Columnistas
Réquiem por la esperanza
Hoy vivimos en la América Latina una irreversible crisis: La pérdida total de la esperanza, el triunfo incontrovertible del hastío, de la desesperanza, del nihilismo, de las distopías... de un nuevo fascismo, de un fascismo democrático.
En la América Latina pareciera que somos víctimas de una especie de trágico destino, marcado en primer lugar por la criminal presencia de las metrópolis que, disfrazando la explotación y el terror colonialista sobre los pueblos invadidos y “conquistados” (con el argumento de la encomiable tarea evangelizadora y de la ampliación ecuménica de los “valores” de la civilización occidental y cristiana) y luego, por el expansionismo que impusieron los poderosos estados imperialistas industrializados, militarizados y poseedores de una insaciable voracidad, que les llevó a un pormenorizado reparto del botín del mundo (sin dejar de sostener la retahíla de que sus acciones obedecían a un proceso indeclinable de expansión de la cultura, del alfabetismo, de la Ilustración, el “progreso” y el “desarrollo”) marchamos entre taciturnos y descorazonados, procurando mantener viva la bendita esperanza y mirando posibilidades de salir de esta condición de agonía histórica y dependentismo, de la mano de corrientes religiosas, tan masivas como estupidizadoras.
Ahora, inmersos en nuestra histórica aflicción, a cuenta de empresas multinacionales dedicadas ya sea al manejo de los fugaces capitales financieros o el extractivismo y la megaminería, mientras que renuevan las tesis acerca del poder del oro y se hace cada vez más patente el fetichismo del dinero y de las mercancías que en su momento denunciara Marx, abrimos de nuevo perspectivas a la ya desueta esperanza, a ese ambiguo don que le debemos a la mitológica Pandora.
La dura realidad del capitalismo tardío que todavía soportamos, ha traído como consecuencia no sólo la precarización de la vida social, sino la pérdida total de la esperanza. No hay orden duradero, el pasado se asume como algo inexistente y el futuro es aguardado como catastrófico y apocalíptico. El presentismo y la certidumbre de la derrota, conducen a la imposibilidad de soñar y proponer un mundo mejor para el futuro.
Sobre todo cuando vemos que en ningún período de la historia se perpetraron tantos crímenes masivos como durante el siglo xx y lo que va corrido del 21. El propósito de los grupos hegemónicos de alcanzar la total regulación y normalización de los individuos, condujo inexorablemente a la muerte administrada, justificada con argumentos como la promoción del “progreso”, la “defensa de la civilización” o simplemente por “razones de Estado”. Las invasiones y los genocidios se volvieron cotidianos, también los procesos bélicos que involucran a la población civil como objetivo militar, los bombardeos indiscriminados y los masivos desplazamientos poblacionales.
Todos estos recursos del miedo, de la miseria y de la muerte administrada que introdujo el siglo 20 junto al chantaje nuclear, a la barbarie ecológica y esa permanente banalización del mal, han conducido a un pesimismo trágico y al más desmesurado temor frente al futuro.
La perversa dinámica que este modelo de “civilización” comporta, ha conducido al desencadenamiento de peores situaciones que las que ya hemos soportado. Es bien seguro que el desarrollo tecno-científico desembocará en nuevas y terribles formas de dominación y de opresión, cada vez más incontrolables e incomprensibles para el ciudadano común, que las termina aceptando sin oponer resistencia.
Las perspectivas de este oscuro siglo 21 contienen ya las posibilidades de la aplicación de tendencias y de mecanismos bélicos, políticos, morales y pedagógicos, que marcarán a fuego el destino de la humanidad entera, bajo la impronta de un capitalismo tardío, irracional y caduco, pero que aún se muestra fuerte y arrogante.
La humanidad del siglo 21 es fruto de una imaginación defraudada: las ilusiones ideológicas propuestas por el cristianismo, por el liberalismo y por el socialismo sobre el amor al prójimo, el respeto por los derechos fundamentales de los individuos, el “Estado del bienestar”, la justicia y la equidad en la distribución de las riquezas, han fracasado, han puesto al descubierto sus falacias.
Absortos contemplamos la victoria de un “progreso” tecnocrático que lleva aneja la depauperación de la condición humana, se trata del triunfo, ya no de la utopía sino de las anti-utopías. El supuesto triunfo global de la “democracia occidental”, en realidad oculta la auténtica victoria de un fascismo redivivo, pero escondido tras la retórica del alfabetismo, la ilustración, la promoción de los derechos humanos y la instauración de los llamados “Estados de derecho”.
