no tiene un tratamiento curativo, sí existen otros que retrasan la progresión del Alzheimer, haciendo que las personas sean lo más funcionales posible por el mayor tiempo, de ahí la relevancia de la detección temprana.

Por desconocimiento y ligereza, me perdí los últimos años de mi abuelita, ese angelito que es hoy no le hace justicia a la mujer de la fortaleza inconmensurable, a ese cuerpo le falta su garbo, su tonada, su impronta.

Tal vez si hubiésemos sido más sensibles a todas esas señales que hoy parecen obvias, la abuela estaría más presente, más vivaz, menos golpeada por esa enfermedad que corre a pasos de maratonista.

Siempre habrá pistas, muestras, indicadores que anuncien que algo no está del todo bien. Según la Organización Mundial de la Salud en los próximos diez años los casos de demencia en todo el mundo alcanzarían los 82 millones y en 2050 cerca de 150 millones de personas serían diagnosticadas con este síndrome.

Pilas, atención, alerta, en la repetición, en la insistencia en lo no cierto, en los cambios bruscos de comportamiento, en los olvidos de poca monta, puede haber alguien en casa pidiendo ayuda.

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