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La impronta de Arturo U.I -Meritocracia simulada, credencialismo, ascensos y acomodamientos-
Por: Julio César Carrión
Crdedencialismo y simulacro
“Sujetos como Arturo Ui abundan hoy en día entre nosotros. Cubren nuestra ciudad como una lepra…”
B. Brech
El ambiente teatral de la obra “El resistible ascenso de Arturo Ui” de Bertold Brech, nos permite visibilizar la existencia fantasmagórica de cientos, de miles, de Arturos Ui que medran a nuestro alrededor, particularmente en el mundillo académico y universitario, cuna de la simulación y del trepadorismo.
Las circunstancias históricas del ascenso del nacionalsocialismo y de Hitler al poder en Alemania, fueron analizadas y caricaturizadas desde una singular perspectiva, por Bertold Brech en su obra teatral “El resistible ascenso de Arturo Ui” de 1941. Esta obra muestra de qué manera un oscuro personaje (un gángster, un pequeño burgués lumpenizado) puede llegar hasta las más altas “dignidades” si cuenta con los apoyos requeridos y si la población civil se niega a resistir, guarda silencio y los acepta como sus voceros.
Hitler era un típico habitante marginal, de una pequeña ciudad, pertenecía a una clase media-baja, que se había degradado aún más a consecuencia de la primera guerra mundial y los efectos del tratado de Versalles. Casi todos los jerarcas nazis formaban parte de una especie de hueste de desclasados; de bohemios, holgazanes, artistas fracasados y pseudo-intelectuales. No hacían parte de la élite tradicional que siempre había gobernando a Alemania. Por el contrario, estos trepangos y recién llegados ejercían una especie de dura crítica a las élites tradicionales y, supuestamente, al capitalismo voraz que representaban. Los sectores medios y populares se acostumbraron a ver en ellos un grupo salvífico de choque contra los desmanes de los privilegiados, de esas clases parásitas, ambiciosas y carentes de escrúpulos que manejaban el Estado.
Todos los sujetos nacidos en el “arrabal amargo”, a pesar de su encumbramiento político, han sido permanentemente menospreciados por las aristocracias, ya que a los ojos de éstas jamás logran“superarse” (a pesar de que los sectores populares y marginales lleven hasta el paroxismo y el delirio la adoración de sus caudillos) porque ¿cómo han de servir para hacer grandes cosas aquellos que ni siquiera saben qué tenedor emplear para los postres? La rancia oligarquía alemana de terratenientes, junkers e industriales, que se supieron valer de Hitler, que lo utilizaron según les convenía, abiertamente lo respetaron y temieron mientras tuvo poder, pero subrepticiamente lo despreciaban; lo llamaban a sus espaldas "el cabo", sin permitirse olvidar jamás sus auténticos orígenes.
Brech equipara la situación real del ascenso, acomodamiento y consolidación de Hitler con la de su personaje de ficción (Arturo Ui) y realiza un paralelismo entre lo acontecido en Alemania y lo que ocurría con la intromisión del poder mafioso en los Estados Unidos, en este particular período con personajes de la vida pública como Al Capone quien, también habiendo salido del lumpen y la marginalidad de los fracasados inmigrantes italianos, luego de someter a todos sus competidores mafiosos, llegó a ejercer el mayor control criminal de la ciudad de Chicago y a mantener la “respetabilidad” de los poderosos adinerados norteamericanos, tras su velada presencia en los grandes trusts y conglomerados industriales, comerciales y agrícolas de una ciudad sometida bajo los lineamientos de la “democracia” a la total influencia gangsteril. Brech equipara la llamada “noche de los cristales rotos” efectuada contra la población civil por los agentes policiales de las S.S. y las S.A. entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938, y con la cual los nazis lograron aterrorizar al pueblo alemán y establecer su poder criminal, con “la matanza de San Valentín” en febrero de 1929, que llevó a Al Capone a constituirse en el “Capo” gangsteril más poderoso de los Estados Unidos.
Por supuesto este símil, esta comparación, nos sirve hoy para ampliar el análisis del trepadorismo y el acomodamiento de muchos “respetables” funcionarios en las sociedades contemporáneas; y no sólo en relación a los acontecimientos políticos, sino en la vida cotidiana y hasta en los quehaceres asumidos como “neutrales” de las más variadas instituciones, incluidas aquellas reputadas como altamente científicas, académicas y culturales.
Quien mejor ejemplifica la carrera de un oportunista y trepador es Adolf Hitler, pues sin tener títulos, grados ni merecimientos, habiendo sido durante la primera guerra mundial un simple cabo del ejército que cumplía funciones de enfermero y tras inventarse patéticas historias de heroísmo, llegó a escalar los más altos peldaños del poder hasta convertirse en el poderoso Führer del Tercer Reich Alemán, merced al irrestricto apoyo prestado por los grandes capitalistas y los Junkers o terratenientes, quienes veían en esta especie de bufón enormes posibilidades para continuar manteniendo el poder, contra la creciente insurgencia de las masas trabajadoras, pero también gracias al entusiasta convencimiento de lo sectores medios de la población, que veían en Hitler una especie de hombre providencial o Mesías Redentor.
