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‘Somos ciudad musical’: acordes de nuestra historia
Programa de las masas corales del Tolima. Archivo de: Tolima total.
Tras las huellas de Sequeira - Por Carlos Pardo Viña
Historias de un cura que fue soldado, músico, creó el primer coro y la primera escuela de música en Ibagué en 1575 y que fue enjuiciado por pintar y distribuir una caricatura “difamatoria” contra el alcalde de la ciudad.
En su libro Historia de la música en el Tolima, Helio Fabio González Pacheco reseñó una escuela de canto en 1575, dirigida por el entonces párroco de Ibagué, Antonio Segura. Que una escuela musical existiera apenas 25 años luego de la fundación, llamó mi atención. Ya llevaba varios años intentando encontrar el origen de Ciudad Musical, y pasaba los días y las tardes leyendo los periódicos del siglo XIX para ver si encontraba la semilla que marcaría nuestra historia y nuestra identidad.
González Pacheco no daba mayor información ni había una nota de pie de página que pudiera darme pistas bibliográficas de por dónde comenzar a investigar la historia del sacerdote. No dudaba de que el dato fuera real, pero saber quién era Antonio Segura, se convirtió en una de esas pequeñas obsesiones que acompañan mi trabajo. Durante meses me sumergí en innumerables páginas de la historia, hasta que comprendí la razón del porqué de las dificultades para hallarlo: el párroco no se llamaba Antonio Segura sino Antonio de Sequeira, un portugués que había españolizado su nombre.
Con el dato en mi pequeña libreta, reinicié la búsqueda y mi ojos brillaron cuando encontré su nombre en el documento oficial de nombramiento como sacerdote. De Sequeira era un soldado que, seguramente hastiado de la muerte, pidió su baja de las huestes conquistadoras. En el decreto se establecía su ordenación y se especificaba que “A Dios le sirve igual matando infieles o convirtiéndolos”. El ahora párroco fue designado primero a Santa Marta, y en 1575 a San Bonifacio de Ibagué del Valle de las Lanzas.
Intérprete de guitarra, organizó el primer coro del cual se tenga noticia en la ciudad. Era un coro de iglesia, integrado por Isabel de Bocanegra y otras damas de “alta alcurnia” del por entonces villorrio. Complacido por la inclinación musical de los “indios civilizados” y de españoles y criollos asentados en el territorio, creó también la primera escuela de canto y guitarra, una práctica que se repetiría a lo largo de la historia: las academias de música, inicialmente para señoritas y señoritos, se multiplicarían en el siglo XIX. Hacia 1876 hay registros e la escuelas Sicard y, más adelante, Sicard y Melendro, las mismas con las que se toparía el ahora famoso conde de Gabriac en su visita a Ibagué.
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Sequeira no sólo era músico. También era pintor. En el Archivo General de la Nación, en el tomo 27, documento 1, en la sección Criminales, reposa el proceso judicial del alcalde Francisco del Pulgar y su suegra, Catalina de Mora, contra Pedro de Medina y consortes por los libelos infamatorios que contra ellos se pusieron en Ibagué, Tocaima y Mariquita, por escrito y en figuras dibujadas. Se trataba de una suerte de caricaturas en la que se veía a Del Pulgar azotando a su suegra que aparecieron empapelando la ciudad el 9 de noviembre de 1577.
El proceso da cuenta de la enemistad entre el capitán Del Pulgar y el párroco De Sequeira y en los documentos se narran los testimonios y el esfuerzo de las autoridades por encontrar los responsables de los libelos difamatarios, un delito grave por entonces.
Varios integrantes del coro declararon. Al final, por su fuero eclesial, fue imposible condenar al párroco. A su discípulo, Alonso de Barrera, se le condenó a cárcel, salida a lomo de bestia con coroza, un gorro de papel pintado en forma cónica que se ponía a los condenados por la inquisición española, y a recibir 200 latigazos. Sequeira fue trasladado a Tocaima y se perdió entre los vericuetos de la historia. Quizá sea la primer caricatura de la que se tenga noticia en Ibagué.
Un soldado, cura, músico y pintor, hizo parte de las intrigas de la naciente ciudad. Hoy, los barullos subsisten. Yo intento acallarlos fijando mi mirada en los periódicos viejos, que entretienen mucho más que los actuales. Me deleito construyendo estas historias que hoy en día, seguramente a pocos le interesan, pero mi la alegría de que hayas llegado a esta última línea, me impulsan.
Espere la segunda entrega: Entierros con trompeta.
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