Columnistas
El Tratado de la toga y el birrete: cuanto extrañamos a Galileo
Por: Luis Orlando Ávila Hernández
El sarcástico libro escrito por el joven Galileo (a sus 26 o 27 años) cuando enfrentando a sus doctos colegas profesores de la Universidad de Pisa, subía hasta la torre inclinada a dejarles caer a su paso – muy tiesos y majos – sendas piedras de diferente peso, con lo cual sus hilarantes alumnos daban en comprender el principio físico de la Caída Libre y de paso conocían del error y del daño que durante varios siglos le causó a la Humanidad, la “física celeste” entre otras enseñanzas del griego y cristianamente útil, Aristóteles.
Y es precisamente de ese daño a la Humanidad, al recordarnos irónicamente el nacimiento del método científico, como se burla en su obra de 1931, La Perspectiva Científica (Ed. Ariel, Barcelona, 5ª ed., 1975), otro escéptico y matemático, Sir Bertrand Rusell.
¿Pero a que viene todo esto de Galileo y de Rusell, en esta Colombia y este Tolima de hoy donde no cabemos de la felicidad y de las ansias de mas guerra?
Sencillo, a dos retratos: uno, el del presidente en encargo (cargado de títulos, incluso en el infaltable Harvard) junto al misógino reguetonero Maluma (cargado de premios, incluso aspirando a un Grammy).
El otro, también con el presidente en encargo (pero sin ministra talentosamente hija de político tolimense) junto a los rectores de universidad (pero sin estudiantes de la pública).
Y precisamente por esos dos retratos, es que nos apura el leer los libros leídos, comprados a menos de un dólar aun entre los pocos recicladeros de libros que sobreviven en Ibagué, y que por fortuna aun no nos usurpan, los dos multimillonarios empresarios de la basura e hijos del otro presidente que tenemos, en la sombra. Su real nicho.
Mas el efecto logrado por los dos meticulosamente diseñados retratos, gracias al ejercito de psicólogos y relacionistas de las fakenews y la manipulación mediática, pagados por el estado colombiano y traídos quizá desde Tel Aviv o Londres o Madrid o Miami, nos concita a algunos a recordar, como lo hace Rusell en su libro, la milenaria diferencia entre conocimiento y sabiduría.
Mas, ¿que son las universidades colombianas (públicas y privadas) bajo la égida de ese sello de la certificación de calidad (o sello del ninguneo a las más pobres y de provincia) o el de su amanuense estilo por las normas APA (la exclusiva y excluyente manera de elaborar un articulo científico, institucionalizado mundialmente a través de sus colonias para facilitarle el servicio al aprendizaje automatizado de la IA de Google Inc., por la poderosa asociación de psicólogos gringos, la misma que participó en “novedosas” practicas de tortura a la CIA y sus cárceles secretas en su guerra contra el terrorismo)?
Son nada.
Como nada lo es el mercado persa de su mas rentable logro: el negocio de la educación pos gradual.
Ya que hablando a calzón quitao: ¿qué diferencia a un posgraduado, magister, doctor o pos doctor, de un autodidacta estudiante de secundaria (que los hay y por montones) de un ignoto colegio hoy mal llamados Instituciones Educativas, como instituciones ha tenido la historia de la ignominia?
¿Acaso por el conocimiento del método científico?
¿Acaso (y como nos lo enseña Russell) por lo deductivo frente a lo inductivo de ese conocimiento, o viceversa o la misma cosa, como diría la reina que aun no la retratan con el presidente en encargo?
Él, la o lx estudiante a diario observa en su barrio, en su vereda, en su calle surcada por el dominio de bandolas para-estatales estructurales a los que ingenian los retratos, para calcular que si al cruzarle quizá una bala, o una hoja de cuchillo o un falso positivo, no le trunque su ansia de conocimiento.
Hipotéticamente al tiempo con ese conocimiento, se sueña en un país diferente, sin retratos, con sabiduría.
Pero luego de esa particularidad cotidiana, llega la conclusión de la ley general: que más se puede pedir a un país de retratos, tercero en desigualdad social, donde solo 400 familias poseen las tierras y riqueza de más de 40 millones.
Por su parte, el posgraduado, magister, doctor o pos doctor, estará en lo suyo: acercándose a alguno de los retratados, o a la ministra ausente, para mantenerse, erigirse y decirse como lo solía afirmar Aristóteles en su tiempo, y quienes por doce siglos le usaron en su nombre: que el conocimiento es sagrado y que los hombres poseemos alma.
Pero la sabiduría, aquello que es innato en mucho colombiano que afortunadamente no es fotogénico y por tanto nunca se le retratará con el presidente con sombra, está mejor y más poéticamente descrito por Sir Bertrand Rusell en mi libro leído de 3 mil pesos:
“...El conocimiento, considerado como opuesto a las fantasías de realización de los deseos, es difícil de alcanzar. Un poco de contacto con el verdadero conocimiento hace menos aceptables las fantasías. Por regla general, el conocimiento es más difícil de lograr que lo que suponía Galileo, y mucho de lo que él creía era sólo aproximado; pero en el proceso de adquirir un conocimiento seguro y general, Galileo dio el primero paso. Por eso es el padre de los tiempos modernos.”
Solo el temor de sufrir lo mismo que a su paisano Giordano Bruno le hiciera la Inquisición por dudar de lo sacro del conocimiento y del alma nuestra, hizo que el mañoso viejo matemático y astrónomo, les dijera lo que querían oír, para morirse ciego como quiso.
Por lo menos, nunca dejó ni dejaría que ningún parroquiano le impusiera las manos sobre su cabeza (el retrato medieval hoy de moda entre iglesias, presidentes y poderosos), dizque para agradecer al conocimiento sagrado y a la fuente de todas las almas, ser lo que fue en sus 70 años: un hombre sabio.
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