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La corrupción: pandemia sin cura

La corrupción: pandemia sin cura

Es una plaga sin control que recorre al mundo y tiene como puerto preferido a Colombia. Aquí se ancló desde tiempos de la conquista cuando los españoles llegaron con espadas, cruces y espejos a masacrar y despojar a los nativos del oro y todas sus riquezas. 
Los conquistadores no eran precisamente los más recomendables: prisioneros,  delincuentes, estafadores y tahúres, entre otros.

 Desde aquí parte la génesis colombiana de la primeras enseñanzas que recibimos en valores éticos y morales, totalmente alterados, donde el delito, la trampa y la corrupción fueron las primeras clases que recibieron nuestros antepasados. 

Luego pasamos a la independencia, y con el perdón de los santanderistas, la 'cosa nostra' se refinó. Allí a través de leyes, decretos y resoluciones, se dio Patente de Corso a los pudientes y privilegiados para afianzar 'legalmente'  sus riquezas ilícitas. Hasta dónde llegaría esta época de nuestra historia que desde la cama y bajo las sabanas, las hermanas Ibañez, especialmente Nicolasa, al amparo de los tormentosos amores de Santander, se fraguó el más corrupto tráfico de influencias no solo para entrega de puestos, poder y riquezas nacionales, sino en decisiones políticas que hoy sobreviven como una herencia sucia de lo que fue aquella época de héroes falsos. 

Transcurre el tiempo, y en 1903, llegamos a otro hecho infame, el llamado tratado Thomson-Urrutia, donde por unos cuantos dólares y la traición de los apátridas, los Estados Unidos se embolsilla  el canal de Panamá.  

Nuestra historia siempre ha estado preñada de lacayos y cipayos y malinchistas, que no solo venden las empresas púbicas que generan ganancias al Estado, sino que entregan la soberanía al mejor postor en una feria de sobornos y coimas donde toda la plutocracia sale untada.

Esta pandemia de la corrupción está tan enquistada en nuestro país, que pareciera ser una enfermedad que no tiene cura. Es más fuerte que todos los coronavirus y ha infectado todas las esferas sociales: gobiernos, congresos, ejército, policía, justicia, congregaciones religiosas, sindicatos, universidades; en fin, toda superficie que se toque está infectada de corrupción. Y lo peor aún, es que todas las epidemias han pasado, como la peste negra, la viruela, la gripe española y el ébola, entre otras, mientras la corrupción se mantiene. No tiene fin.  

Y es precisamente este hecho, que hace que la corrupción sea la peor lacra social y política que hayamos padecido durante tantos años; más dañina que todas las guerrillas que surgieron como consecuencia de la podredumbre de la democracia existente y los grupos paramilitares juntos. 

Pero quizá lo más grave, es que los sucesivos gobiernos que han existido desde la llamada independencia, han encarnado la corrupción a través de sus funcionarios, quienes con discursos engañosos llenos de patrioterismo, se han enriquecido ilícitamente en detrimento del desarrollo y progreso del pueblo; donde se ha puesto en riesgo la vida de millones de personas por el saqueo a los recursos para la salud, la educación, la vivienda, servicios públicos  y programas vitales para los sectores vulnerables.   

Desconocemos si esta histórica pandemia de la corrupción se cure cambiando el chip de nuestros niños desde la escuela, enseñándoles en contravía a ciertos padres, que lo importante no es estudiar para ganar dinero sino para servir. Tomar la educación y el conocimiento como la riqueza máxima del ser humano. Hay que cambiar los moldes y establecer códigos morales y éticos para la educación desde la infancia.    
     
De lo contrario, solo nos queda atenernos al tango de Enrique Santos Discépolo (Cambalache), el que nos encajaría bien para definir tanta inmundicia en la que siempre hemos vivido.

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