Columnistas
Óscar Amaury Ardila Guevara: la conciencia crítica del Tolima

Por Jorge Eduardo Oyuela
Óscar Amaury Ardila Guevara fue más que un abogado, docente y activista: fue una conciencia crítica que acompañó durante décadas los procesos sociales, sindicales y ambientales en el Tolima. Pensador libre y sin ataduras partidistas, supo incomodar con la palabra, advertir con lucidez, y mantenerse firme cuando otros optaron por el silencio o la conveniencia.
Nacido en Ibagué, se formó en derecho con una visión profundamente ética y humanista. Nunca se refugió en el confort de los despachos. Desde las aulas universitarias hasta las calles, su voz estuvo al servicio de las causas populares. Enseñaba a pensar, a dudar, a confrontar los dogmas y a no traicionar los principios.
Fue parte activa de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, una labor que le valió amenazas e investigaciones por parte del desaparecido DAS, en un país donde defender derechos humanos era, y en muchos casos sigue siendo, una actividad de alto riesgo.
Pero donde su nombre resonó con más fuerza fue en el movimiento ambiental. Ardila fue uno de los fundadores del Comité Ambiental en Defensa de la Vida, surgido en respuesta a la amenaza minera en Cajamarca y otras zonas del Tolima. Defendió el agua, los páramos, el Bosque de Galilea, y sobre todo, la participación ciudadana en la toma de decisiones sobre el territorio. Fue parte esencial de la movilización que dio lugar a la histórica consulta popular que frenó la megaminería en Cajamarca.
Con el tiempo, sin embargo, Ardila se distanció del Comité. Denunció públicamente lo que llamó la “pérdida del rumbo ético” del movimiento. Criticó la cooptación por parte de sectores políticos, la instrumentalización electoral del ambientalismo, y la ausencia de autocrítica. En columnas como "Valor del movimiento social sobre entidades políticas", publicada en El Cronista, dejó claro que la independencia del movimiento social no es un lujo, sino una condición de su legitimidad.
Ardila no buscaba aplausos. Escribía y hablaba desde la incomodidad, no desde la adulación. En El aprendiz de demonio, otra de sus potentes columnas, advertía sobre la arrogancia de ciertos gobernantes que, una vez en el poder, olvidan su origen social y terminan replicando las mismas lógicas que decían combatir. No pocas veces sus palabras le costaron distanciamientos. Pero nunca se desvió del principio rector de su vida: decir la verdad, aunque duela.
Su fallecimiento dejó un vacío profundo. No solo por lo que fue, sino por lo que representó: la posibilidad de ejercer la crítica sin sectarismos, de luchar sin entregarse a la lógica del poder, de mantener la coherencia en un país donde la política muchas veces exige lo contrario.
Hoy, cuando el movimiento ambiental en Colombia enfrenta nuevos desafíos, cuando la política institucional seduce a los liderazgos sociales con cargos y promesas, recordar a Óscar Amaury Ardila Guevara es más necesario que nunca. No para idealizarlo, sino para honrar su ejemplo: el de quien no se vendió, no se calló, y no dejó de creer que otro país es posible, si se construye desde abajo, con ética y con verdad.
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