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La minga
La minga cuenta los pasos y vuelve a recorrer el país. Están cansados de que los maten, de que los arrinconen. No se acostumbran y no se acostumbrarán jamás a que les sigan robando la tierra, a que los desaparezcan cuando elevan su voz, a que como país, le sigamos dando la espalda. El gobierno nacional tiene otras preocupaciones, otros miedos. Iván Duque no se quiere reunir con ellos, que no quiere juicios políticos, que nuestros indígenas son en realidad terratenientes, como dijo sin vergüenza un senador del Centro Democrático, que tienen más dinero que nadie y son unos vampiros del estado, como dijo otro, del mismo partido, que quién sabe de dónde sacarán la plata para marchar, que seguramente del narcotráfico del cual se enriquecen, que aquí es más importante reactivar la economía, dicen en coro. Y uno siente que le sube la sangre a la cabeza.
Cómo entender a los senadores de ese partido que intentan congraciarse con su amo y señor en una carrera para ver quién es el que más barrabasadas dice. Cómo hacerles entender que la economía se debe reactivar para todos y no sólo para los de la ciudad, cómo hacerles estudiar historia, pero de la cierta y no de la que se inventa la Cabal en cada una de sus destempladas e ignorantes salidas, cómo enseñarles que los terratenientes de verdad los mataron, los desplazaron, se quedaron con su tierra y ahora quieren aparecer como terceros de buena fe que tienen derecho a quedarse con ellas.
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Aida Quilcue, una indígena que desde los 10 años vio como el ejército violaba a las mujeres y asesinaba a los hombres, decidió romper su silencio. Se convirtió en una líder de su pueblo. Lideró la minga del 2008 y se enfrentó a Uribe en La María. Lo llenó de argumentos y lo arrinconó como pocas personas han logrado hacerlo. La respuesta fue contundente: el ejército poco tiempo después asesinó a Edwin Legarda, su esposo. “Yo sabía que eso no se iba a quedar así”, recuerda. La justicia condenó a 40 años de prisión a seis miembros del Ejército Nacional. Pero ni así la han podido callar. Y como ella… cientos.
Entiendo las preocupaciones sanitarias, pero la gente debe entender que a los indígenas los están matando ante nuestros propios ojos y no estamos haciendo nada. Los contratistas y los dueños del estado se roban el 80% del presupuesto destinado para estos pueblos olvidados por el “desarrollo”. Ah, no, pero los ricos son los indígenas, ellos son los culpables de su propio atraso, porque seguramente no quieren trabajar, dirían los barones del Centro Democrático.
Sí. Entiendo las preocupaciones, pero entiendo más su dolor. No tienen salidas… y mientras tanto, seguimos construyendo nuestro futuro sobre sus heridas. Que la minga siga caminando y cantando hasta que todo el país la escuche. Guardia… fuerza.
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