La barbarie siempre ha marchado ligada a la racionalidad occidental y a la ideología del progreso. El horror perdura porque, como lo analizara Hannah Arendt, vivimos un colapso moral que llevó a la banalización del mal.
La imposición del fascismo -tanto el anterior como el contemporáneo- no significó, ni significa, una abrupta irrupción del “mal” en el devenir histórico, sino su cotidiana permisividad y aceptación; el consentimiento del horror por parte de hombres comunes y corrientes, de una ciudadanía aletargada, incapaz de réplica o confrontación, porque ha sido preparada -pedagógica y religiosamente- para cumplir con unos comportamientos colectivos preestablecidos por modelos centrados en el control, la regulación poblacional y la subalternidad.
Brasil y Colombia
Por estas razones, mientras en Brasil (como en Colombia) se persiste en la violencia oficial, en el terrorismo de Estado y se mantiene a las inmensas mayorías sumidas en la ignorancia, el desarraigo y la miseria cotidianas, intelectuales, seriamente comprometidos con supuestos procesos de cambio, siguen clamando por una fantasiosa política de No-violencia, por el pacifismo y por el amor al prójimo, como requisitos válidos para la transformación de la sociedad, cubriendo las actividades políticas con un manto de farisaica religiosidad, que impide una auténtica confrontación, una abierta y desenmascarada lucha de clases. Proponen estos acomodaticios líderes y pastores, no “hacerle el juego” a la insurgencia y asumen, sin tomar en cuenta la persistencia de unas relaciones sociales basadas en la explotación, que el diálogo es el camino, proponen, más interesada que ingenuamente, despojamos de los egoísmos, del individualismo y emprender mediante actos de fe, de caridad y de “esperanza”, el camino del cambio apoyando personajes mesiánicos como el militar fascista Bolsonaro en Brasil, o el títere señalado por la estructura centro-democrática (narco-paramilitar) establecida en Colombia. Mientras astutamente se persiste en el fortalecimiento del militarismo, se despresupuesta la educación y la cultura, insistiendo en el dependentismo y en la represión como argumentación “política”.
A nombre de Dios, de la razón, del Estado, de la raza, de la clase social o del mercado, se han perpetrado los más horrendos crímenes contra la humanidad. Como lo expresara Walter Benjamin: todo documento de la cultura es también un documento de la barbarie. No podemos seguir aceptando, a nombre de la “esperanza”, que el sufrimiento y el dolor de las masas, del pasado y del presente, siga siendo el precio que haya que pagar por una supuesta felicidad futura. Paralelamente a la globalización del mercado, que hegemonizan los países opulentos, se han globalizado la miseria y la exclusión.
Los grandes logros de la ciencia y la tecnología, particularmente de la biomedicina contemporánea y de todos esos mecanismos comunicacionales y de control poblacional, que constituyen la biopolítica moderna, apuntan precisamente, hacia la universalización de los principios de Auschwitz (como ha quedado palmariamente demostrado con la persistencia de esos campos de concentración, llamados ahora de reeducación o internamiento que “acogen” a los miles de migrantes y refugiados que huyen de la miseria y de la guerra impuesta en los países vencidos y dependientes del sur, hacia los pos-industrializados del norte que dicen representar el glorioso triunfo de la democracia occidental y cristiana. -el repudio que hoy muestran sectores de la sociedad mexicana a los migrantes centroamericanos, o los actos de xenofobia expresados contra los venezolanos en diversos países de Latinoamérica, es una muestra fehaciente de ese triunfo global del demofascismo, del fascismo democrático-).
En rechazo a esta permanente paradoja ilusionista de la historia que, a nombre de la “esperanza” y del “progreso” padecemos, queremos dar plena validez a una nueva utopía, a un nuevo “principio esperanza” y sostener que si bien aún no es el tiempo de los pueblos vencidos, tenemos todavía la posibilidad de ofrecer desde la rebeldía y no solo desde la “indignación”, algo más que un placebo, casi siempre de carácter fascista, que sustituya la esperanza, frente al parecer invencible carácter fetichista de las cosas y a esas relaciones sociales abstractas que han transformado los productos y las cosas en valores, queremos que no se nos oculte más la auténtica realidad política, el auténtico destino de estos pueblos: decir que la desilusión marca el porvenir inexorablemente y entender, entonces, que hay que ir más allá de la promoción de fatuas esperanza.
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