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Uribe es Colombia

Uribe es Colombia

Por Felipe Ferro

*Diputado Asamblea del Tolima. Centro Democrático

El 7 de agosto se convirtió en torrente de esperanza: ríos humanos con el corazón en alto inundaron más de 26 departamentos y al menos 33 ciudades en Colombia y también en el exterior, para decir con voz firme que no están dispuestos a dejar que el país resbale por el abismo.

Cerca de un millón de compatriotas –más de 900.000 según los organizadores– marcharon con banderas, himnos y arengas, pacíficos, decididos, demostrando cuánto aman y creen en la inocencia del gran colombiano Álvaro Uribe Vélez.

Fue una demostración conmovedora que tuvo en Ibagué un capítulo especial: miles de tolimenses salimos a las calles con orgullo, llenando avenidas y plazas para alzar la voz por la justicia, la democracia y la libertad. Y, al igual que en Bogotá, Cali, Medellín, Cúcuta, Villavicencio, Pereira, Bucaramanga y Neiva, el paisaje fue el mismo: gentes de todos los colores y edades, marchando con convicción, sin vandalismo ni destrucción alguna, pero con la firmeza de quien sabe que está defendiendo el futuro de Colombia.

¿Por qué tanta pasión? Porque sentimos que se ha cometido una grave injusticia: mientras miembros de las Farc hoy legislan sin culpa ni condena en el Congreso, quien entregó orden, seguridad y progreso al país es condenado a 12 años de prisión domiciliaria por fraude procesal y soborno a testigos. Y, como si eso fuera poco, ayer se cumplieron dos meses del atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay —un atentado que enluta al Centro Democrático y al país entero y exige respuestas claras del Gobierno Nacional.

Estas masivas movilizaciones revelaron el carisma intacto del expresidente Uribe: barón electoral y maestro de convocatoria, capaz de convocar mares humanos después de más de veinte años de vida pública, mientras el presidente Petro —tras tres años en el poder— comienza a perder fuelle en su capacidad de arrastre ciudadano.

La marcha uribista no es un arrebato; es una expresión cívica genuina, proinstitución, prodemocracia y pro-justicia objetiva, sin matices políticos: una cuota inicial para el voto consciente, reforzada por convicción, no por imposición. Esta disciplina emocional y política envía señales claras para 2026: el Centro Democrático será determinante para salvar a Colombia del autoritarismo y la mezquindad.

No puedo dejar de resaltar un contraste evidente: la izquierda, al ser antisistema, necesita provocar rupturas para llamar la atención; en cambio, el uribismo marcha, vota, construye, se defiende y no quiebra el orden. Esa diferencia convierte su impacto electoral en un arma poderosa para retomar el rumbo y, sobre todo, la esperanza. Colombia salió el 7 de agosto, sin miedo, a defender lo más sagrado: la democracia, la libertad, la justicia. Se alzó una voz llena de pasión, de fervor, de fe en un líder y en un país que no está dispuesto a colapsar. Porque los derechos no se negocian, y en 2026 no permitiremos que continúe este régimen autoritario y mezquino.

El 7 de agosto, Colombia habló con voz firme y un solo corazón: Uribe es Colombia. Y, para la amargura y frustración de la izquierda retardataria, seguiremos parafraseando la canción de Silvestre Dangond, “Uribe sigue siendo el papá.”.

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