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Óscar Berbeo, con ínfulas de gaitanista a facho

Óscar Berbeo, con ínfulas de gaitanista a facho

La política tiene sus paradojas kafkianas, y la metamorfosis es una de ellas, donde ciertos personajes sufren unas transformaciones radicalmente opuestas en su forma de pensar y de actuar, que pasan de defensores de Dios a devotos del diablo. 

Esa parece ser la suerte ¿o la enfermedad?  del actual secretario de Gobierno Municipal de Ibagué,  Óscar Berbeo, que de defender posiciones progresistas y hasta de izquierda en el partido Liberal, ahora pregona credos absolutistas y autoritarios semejantes a los que profesaron y practicaron en su época sátrapas como Adolfo Hitler, Benito Mussolini o Francisco Franco. 

El cargo se le subió a la cabeza y sus calenturas las expresa con actos de soberbia, arbitrariedad y ostentación de poder. 

Los tiempos en que escribía reflexiones libertarias en su muro de Facebook  como un obcecado gaitanista, pronto quedaron atrás. Ahora lo invoca tergiversándolo y poniéndolo al servicio de sus oscuros pensamientos para destruir el legado de defensor de la raza indígena de Gaitán.

 Una forma vulgar de interpretar a un líder, cuyo pensamiento y filosofía representa todo lo contrario a lo realiza Berbeo como funcionario de un gobierno incapaz, inepto, derrochón de los recursos públicos y oscuro en sus procederes para contratar.

El secretario de Gobierno, olvidó los principios dicromáticos, de respeto y tolerancia por el otro, de buscar consensos y acuerdos en la diversidad, de no imponer a la fuerza sus propios criterios. Y echó por la borda la sensatez que debe tener todo gobernante,  de ecuanimidad para proceder en los actos de gobierno.

 Eso de subirse a un pedestal para echar a tierra un símbolo de la raza indígena como Quintín Lame, así haya sido elaborado en icopor, es una acción de prepotencia de un gobernante o funcionario o burócrata fantoche, con primarios conocimientos culturales, sin criterios políticos definidos, y más aún, sin brújula donde ubicarse al no ser la del atropello, la de la fuerza, el autoritarismo y la camorra. 

El acto de destrozar la efigie de Quintín Lame, en el puente del Sena, no tiene ninguna otra explicación que las ya descritas, como también las de provocar e incendiar los ánimos, cuando debería actuar como un funcionario de reconciliación y paz, de buscar acuerdos para la convivencia de todos los ciudadanos que habitamos esta ciudad, pero hace todo lo contrario como pendenciero y provocador. 

Berbeo desconoce que las estatuas y movimientos culturales obedecen a la creación e imaginarios de los pueblos, que los arraigos de ciertas figuras políticas, artísticas, literarias, movimientos musicales no vienen por decretos ni por leyes, sino que a través de los años se quedan en la memoria de los pueblos como símbolos imborrables, y son adoptados por generaciones sucesivas según el valor de las obras realizadas. Bolívar, Sucre, Santander, no fueron creados por leyes ni decretos, como tampoco los bambucos, los boleros, los tango ni el rock; lo mismo el cacique Calarcá o Dulima. Con Quintín Lame sucedió lo mismo, se quedó en la historia y en la memoria de los pueblos por ser un indígena que luchó hasta su muerte por los derechos y reivindicaciones de los campesinos e indígenas colombianos, cuya tumba se encuentra en los cerros de Los Abechucos en Ortega (Tolima), como un estandarte eterno que nos recuerda un hombre fuera de serie en su momento histórico. 

No de otra manera se entiende, los calificativos despectivos, insultantes que hace unos meses profirió contra jóvenes protestantes del paro nacional, que, sin pruebas, los sindicó de vándalos, drogadictos, terroristas y demás calificativos propios de la ultraderecha. Sin desconocer desde luego, que estos movimientos, son infiltrados hasta por agentes que el gobierno envía para cometer fechorías y luego desprestigiarlos y restarle legitimidad a la protesta.

Pero bueno, no podemos pedir ni exigir más a un gobierno que nombra a sus funcionarios a la medida. 
A un alcalde diseñado solo para hacer contrataciones dudosas, que no tiene ningún compromiso con la ciudad salvo de improvisar, mentir, engañar como cualquier culebrero, adivino, brujo o mago de Lérida.

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