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Opinión

Las mentiras convencionales

Las mentiras convencionales

Por: Julio César Carrión Castro


El proletariado, base de todo el proceso productivo y de toda la estructura social, seres humanos que son producto de nuestra época, es menospreciado, mancillado, denigrado hasta llegar a tener como su única libertad, la opción de morir de hambre, por la negación de sus derechos.
Los seres humanos de las sociedades contemporáneas, estamos irremediablemente atrapados por una maraña de mentiras, de acomodamientos y de argucias cotidianas, establecidas por los propios medios civilizatorios, que nos llevan a soportar una vida basada en el rencor, el egoísmo, el constante temor al otro y la hipocresía social.

En el año de 1883 es publicado el libro “Las mentiras convencionales de nuestra civilización”, escrito por el judío Max Nordau (1849 – 1923) quien inicialmente, bajo el influjo del Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, promovió las ideas socialistas y el integracionismo de los judíos a las diversas nacionalidades que les acogían, pero luego sería uno de los fundadores de la organización Sionista internacional, junto a Theodoro Herzl.

En esta obra Nordau fustiga la estructura y organización política, económica y cultural europea, y en general occidental, ya que se trata de una civilización montada sobre un gran número de falsedades, de mentiras grandes y pequeñas que, en todo caso, llevan a estas sociedades al fracaso, ya que impone a los seres humanos el vivir siempre como representando una comedia profundamente inmoral, que no tiene lógica ni razón, y que nos convoca a todos a vivir en una permanente hipocresía.

Nos señala la mentira religiosa que permite que los mitos y las ideas supersticiosas conserven su poder, ya que la creencia en dios ha creado un vasto sistema de ilusiones, sobre el que se ha construido un enorme aparataje que sostiene el aparente orden social y moral, definiendo para las masas todo lo que se considera  “bueno” y “malo” y distribuyendo premios y castigos. Dice Nordau: “La religión es una debilidad funcional debida a lo imperfecto de nuestra inteligencia” y a continuación define la mentira religiosa como ese falso respeto que los hombres contemporáneos otorgan a los artículos de fe, a los “misterios”, a los fantasiosos cuentos, a las milagrerías y a todo lo instituido por dichas creencias, a sus ceremonias, a sus símbolos y a sus sacerdotes.

También nos habla de la falsedad en que se sustentan las élites sociales, las aristocracias y las monarquías en el mundo entero y afirma que cuando se logre establecer una definitiva separación entre la Iglesia y el Estado, se destruirán los fundamentos del poder de esas oligarquías que han convertido en hereditario, tanto su poder y sus mandatos, como la propia servidumbre de vasallos, súbditos, siervos, lacayos y subordinados.

Con respecto a la mentira política supuestamente  “democrática” con que se busca impresionar teoréticamente, nos certifica Nordau que la elección, que el sistema electoral, no representa de manera alguna la voluntad de los ciudadanos, que lo pomposamente llamado la  “Voluntad General”, o el “Bien Público”, son simplemente negocios que se realizan entre comediantes y, asimismo, que la “Igualdad ante la ley” sólo se realiza en teoría, porque en la práctica jamás se cumple, pero todo mundo juega a la credibilidad en este embuste.

La mentira de una economía basada en el modo de producción capitalista consiste en que promueve un  “desarrollo” y un “progreso”  totalmente falso y contranatural, que demerita el trabajo manual, mientras enaltece el ocio de unas clases parasitarias. El proletariado, base de todo el proceso productivo y de toda la estructura social, seres humanos que son producto de nuestra época, es menospreciado, mancillado, denigrado hasta llegar a tener como su única libertad, la opción de morir de hambre, por la negación de sus derechos. Si se otorgase a los sectores populares el reconocimiento real de sus derechos, asevera Nordau, se tendrían naciones realmente democráticas, realizadas y ricas ya que “una nación compuesta de campesinos y de obreros libres, nunca es pobre”.

También señala esta obra el papel que juegan los –para ese momento histórico aún incipientes– medios de comunicación de masas; la prensa, entonces simplemente escrita, pero luego de la primera guerra mundial –1918– la radio, la televisión –1945– y más recientemente la internet, las redes sociales y demás artilugios comunicacionales que conforman esa hipotética  “opinión pública”, que ya el autor desaprobaba y condenaba por la sumisión generalizada que imponía a unas personas farsantes y simuladoras que, como ya se advirtió, sonríen, saludan y hasta reverencian a quienes aborrecen. Seres humanos tan falsos, fraudulentos y engañosos, como la misma  “democracia” que dicen respetar y promover.

Concluye Max Nordau, subrayando que “la humanidad sin dios, sin despotismo y sin egoísmo, sería infinitamente más moral que la sociedad actual”.

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