Columnistas
Y no aprendemos…
Cualquiera que simplemente se dirija a buscar datos evidentes de violencia en Colombia, se encuentra con una realidad que parece ficticia, y que en dado caso de asimilar las más de 220 mil víctimas mortales de la violencia, o los cerca de seis millones de desplazados por el mismo caso, inmediatamente debería pensarlo como algo del pasado que se quiere superar en conjunto como país y cada uno de sus habitantes, para seguir adelante y olvidar este periodo macabro de asesinatos, muertes y corrupción en la que hemos vivido por varias generaciones, y ojalá que dejemos de aparecer como referentes mundiales en todo tipo de ranking negativo relacionado con estos temas.
Ahora, con lo que ha pasado en los últimos meses con la pandemia del Covid 19, no se ha hecho más que mostrar al mundo que los seres humanos no pueden ser cifras y que vivimos en un país informal en el trabajo (Quienes tenemos la oportunidad de trabajar), porque el desempleo es muy alto y sigue creciendo, la situación de vulnerabilidad de los niños es atroz, y romantizamos los esfuerzos sobrehumanos que tienen que hacer pequeños de cinco o seis años, que caminan horas, nadan y pasan por canoas para llegar a las escuelas, y por bonito que suene la educación virtual, y se muestre como ejemplo de superación al que le toca subirse al árbol para tener la mínima señal de internet, todo eso lo que hace es demostrar la profunda desigualdad social que vivimos ¡el segundo país más desigual del mundo!, pero que lo amortizamos con risas, siendo el más feliz, o por lo menos el más alegre.
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Todo esto duele y se puede pasar por “indicadores”, y decir que vamos mejorando, pero la situación que vive el personal de la salud se sale de todos los márgenes posibles; la pandemia nos demostró la ausencia total de unidades de cuidados intensivos, que la cobertura no es tan universal como dicen, que la única solución es aplazar los contagios para no llenar el sistema completo, que los médicos tienen salarios significativamente bajos para lo que deberían y para lo que se esfuerzan por estar ahí, por entregar sus vidas para salvar las nuestras, que no tienen garantías, y menos en los lugares más apartados donde hemos visto cuadros desgarradores de esos verdaderos guerreros, que son la primera línea en la batalla contra el virus protegiéndose con ¡bolsas de basura!, con tapabocas sencillos, mientras quienes salen en televisión y sin ser prioritario su uso, tienen acaparados los que necesitarían los servidores de la salud.
La situación se ha vuelto tan grave, y han sido tan maltratados que se pasó de salir a los balcones para aplaudirlos -gesto noble y loable por su vocación- a en tan solo un par de semanas, empezar a recibir letreros en los ascensores despreciándolos, pidiendo que no entren a sus propias casas, ¡Después de jornadas larguísimas sin descanso!, a rayarles los carros con mensajes similares y a un rechazo injusto al que se han visto sometidos de manera lamentable, todo sumado a lo que habíamos planteado anteriormente de la situación para ellos.
Pero siempre se puede poner peor. Esta semana llegamos al punto más alto del contagio y más bajo de la humanidad, quizás no debería sorprender con los comportamientos comentados en líneas anteriores, y pudiera resultar “predecible”, pero resulta que ahora los médicos, que están de frente, en la primera línea de batalla, a los que les pagan muy mal (cuando les pagan), a los que aplaudían desde los balcones, y que ahora no dejan entrar a sus propios apartamentos, a los que les rayan sus vehículos con mensajes innombrables, ahora les mandan coronas fúnebres y amenazas de muerte, debido a la muerte natural de pacientes con covid 19, que tienen enfermedades preexistentes y que agravan la condición del virus. ¿Seguimos agrandando nuestros males?, si en muchos indicadores y en cifras nos dicen que vamos mejorando, en humanidad, estamos rajados, muy mal, y lo peor: ¡No aprendemos!
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