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La apuesta turística de la comunidad de la vereda Cay inicia con los arrieros

Arrieros de la vereda Cay, Ibagué
En las veredas de Ibagué, la arriería se niega a desaparecer. Es un oficio que habita en la memoria de los campesinos, quienes, como sus ancestros, transportan mercancías entre la cabecera de la vereda Cay y las fincas más apartadas, a más de cinco horas de camino por la montaña. Casas ocultas tras la cordillera, solo accesibles por senderos que desafían la modernidad.
Víctor es un aprendiz de la montaña. Hace ocho años se unió a los hermanos Lima y desde entonces ha cargado, junto a ellos, el peso de la tradición. Ninguna carga les resulta imposible: café, plátano, arena o cemento, todo llega a destino gracias a su tenacidad.
A diferencia de la ciudad, donde las motos han reemplazado a las mulas, en la vereda Cay los arrieros siguen siendo insustituibles, como todo el Cañón del Combeima. Sus bestias conquistan terrenos inaccesibles, abriendo caminos donde el progreso aún no pisa. Víctor lo cuenta con orgullo a El Cronista, destacando cómo, en los momentos más difíciles, son estos animales los que garantizan el tránsito seguro de las familias campesinas.
La Mona, la Avispa, Marcelo, Bocadillo, la Negra y Azabache no solo son sus aliadas de carga, sino parte de la familia. Mantenerlas bien alimentadas es una prioridad. Para sus dueños, permitir que pasen hambre es impensable. Prefieren tener pocas, pero fuertes y saludables.
Los hermanos Lima
Los hermanos Lima son guardianes de un legado que les fue heredado por su padre, un viejo arriero que les enseñó los secretos del camino. Santiago, el mayor, comenzó a los 16 años. Aunque pronto tuvo sus propias mulas, aprendió junto a su progenitor las destrezas de la arriería. Con ese trabajo sacó adelante a su familia. Hoy, a punto de celebrar 50 años de matrimonio, mira con nostalgia cómo sus hijos tomaron otros rumbos, pero encuentra consuelo en su nieto menor, quien lo sigue con curiosidad, esperando la recompensa de un dulce al final del recorrido.
Campo Elías Lima, el hermano menor, también se inició en el oficio a los 16 años. Ahora, con 54, recuerda cuando su padre, agotado por los años y el desgaste físico, le vendió sus mulas. "El viejo ya estaba cansado, los brazos le dolían por el trajín diario de cargar y descargar", dice con melancolía.
Aun con los achaques de la edad, Campo Elías sigue amando su labor. "Me gusta madrugar, comenzar el trabajo antes de que despunte el sol", confiesa. Sabe que el esfuerzo es arduo, pero también entiende el valor de la palabra dada. Esa es la herencia que espera dejar a sus hijos y nietos. Aunque recibe ayuda cuando el cuerpo se lo exige, nunca deja de agradecer por tener un oficio digno.
Arrieros a la espera de turistas
Los arrieros de la vereda Cay sueñan con convertir su labor en una experiencia turística. Junto a la Junta de Acción Comunal y la fundación Itachue, han impulsado un proyecto comunitario para guiar a visitantes por los rincones más bellos de la comuna nueve.
Para financiar esta iniciativa, han organizado un evento en la escuela La Cascada. Este sábado 21 de febrero, a las once de la mañana, los asistentes podrán disfrutar de un sancocho comunitario y un bingo, mientras descubren desde la palabra destinos como Mirasol y el mirador de Alaska, entre otros.
En el futuro, esperan perfeccionar sus conocimientos en guianza turística y sumarse a la red de turismo rural. Quieren compartir su amor por la montaña con quienes buscan una experiencia auténtica en medio de la naturaleza.
Arrieros somos, y en el camino andamos.
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