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Los niños, los políticos y el suicidio

Los niños, los políticos y el suicidio

 

Por: Luis Orlando Ávila Hernández

El pasado viernes 17 de marzo en el Concejo Municipal de Ibagué, desapercibidamente, se enfrascaron en un acostumbrado ir y venir de diatribas, dos de los políticos con asiento en esa corporación.  La ira mediática entre estos, no era otra que la conveniencia o no, a que unos niños y niñas, llevados por uno de los políticos, opinaran libremente (aleccionados o no) sobre el milenario y libre ejercicio de la personalidad del matarse o aniquilarse a uno mismo, o dicho en la técnica de la “ciencia” psicológica: el suicidarse.

Con el acostumbrado impostado aire docto que circunda a la desvaída oratoria de los noveles políticos, el mensaje era claro y tajante: que ante la evidencia y contundencia numérica de datos (cifras, llaman ellos a las personas) de aquellos o aquellas quienes eligieron abreviar su paso por este mundo (para los cuales,los enconados políticos y los de la Oficina de Estadística de la Secretaria de Salud socialdemócrata, que nos gobierna, dan por sentado a esos números como hecho científico,  por sí solos) solo deben y tienen que opinar los expertos – sean viejos o sean niños o sean los dos al mismo tiempo – paradar ternuraal lenguaje de los profesionales de los “papitos y mamitas”.

Y ahí viene lo subliminal del oficio y del debate de los señores políticos – incluidala estadística socialdemócrata – en su diatriba “científica”: con cuantos millones de pesos (dinero de todos obviamente, no del bolsillo de losalterados polemistas, ni menos del jefe socialdemócrata) en este año y los que vienen, se pagará la elucubrada opinión experta, o se pagará a quien consiga esa esquiva opinión,o sobre todo, se pagará, dando por sentado comunicacionalmente, que de diletante opinión expertase pase a percepción ciudadanay de ésta última a una “verdad alternativa” medica.

Lo demás no importa… porque que va a importar, sí a los suicidas (niños o viejos, o una mezcla de ambos) o a los que lo intentaron o a los que al menos lo han pensado una vez en su vida (que somos casi todos), se les ha olvidado que vivimos –desde aquellas décadas, igualmente moralistas, en que la polémica política la hacían santofimistas vs jaramillistas –en el mejor de los mundos: una ciudad que todo lo provee, desde el alimento sano, el agua gratuita y saludable, la vivienda sin costo, el trabajo a granel, el espacio público, deportivo y comunal extasiadamente orgásmico, una convivencia ciudadana casi mesiánica y, sobre todo, una educación pública sapiente y derrochadora, en formar infantes, mujeres y hombres libres.

Mientras tanto, en Ibagué o en el mundo, cada quien en su soledad existencial – niño viejo o una mezcla de los dos – sin opiniones prepagas y al decir de Immanuel  Kant o de Sören Kierkegaard, al saberse consciente que no se necesita más de alguien o algo que le domine, que le quebrante su voluntad para sentirse obligadamente feliz (de lo cual los prepagos expertos también tendrán datos o cifras) a contrario sensu, decidirá su felicidaden su libre y autónoma manera de dejar de existir, que en ultimas es lo único que nos diferencia de los otros animales. 

 

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