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"El 'Pastorcito', no sólo es mentiroso, también es irrespetuoso"

"El 'Pastorcito', no sólo es mentiroso, también es irrespetuoso"

En el teatro político actual, algunos actores parecen haber olvidado que, más allá de las promesas y discursos, el respeto y la honestidad son los pilares fundamentales que deben guiar sus acciones.

Un reciente episodio en la política local nos dejó una muestra más de cómo algunos personajes se han apropiado de la fe religiosa y de los valores que deberían defender para esconder sus intereses personales y manipular a las masas. Pero lo peor no es solo la falta de ética detrás de sus palabras, sino cómo esas palabras se vuelven un ataque directo hacia las mujeres en la política.

Hace poco, un político subió a una tarima y, citando la Biblia, hizo comentarios lamentables que calificaban a las mujeres en la política de “tontas”. Este tipo de expresiones no solo denigran a las mujeres que, con esfuerzo y dedicación, han logrado ocupar cargos importantes en un terreno históricamente dominado por hombres, sino que reflejan una actitud profundamente misógina y condescendiente que sigue siendo común en ciertos círculos políticos.

Y lo que resulta aún más grave es que, en lugar de condenar esta actitud, algunos se escudan en algo tan sagrado como la Biblia, tratando de justificar sus prejuicios con citas religiosas que nada tienen que ver con los principios que realmente predican. ¿Acaso no es irónico que, aquellos que más recurren a la religión para cimentar su imagen pública, sean los mismos que promueven la división y el ataque hacia quienes buscan hacer política de manera honesta y respetuosa?

Usar la Biblia como una herramienta para atacar a las mujeres o, peor aún, para descalificar su capacidad política, no solo es un acto de hipocresía, sino un verdadero peligro. Aquellos que se esconden detrás de la fe para lanzar piedras a quienes no piensan igual que ellos, están manipulando algo sagrado para esconder sus propios intereses y egoísmos. El uso de la religión como escudo es una táctica política que no tiene lugar en una democracia que se basa en el respeto mutuo, la equidad y la justicia.

Este comportamiento refleja una gestión política que ha estado marcada, no por logros reales, sino por la constante repetición de promesas vacías, la construcción de una imagen de “líder” que se desmorona cuando se analiza en detalle su verdadera gestión.

¿Cuántas veces hemos escuchado sobre inauguraciones de obras que no fueron terminadas o eventos que no cumplían con los estándares prometidos? ¿Cuántas promesas de desarrollo y mejora se quedaron en el papel? En lugar de demostrar un verdadero compromiso con la ciudad y su gente, algunos se dedicaron a crear una fachada de “acción” que solo servía para mantenerse en la palestra.

Y no se trata solo de obras inconclusas o promesas rotas. Es una estrategia mucho más insidiosa, que busca descalificar a sus opositores, especialmente a las mujeres, con comentarios que rozan la misoginia. Al referirse a ellas como “tontas” o incapaces de gobernar, estos políticos no solo están menospreciando la capacidad de muchas mujeres que día a día luchan por mejorar las condiciones de sus comunidades, sino que están perpetuando una cultura de discriminación que ya debería haber quedado atrás.
 

Lo verdaderamente alarmante es que este tipo de comportamientos siguen siendo tolerados, y es la responsabilidad de todos los ciudadanos, independientemente de su posición política, cuestionar y rechazar estos discursos cargados de odio y de desprecio. Porque la política no debe ser un campo de batalla donde se atacan las capacidades de una mujer por el simple hecho de ser mujer, ni debe ser un espacio en el que se utilicen valores espirituales para justificar el abuso de poder o la manipulación.

​​​​​​​La política necesita cambiar, y ese cambio debe comenzar por nosotros, los ciudadanos. No podemos seguir permitiendo que aquellos que se dicen ser nuestros representantes usen la religión como una cortina de humo para tapar su falta de honestidad y su desprecio hacia las mujeres y hacia la verdadera democracia. Es hora de exigir que, además de prometer, actúen con responsabilidad, respeto y dignidad. Y, sobre todo, que entiendan que el respeto hacia todas las personas, sin importar su género, es la base de una sociedad justa.

En definitiva, aquellos que pretenden hacer política usando la fe y el desprecio como herramientas deben ser cuestionados, y los ciudadanos debemos levantar la voz para exigir que nuestras voces sean escuchadas de manera igualitaria. Las mujeres tienen derecho a ocupar espacios políticos sin ser atacadas ni menospreciadas, y es responsabilidad de todos garantizar que esos derechos sean respetados.

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