Columnistas
El Libanito bonito
Por José Alberto Mojica Patiño
Acabo de pasar 13 días en El Líbano. Trece días de fiestas muy felices que me recargaron de energía y que encendieron —aún más— ese sentimiento de arraigo y orgullo por haber nacido en estas tierras. Como bien lo dijo mi maestro, paisano y colega Carlos Orlando Pardo en la Feria del Libro que se llevó a cabo en esa segunda semana de celebración continua, en una de las actividades protagonistas del Festival Nacional del Retorno: “los libanenses somos muy pinchados”.
Estaba en el homenaje que la Alcaldía del Líbano le hizo a propósito del Premio Internacional de Literatura Gustavo Adolfo Bécquer 2025 que recibió en Madrid por la más reciente de sus obras: ‘Las otras vidas de mi hermana Gloria’, al lado derecho de la alcaldesa Beatriz Valencia. Hizo un corto repaso por una novela que bien sabe evocar ese legado que parece perdido y que él recupera a través de sus letras: el del espiritismo y el del pensamiento crítico y libre, herencia de nuestro fundador Isidro Parra y de toda la casta que lo acompañó a descuajar el monte y a fundar un pueblo en un valle repleto de cedros en un lugar donde, en ese entonces, ya había una aldea que se convertiría tiempo después en el primer pueblo laico de Colombia.
“Porque aquí los curas llegaron 30 años después. El Líbano nos ha dado demasiado orgullo y demasiada historia. Por eso somos vanidosos de ser de aquí”, siguió Pardo al contar que, en sus correrías por el mundo, cuando habla de su patria chica, le suelen responder: “los libanenses son como Dios: están en todas partes”.
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Al lado izquierdo me acompañaba la paisana, colega y empresaria del turismo Paula Hartmann: una artista plástica heredera de un linaje familiar poderoso que, después de hacer una destacada carrera en Argentina decidió regresar a su tierra a sumarse al sueño de muchos —en el que me incluyo— de convertir a nuestra región en un destino turístico sorprendente, responsable, que genere desarrollo económico e inclusión social en nuestra región. Sí, un Pardo y una Hartmann sentados en la misma mesa: un hecho sin precedentes que, en silencio, evocó rosas, pero también espinas (si no conocen la historia, vayan a la biblioteca municipal —donde se llevó a cabo este conversatorio— y pregunten por el libro más explosivo que ha escrito Jorge Eliécer Pardo, hermano y colega del homenajeado y dueño de una pluma volcánica y célebre.

Un estímulo y un reto
Los libanenses necesitábamos esa temporada de celebración después de tantos años de mal gobierno, de desesperanza, de calles rotas y estancamiento. Todo lo que sucedió fue grandioso: la Feria Internacional del Café congregó a más de 20.000 visitantes, entre ellos, muchos extranjeros. La prensa regional y nacional estuvo presente. Y aunque muchos cafeteros locales se sintieron excluidos y hasta humillados porque siendo el municipio anfitrión y el que mayor cantidad de microlotes al concurso, 136 en total, ninguno clasificó entre los 40 mejores que participaron visiblemente en la feria y en la gran subasta internacional.
De ese norte tolimense tan cafetero sólo clasificaron un productor de Villahermosa y dos de Murillo, entre ellos, el de los dos hermanos Salinas: un par de campesinos inspiradores que pasaron de arrancar papa a convertirse en unos maestros del café de altura. Pero más allá de los lamentos y de las supuestas marrullas políticas, veo una valiosa oportunidad.
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Si queremos competir con los cafés de Planadas, donde llevan varias décadas dedicados a la producción de cafés especiales —de hecho, de allí es el ganador de la gran subasta, que batió un récord al cotizar una libra en 72 dólares— tenemos que seguir avanzando en este camino, que han sabido emprender varios paisanos que completan varios años produciendo granos de Bourbon o Honey y otras variedades de especialidad, cotizadas en todo el mundo. A propósito, vale resaltar un dato trascendental: varios de los mejores productores de cafés especiales del Líbano, cuyos granos preparamos en La Ranchita —casona cafetera gerenciada por este servidor—, donde amamos y honramos el café de nuestra tierra— no se presentaron a la convocatoria. Aprendamos la lección, dejemos de quejarnos y sigamos adelante.
El Festival Nacional del Retorno —que no se celebraba desde el 2019— estuvo genial, no sólo porque cumplió su promesa de reencontrar a esos paisanos repartidos como plaga en todo el mundo. La programación fue robusta, variada y bien pensada. ¡Por fin, una feria del libro en un pueblo de escritores! Y fue, sobre todo, democrática. Hubo espacios para los artistas locales que se han abierto camino en el rock, el hip hop y la música electrónica, entre otros géneros musicales. Vi a entusiastas estudiantes del legendario colegio Isidro Parra presentarse en una tarima en el parque principal. A un joven de la vereda La Gregorita que cantaba con una voz dulce, pero arriera, canciones campesinas que acompañaba con su guitarra.
Contemplé los desfiles de los colegios, con los estudiantes ataviados con vestuarios que le hacían honor al certamen, marchando al compás de las bandas marciales estudiantiles; a las colonias de libanenses en todo el país, con sus reinas y sus muestras folclóricas. La economía se movió como nunca, los hoteles y restaurantes estuvieron llenos, y fue una gran oportunidad para cientos de emprendedores locales y de otras regiones. Se celebraron las ‘Olimpiadas del Retorno’ y recorridos turísticos por los principales atractivos de la región.
Para los amantes de la fiesta, y sí, de los buenos tragos —por supuesto— se presentaron Dinkol Arroyo, hijo mítico Joe Arroyo y encargado de preservar su legado; las Divas Orquesta: talentosas mujeres que evocaban a las Chicas del Can, y el talentoso paisano Orlando Rico, que encendió el parque principal con la orquesta La Sonora. La música popular contó con varios de los mejores exponentes de este género como Arelis Henao, Francy, Luisito Muñoz y Juan Carlos Zarabanda.
A quienes se quejan porque en la programación no incluyeron a luminarias como Silvestre Dangond o Jessi Uribe, los invito a sumarse en una alianza público - privada que permita traer a esos famosos artistas en el próximo Festival del Retorno.
En fin: las fiestas estuvieron muy buenas y los libanenses, como buenos anfitriones, supimos celebrar y atender a los visitantes con ese don de gentes que nos caracteriza. Los libanenses quedamos felices, más orgullosos que siempre por haber nacido en estos cafetales y sí, con la esperanza de que nuestro pueblo volverá a ser grande.
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