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Serenidad
Ciertamente, una de las cualidades más excelsas del ser humano - aunque, muchas veces, omitida y desdeñada - la constituye la calma, la quietud emocional, mental y espiritual.
Ella permite enfrentar de manera adecuada las dificultades sociales, ordenar los desequilibrios internos, idear y avizorar una vida más bella y más justa y, quizás lo más importante, la tranquilidad entrega herramientas de encuentro y armonía del ser humano consigo mismo y su entorno.
Ahora bien, Aristóteles concibe la serenidad como virtud fundamental (“areté”), la llama “templanza”, que es ese sosiego interno, necesario para conocerse cada vez más y darle sentido profundo a la existencia, así como para develar los enigmas de la siempre inefable naturaleza. Durante el medioevo, se le denomina “mansedumbre”, pues allana el espacio terrenal sobre el cual hombres buenos y sabios puedan edificar el nuevo mundo.
Por lo pronto, más allá del nombre o apelativo, lo que importa es reconocer y perseverar en sus aspectos primordiales: la calma que otorga sabiduría y comprensión, que genera amplitud de entendimiento, claridad de intereses, además de concordar diferencias entre las personas y orientarlas hacia el desarrollo y enriquecimiento mancomunado de objetivos, en beneficio de la humanidad en su conjunto.
La serenidad representa, entonces, un valor esencial para todas las personas. No es posible construir ni crear nuevas y mejores realidades – tanto individuales como colectivas- si estamos alienados, alterados e iracundos, es decir fuera de nosotros mismos. Es imprescindible regresar serenamente hacia nuestra interioridad – las veces que sean necesarias - para pensar, soñar y descubrir lo grande, poderoso y solidario que podemos ser, si nos aplicamos inteligentemente en esa tarea y en esa dirección.
Por cierto, estar y permanecer serenos, o sea, “salir” del mundo para “ingresar” en nosotros mismos, nos potencia como seres vivos, ya que desentrañamos todo aquello que está obnubilado por la vorágine y el bullicio ambiental. La quietud nos acerca a quienes somos realmente, a valorizarnos en toda su magnitud, a liberarnos de temores e inquietudes, a empoderarnos de lo que verdaderamente importa y engrandece, es decir, de valores como el Amor, el Conocimiento y la Libertad.
Ahora es el tiempo de darnos un regalo a nosotros mismos, esa maravillosa posibilidad de conocernos, amarnos y crecer en plenitud, todo lo cual son frutos sublimes de la serenidad, la quietud, la paz interior.
Esa templanza es la base para evolucionar y transformarnos en mejores personas y mejores ciudadanos, a caminar con seguridad, ingenio y optimismo en la creación de comunidades sustentadas no en afanes consumistas ni falsas necesidades, sino en la Justicia y la Sabiduría, únicas formas verdaderas de “salvar” nuestro tambaleante mundo.
En síntesis, la Serenidad es lo que propicia la auténtica movilidad de las personas, en creciente unidad con la Naturaleza, con el universo y con el Todo.
“La Serenidad es la chispa divina que antecede a toda creación”. Agustín de Hipona
“La virtud consiste en ser tranquilos y fuertes; con ese fuego interior, todo se abrasa”. Rubén Darío.
“Una vida feliz consiste en tener tranquilidad de espíritu”. Cicerón.
- Docencia e investigación en Filosofía
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