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‘Guayacanal’ y el Líbano

‘Guayacanal’ y el Líbano

Opinión

Por Henry Rengifo

“Los hombres respiraban en los campos el aire más puro del mundo, perfumado de toronjil y anís y yerbabuena, pero las mujeres respiraban todo el día el humo de unas cocinas donde el trabajo no acababa nunca, y al final tenían los pulmones como si hubieran fumado la vida entera”.

Uno de los tantos pasajes magistrales en la más reciente novela ‘Guayacanal’ de William Ospina, en la que exalta con su exquisita pluma el papel de la mujer rural,  como protagonista de las grandes gestas que ha tenido que librar para que este país,pese a las dificultades por las que de manera permanente vive atravesando, haya podido sacar la cabeza en distintas épocas de la historia.Si no fuera por ese tesón, esto estaría peor.

Y es ‘Mamá Rafaela’, la bisabuela de Ospina, quien con sus acciones valerosas, intrépidas, solidarias y amorosas, hace evocar en distintos episodios de  ‘Guayacanal’ a la siempre perdurable, Úrsula Iguarán.  ‘Mamá Rafaela’ se convierte en un personaje cautivador que, por supuesto, tiene en ‘Papá Benito’, a su mejor aliado.

Pero más allá del tributo que en ‘Guayacanal’ se le rinde a la mujer campesina, mi propósito con este escrito es referirme a un hecho especial que capturó mi atención a lo largo de la lectura de las 247 páginas. Tiene que ver con la relación de ‘Guayacanal’ con el Líbano o mejor la relación del autor William Ospina con este reconocido municipio, cuna de intelectuales.

Era la década de los años 50 y la violencia en el centro del país, pero sobre todo en el norte del Tolima, estaba en su pico más alto y la familia de William Ospina vivía en zozobra permanente, por el peligro que corría don Luis padre. Ser liberal era un riesgo que le podría costar la vida. Por eso abandonaron Padua, la tierra que vio nacer a William, y llegaron a Pereira.Allí le dijeron a don Luis que había un pueblo liberal llamado Santa Teresa en el Líbano y que por lo tanto allá estaría más seguro.

Y aquí está lo curioso de la historia. Por qué no le recomendaron otro lugar y sí este corregimiento, precisamente en el Líbano que ya para ese entonces atesoraba una riqueza cultural, política y literaria prominente.  Además, si hoy el poblado de Santa Teresa queda en el mismísimo fin del mundo, porque no ha habido poder humano que construya una carretera, porque lo que existe en la actualidad es la misma trocha de hace 60 años, es decir cuando a la edad de cinco años de edad, con tres hermanos y de la mano de sus padres, llega William Ospina a vivir una época trascendental para su futura vida de escritor.

Allí,el entonces niño William Ospina recibiría el mejor de los regalos: encontrarse a don Ruperto Beltrán. Es él, la persona que “lo asomó a la literatura”, como lo cuenta el mismo Ospina en una columna en El Espectador del 2009 y lo reitera en Guayacanal. Se convierte Ruperto Beltrán en la mayor influencia literaria que recibe el hoy consagrado escritor William Ospina, y de contera es en ese pueblo lejano que hoy continúa olvidado, Santa Teresa, corregimiento del Líbano, como lo fue el corregimiento de Coello en Ibagué para el también consagrado Álvaro Mutis.

Acierta, entonces, el escritor Carlos Orlando Pardo, quien propone que William Ospina sea declarado hijo del Líbano, como en efecto así lo decreta el alcalde de la época Humberto Santamaría.Ciertamente no es gratuito que William Ospina haya llegado a vivir en una etapa decisiva de su vida en un corregimiento perteneciente a una tierra de escritores e intelectuales.William Ospina también es orgullosamente libanense.

Adentrarse en la lectura de ‘Guayacanal’ es sumergirse con devoción a explorar y refrescar la valentía y arrojo de la colonización antioqueña en el norte del Tolima, pero es también la historia de la Colombia profunda, donde ‘Papá Benito’ y ‘Mamá Rafaela’, son el reflejo de todos los abuelos corajudos de este país. En mi caso por cada línea que avanzaba encontraba el recuerdo de mis héroes, Valeriano y Mercedes.

  • Autor del libro ‘Las claves de los buenos alcaldes.
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