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Opinión

La soledad: Angustia vs Potencia

La soledad: Angustia vs Potencia

Por Juan Bautista Pasten G.


Como expresamos en la introducción al presente artículo, para muchos seres humanos estar o vivir solos provoca desolación, tristeza y miedo.

En efecto, para quienes piensan así, la soledad es sinónimo de aislamiento, vale decir, requerimos estar acompañados, necesitamos la cercanía de otras personas. La fobia o temor a la soledad se convierte en una anomalía psíquica y emocional que repercute, de manera negativa, en la concepción que se otorga a la existencia y a nosotros mismos.

En consecuencia, la soledad se transforma en un problema primordial, en un mal que debe ser superado y sanado. Para gran cantidad de humanos, la soledad significa abandono, destierro, alejamiento de otras personas e, incluso, expulsión de la sociedad a la que pertenecemos y de la cual queremos seguir siendo parte, independientemente de la forma, la posición o hábitat que tengamos en ella.

Efectivamente, para muchos individuos, lo que importa es ocupar un lugar en el mundo, vivir en el mismo, pasando a segundo plano el tipo de existencia que tengamos ahí, o sea, la calidad de vida que desarrollamos o nos impongan desde el exterior.

Resulta curioso, entonces, que para muchas personas la angustia esencial no sea la situación social – paupérrima, mediocre, regular o en la medianía – sino, por el contrario, el estar “fuera” del grupo humano. La crisis es vivir y/o sentirse separado de “los demás”, siendo que todos, de uno u otro modo, somos esos “demás” para alguien o para agrupaciones de humanos.

 El tema básico es sentirse indiferente o aislado por quienes nos rodean, ya sea por carecer de pareja, familia, amistades, compañeros de trabajo o estudio. Además, en no pocas oportunidades, se tienen todas esas compañías señaladas y, aún así, hay hombres y mujeres que se consideran segregados y solitarios, a veces en sus propios hogares. Ciertamente, esto es mucho más patético que los casos mencionados en primer término.

También hay que destacar que muchas personas son, efectivamente, abandonadas y rechazadas por sus propias familias, por tanto, la soledad ya podemos llamarla aislamiento y ostracismo social. Estos eventos, ameritan no solo la preocupación por parte de los estados y gobiernos, sino que remediarlas y solucionarlas de manera efectiva.

Nuestra temática gira en torno a concebir la soledad como algo dramático para quienes son afectados por ella, que ocasiona conflictos sociales, mentales y emocionales. Es aquella soledad que oprime todo nuestro ser, que nos encierra en un laberinto sin salida, que obstaculiza nuestros anhelos y objetivos; en definitiva, esa soledad que no solo nos aleja de nuestro entorno, sino, lo que es aún peor, nos separa de nosotros mismos. Esa soledad que impide darle sentido y derrotero a nuestra existencia.

Ahora bien, como todo lo humano, existen otra u otras perspectivas de la realidad. En lo personal, agrego que, por fortuna o determinación, hay siempre otras maneras de percibir y concebir lo que nos circunda y, por sobre todo, a nosotros mismos, a nuestro ser y quehacer en el mundo. De lo contrario, como expresó alguna vez el filósofo alemán A. Schopenhauer: “Si observamos solo desolación, destrucción y angustia, entonces la solución sería el suicidio colectivo”. Ese fin trágico, sin duda, no es el camino, ni antes ni ahora ni nunca.

Ahora bien, a nuestro juicio, es preciso y necesario desocultar los beneficios de la Soledad, hasta convertirla en factor de observación prístina, de reflexión profunda, de meditación fortalecedora, de oración consciente, de análisis objetivo y todo aquello que genere creciente comprensión de nosotros mismos, de cada uno en su individualidad. Es esta la soledad que aumenta de modo considerable el Autoconocimiento, el cual es el fundamento esencial del ser humano, pues ocasiona dar, encontrar y construir un efectivo y potente sentido de la vida, de la tuya, la mía, la de todos.

En efecto, esta soledad que entrega propósito y dirección a nuestra existencia, es la destinada a ser el soporte substancial de la humanidad. Esa soledad que reconoce la importancia y trascendencia de todas las personas, más allá de los elementos materiales, títulos, posesiones, estatus que se tengan. Todos los seres humanos somos especiales e imprescindibles y nadie tiene el derecho de opinar lo contrario.

En consecuencia, permitamos a la Soledad develar, desarrollar y fomentar todo cuanto conlleve al logro de los más bellos y auténticos ideales y valores humanos, que nuestro lacónico paso por este planeta no sea vano ni estéril.

Los sabios de todos los tiempos nos instan e invitan a descubrir nuestra verdadera personalidad. Platón indica que es imprescindible “recordar” lo que la experiencia humana ha “olvidado”, nuestro ser universal y divino.

La Soledad real es un encuentro con la divinidad interna y externa, por tanto, posibilita la unidad con nosotros mismos, con el prójimo, con la naturaleza y con el universo.

“La soledad caracteriza a los hombres fuertes y poderosos”. F. Nietzsche, filósofo alemán, siglo XIX.

El egoísta odia la soledad”. Blas Pascal, filósofo francés, siglo XVII.

El hombre más fuerte es el que resiste la soledad”. H. Ibsen, poeta y dramaturgo noruego, siglos XIX-XX.

*Docencia e investigación en filosofía

Universidad de Chile

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