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¿Vale la pena vivir?

¿Vale la pena vivir?

La pregunta fue planteada por Albert Camus, filósofo francés, en su libro “El mito de Sísifo “escrito en 1946, a un año de finalizada la Segunda Guerra Mundial, que ocasionó la muerte de más de 60 millones de seres humanos.

Ciertamente, preguntarse si la vida vale la pena de ser vivida, es interrogarse si la vida tiene significado y objetivos, vale decir, si la experiencia de existir tiene sentido y cuál es ese sentido.

Por lo pronto, hay 3 instancias humanas que dificultan bastante la posibilidad de encontrar sentido positivo a nuestra existencia. Ellas son las siguientes: a) el sufrimiento y la desesperanza que caracterizan las relaciones sociales; b) la banalización y el hastío existencial (la rutina y el aburrimiento); c) la ineludible manifestación de la muerte (personal y colectiva).

Examinemos algunas respuestas a este interrogante crucial:

1.- La concepción religiosa cristiana. La más requerida en el mundo occidental, se sustenta en la esperanza de alcanzar la supervivencia “supraterrenal “. Señala que la existencia verdadera, se alcanza en la eternidad y, por tanto, los sucesos de esta vida humana están referidos o supeditados al valor y significado de ellos en relación al más allá.

En síntesis, se plantea que todo cuanto nos acontezca en esta vida – sea positivo o negativo – está inserto en un proceso de comprensión de quiénes somos verdaderamente, un proceso de aceptación y crecimiento interno y externo, el cual se consolida en la certeza de lograr una vida eterna de paz, amor y bienestar.

2.- La propuesta de la ciencia. Las ciencias apuntan a una respuesta de carácter objetiva, al indicar que hay dos fines que todo hombre debe procurar satisfacer, ellos son: a) la conservación de sí mismo y b) la conservación de la especie.

En este enfoque, el sentido de la existencia está entregado por el sentido de concreción de las necesidades. Es una propuesta que deja al hombre balanceándose en medio de la nada, ya que propone que el sentido de su vida es continuar existiendo como individuo y como especie, sin que haya – necesariamente – un sentido de crecimiento más allá de lo meramente físico y biológico, es un desarrollo a medias, en ningún caso pleno e integral.

3.- El materialismo. Plantea que el hombre y su existencia tienen sentido en la medida en que el ser humano asume un rol activo en la construcción y transformación de su entorno, sea este natural o social. La tarea del ser humano, es conquistar la naturaleza, para lo cual, incluso, la destruye (Martin Heidegger, filósofo alemán, denomina a esto como “el desocultar provocante “) en búsqueda de satisfacciones individuales e hipotéticamente colectivas.

Es una postura limitada y deficiente, pues reduce la condición humana a trabajar – la mayoría de las personas – en vistas del crecimiento material de la existencia, que suele satisfacer sólo a una minoría. Se deja, en segundo plano, el conocimiento y desarrollo de valores fundamentales, así como el descubrimiento de potencialidades, que beneficien y perfeccionen el género humano en su conjunto.

En definitiva, el sentido de la vida reside en el logro de objetivos, de metas principalmente económicas, en la consecución de una empresa. No obstante, es una propuesta que resulta insuficiente. En efecto, se ha constatado que tanto las sociedades como los individuos, perciben que - más allá del éxito o fracaso de objetivos o empresas – no se consigue la satisfacción plena de las personas.

4.- Esta opción pertenece al denominado Existencialismo. Esta propuesta filosófica, indica que al hombre sólo le es dada su existencia, ya sea dejándole en el centro de este mundo (existencialismo cristiano) o, simplemente, es arrojado, lanzado al mundo (existencialismo ateo). De ahí, cada individuo, es libre para construir su ser en el mundo, es decir, darle sentido a su existencia y - quizás - encontrar la siempre huidiza esencia. Señala, además, que el hombre (y la mujer) no sólo vive, sino que está impulsado, obligado a hacerlo, a hacer algo, independientemente del sentido que se otorgue a ese vivir.

Para finalizar, proponemos, como tarea de todos, la posibilidad de aunar las propuestas mostradas y otras, teniendo como sustrato el Autoconocimiento en toda su expresión y potencia, que implica e involucra lo físico (fisiológico), emocional, mental (intelectual) y anímico (espiritual y/o valórico). Todo ello, con el fin substancial de permitir el crecimiento real y efectivo de la totalidad de las personas.

Por cierto, esta es una labor educativa de largo alcance y amplitud, que busca perfeccionar la condición humana. Una labor necesaria e imprescindible.

Como corolario, instamos a cada persona a asumir la misión y el deber de conocerse a sí mismo y construir – a partir de ese creciente conocimiento – el destino que quiere para sí mismo, para su entorno y para la sociedad en que habita.

               “Hay que educar para la vida – exámenes tenemos toda

                nuestra existencia -. Hay que enseñar a ser persona, a ser

                realmente humano. Hay que enseñar a ser Justos,

                Solidarios y Libres “. Claudio Naranjo.

               

*Docencia e investigación en filosofía

Universidad de Chile

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