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El cándido Voltaire

El cándido Voltaire

Hace precisamente doscientos sesenta años, en 1759, publicó Francisco María Arouet, más conocido como Voltaire, su famoso cuento "Cándido o el optimismo" en el cual, mediante los recursos de la ironía y el sarcasmo, da cuenta del optimismo metafísico, representado en su época no sólo por las confesiones religiosas, sino por la filosofía de Leibniz y de Wolf, quienes afirmaban la perfección del mundo y la marcha de la humanidad hacia el progreso, bajo una armonía preestablecida por Dios y que, a pesar de los múltiples impedimentos y vicisitudes, nos dirigimos en última instancia hacia el bien.

Pangloss representa en este cuento a un terco académico, preceptor y maestro del pobre Cándido -adolescente cargado de ilusiones que busca hallar su propia identidad intelectual- que termina convencido de la "perfección" de cuanto le rodea, gracias al sistemático adoctrinamiento ejercido por Pangloss, quien no se cansa de reiterarque "nos encontramos en el mejor de los mundos posibles" y a pesar de las catástrofes, del desorden, del caos que lo circundan y del cúmulo de desdichas y desgracias personales que lo agobian, él continúa predicando permanentemente esa visión optimista de la vida, como tercamente lo continúan haciendo los mercenarios docentes y academicos al servicio de las clases dominantes y los grupos hegemónicos.

Voltaire con su pesimismo ilustrado nos advertía que es imprescindible huir, alejarse tanto de las ilusiones metafísicas, como de las "verdades" militantes y de todas esas convicciones colectivas que nos convierten en simples integrantes de rebaños.

Voltaire es un demonio, un genio del mal que desde su pesimismo ilustrado nos convoca a no desfallecer frente a las ilusiones metafísicas y transmundanas, a la pesada carga de las engañifas militantes y a las trapisondas pseudo-intelectuales de los “decentes”, los “buenos” y los “verdaderos” que, desde su condición de “mayorías”, condenan y queman a los herejes, a los rebeldes, a los heterodoxos y a todos aquellos que pretendan celebrar discretos o marginales aquelarres, y conspiraciones individuales, contra las convicciones colectivas, las supersticiones y las más diversas banderías.

En esa búsqueda incesante -quizá sin objeto ni respuesta-, de la libertad y de la autonomía; en este vacío dejado por las utopías, nos propone Voltaire, un horizonte de esperanza: la huida hacia nosotros mismos, atrincherarnos sin miedo y sin rencor, en el cultivo de nuestro propio huerto, creyendo en la validez de las pequeñas cosas que, como sombras tutelares, nos acompañan para no dejarnos perder el goce de la vida y enfrentar con valentía la establecida “infamia” -hoy tan plural-, que pretende definirnos los sueños y las perspectivas de vida...

Cultivar nuestro huerto, tesis y propuesta central del Cándido de Voltaire, significa retornar a una auténtica subjetividad que rompa la masificación, la absurda gregarización en que cómodamente están establecidas las “mayorías”, los incotables rebaños humanos de creyentes, seguidores, fieles, activistas, militantes, electores, sufragantes, adeptos, clientes, admiradores, entusiastas, hinchas, espectadores, fans... Esas anónimas muchedumbres que conforman la deplorable sociedad del espectáculo; "toda la horda innumerable de los consuntos" -como lo describiera Zalamea Borda en su poema- definidos, direccionados, y sistemáticamente  manipulados hasta en sus más íntimos  gustos, caprichos,  modas, pareceres; en sus aspiraciones y en sus ambiciones, por una ubicua criptocracia que mediáticamente administra y maneja los incontables rebaños, en este tardío supercapitalismo que aún soportamos...

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