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El día de Año Nuevo
Por: Edgardo Ramírez Polanía
Su génesis se remonta al año 46 A. C., cuando el emperador Julio César, estableció ese día, como el primero de cada año y posteriormente fue acogida esa fecha por el Papa Gregorio XIII en 1582 y utilizada después como costumbre para festejar el Año Nuevo, en casi todos los países del mundo que lo reciben con fuegos artificiales.
En ese día, las creencias y las idolatrías, se integran en un mismo destino espiritual, en una misma sensibilidad y en una misma comunicación, con excepción de las opiniones que siempre se encuentran en distinto límite intelectual.
Para la celebración satisfactoria del Año Nuevo, no es relevante que las gentes pertenezcan a sistemas espirituales diferentes, si sus congregaciones lo permiten, sólo basta el afecto y el sentido de amistad para unirse en torno a su celebración.
Cada 31 de diciembre “agoniza el año y la noche cubre el cielo con su sombra imperiosa, que hace dormir las aves en sus nidos y se empeña en usurpar el cándido esplendor de la mañana”, para despejar las dudas y las ambigüedades y permitir que el optimismo y las emociones se interrelacionen y se complementen para ser más felices.
La media noche del Año Nuevo, tiene un sentimiento de melancolía que envuelve a los seres humanos en el torbellino de la incertidumbre, porque vivir se ha hecho difícil, debido a los problemas sociales del mundo, para poder ejercer con la fuerza arrolladora de la razón, el impulso vital que haga permanecer incólumes los sueños y las esperanzas que son la mejor manera de querer.
En casi todos los confines del mundo se celebra el Año Nuevo, en una comunión de identidades y preguntas insondables por las injusticias, las guerras y las desigualdades, que se agazapan contra los derechos individuales y colectivos, que hacen ver un sombrío horizonte, mientras que los autores de los desequilibrios sociales gozan y se solazan con la arbitrariedad.
Se dirá, que los problemas que nos acosan no son oportunos en el Año Nuevo. Algunos dicen que sí posible, porque tienen relación con el bienestar de la sociedad. Otros, pensamos que no sólo es posible, sino necesario ante el optimismo filosófico, del que hablaba Leibniz, esa idea y sensación irrevocable de abundancia y paz, que venden los gobiernos como noción orgullosa de su insensatez, que hace indispensable el análisis crítico de sus errores, las fallas de su moral, las debilidades de su razón, en esa zona oscura de la conciencia de la depredación y saqueo de los Estados que contradicen a la sociedad y causan desazón y repulsión en sus integrantes.
Las gentes piensan al despuntar el alba del Año Nuevo, en su porvenir, en la violencia que generan los bárbaros del mundo, que no albergan el hermoso sentimiento del amor, sino el odio y el egoísmo, para derrumbar ciudades con sus máquinas de guerra que llegan por los mares y los cielos a alumbrar la noche triste con sus misiles que incendian las estrellas y ciudades en “los lamentos de los moribundos”.
Es tanto el dolor que se confunde con la muerte y algunos dirán como el poeta Rubén Darío: “Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la dura piedra porque esa ya no siente…”. La muerte se ha convertido en un registro de desviados mentales, que se sacian de sangre y tierra ajena por motivos geopolíticos y religiosos.
El miedo se apodera de las gentes, se abandona el campo, los alimentos se importan, bajan las exportaciones, sube la economía subterránea que sostiene la apariencia del buen vivir. El Estado y sus entidades pierden su norte, los programas se estancan y la justicia deja de funcionar como debiera, para crear la inseguridad jurídica en la inversión, la producción y la riqueza. ¿Cómo no sentir preocupación al iniciar un nuevo año?.
Ese estado de postración nacional preocupa a los ciudadanos al inicio de cada año, porque se produce recesión económica y la migración de mano de obra calificada de un país a otro, y atraso en la economía y la inversión. Esas razones vienen a la mente, siempre con mejores esperanzas para que el país progrese con el agua potable suficiente y desarrollo social o que los corruptos dejen de apropiarse de los recursos públicos y la justicia y las autoridades cumplan su función con rectitud.
En un año puede cambiar toda una vida de esfuerzo y esa creencia nos hace meditar, en la necesidad de darle sentido a la unión familiar que no debe ceñirse a una reunión de fin de año, sino debe tener connotaciones y sentimientos más profundos fundados en el amor y la solidaridad.
El Año Nuevo, debe servir para pensar en un mejor porvenir mediante la superación de las dificultades, sin esperar que los gobiernos, los políticos, los comerciantes de la fe y los dioses hechos por los hombres, sean quienes determinen nuestro futuro, que debe edificarse con nuestro propio esfuerzo creador de la rueda catalina de nuestro espíritu.
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