En términos generales la obra devela la permanente actualidad y vigencia, bajo el capitalismo, de un sistema basado en la total “integración” de los individuos a los intereses del poder, el acomodamiento o la sumisión del carácter y la personalidad de los integrantesde una comunidad a los dictámenes de los gobernantes y trata del reconocimiento que dicho poder -en todos los niveles- ofrece a sus incondicionales y de la incapacidad de los amplios sectores para oponerse o resistir a los embates de los representantes o funcionarios de las élites. Señala cómo muchos actores sociales -reputados incluso como de “oposición” o de “izquierda”- se adaptan al statu quo y, aunque incapaces ya de odiar todo lo que merece ser odiado, atrapados entre la banalidad y el cinismo, se muestran “ordenados”, “caritativos”, “cuerdos”, “racionales”, “simpáticos”, “tolerantes” y despolitizados. Con aparente simplicidad, claman publicitariamente, desde un misticismo irracional, por la justicia social y el “amor al prójimo”, mientras paradójicamente insisten en exigir el respeto a los “valores”, la moralidad y el orden de esas estructuras sociales a las que se encuentran totalmente adaptados, pero que por pose dicen no compartir, en tanto van ensayando todo tipo de genuflexiones que les permita lograr individualmente la aceptación de los poderosos, y ascender en la escala social para superar, supuestamente, todas las formas de menosprecio y humillación a que permanentemente son sometidas las clases medias y los sectores populares, olvidando, convenientemente, el costo social de dicho encumbramiento y la memoria de generaciones de humillados, ofendidos y vencidos que les hicieron posible dicho “orden”.
Estos mecanismo de promoción y “reconocimiento” hoy se han legitimado y generalizado en todo el mundo occidental, mediante “ofertas” pedagógicas y educativas, que exigen a todos los involucrados el cumplimiento de unos procedimientos y el lleno de unos requisitos insoslayables, establecidos para las llamadas instituciones de educación superior, por entidades transnacionales, y que se deben cumplir bajo la supervisión y certificación de organismos de vigilancia y control como el llamado en Colombia, Consejo Nacional de Acreditación que establece la necesidad de Registros Calificados y de mesas sectoriales, precisamente para certificar la aceptación y la promoción de dichas instituciones, y por ende, de los profesionales por ellas preparados, impidiendo supuestamente todo tipo de sustitución y fraude.
Todo ello ha llevado a los funcionarios, y particularmente a los docentes -que perentoriamente necesitan y reclaman ese “reconocimiento”-, a una desaforada búsqueda de los certificados y puntajes requeridos, mediante el proceso de alcanzar los títulos y los diplomas (o su falsificación) y también al tráfico de influencias, al compadrazgo, al amiguismo, al nepotismo, el clientelismo, a las más absurdas contemporizaciones, al favorecimiento ilícito, a la manipulación de procesos, en fin, a promover todos esos múltiples factores que contribuirían a conformar, bajo el peso de todas esas argucias, una pretendida “sociedad del conocimiento” que, en realidad, no es más que otro espectáculo de la democracia fascista que soportamos.
La verdadera corrupción de la democracia, incluso en el mundillo académico y universitario, no es la financiera, ni la política, ni la administrativa, sino la conceptual y teórica que ha permitido, lo que Richard Sennett ha denominado “la corrosión del carácter”, ese mecanismo mediante el cual se promueven comportamientos cómplices por parte de la “comunidad”, que lleva a que se dé esa especie de corrupción generalizada, a la aceptación silenciosa de la promoción, el ascenso y el encumbramiento de oscuros personajes a los diversos cargos de dirección y manejo, o el tránsito establecido para los ascensos, simplemente por la fascinación de las ventajas y prebendas que pragmática y utilitariamente puedan obtener y por la incapacidad manifiesta de expresar cualquier tipo de rechazo o resistencia.
Max Weber estableció desde comienzos del siglo XX, que los cargos son el eje central del sistema, que los funcionarios deben estar organizados por jerarquías de mando, que los niveles de autoridad se determinan por las funciones desarrolladas y que, por ello mismo, los nombramientos, los ascensos, traslados y remuneraciones, deberán estar condicionados por la calidad del trabajo y por los méritos. Todo lo cual exige la puesta en marcha de estrictos controles y de una carrera administrativa que de manera limpia y transparente, registre y evalúe las actividades desarrolladas y la capacitación, procediendo de manera neutral al otorgamiento de las promociones o sanciones a que hubiere lugar, según el rendimiento y la calificación de los distintos funcionarios.
No se trata sólo de la falta de limpieza en estos procesos, es decir, del otorgamiento de ventajas, favorecimientos y prebendas a terceros, por parte de quienes toman las decisiones, lo que constituye un problema del sistema; es también el cumplimiento en sí de todos estos requisitos, porque se terminó estableciendo una inmisericorde carrera y competencia por la obtención de los créditos o títulos, como lo hacen los militares, por alcanzar las medallas, los soles, las estrellas... En resumen, se sustituyó la autoridad epistemológica por el credencialismo, el auténtico saber por su simulación. En realidad es esta farsa, este sainete lo que ha hecho“carrera” en el enrevesado mundillo universitario.
La proliferación de fenómenos como el amiguismo,el nepotismo, el compadrazgo, las contemporizaciones y en general el clientelismo, ha llevado a que las empresas e instituciones, queriendo preservar y mantener ese hálito de pulcritud y limpieza institucional, establezcan ceremoniosamente órganos de fiscalización y control ciudadano, que de manera teatral ayudan a hacer más “transparentes” las actividades de las entidades públicas o privadas,y por tanto a mantener los niveles de “moralidad” y cordura entre los competidores. Entonces, en los Planes de Desarrollo de las más diversas instituciones, púbicas y privadas, incluidos esos parques temáticos denominados Universidades, se estatuyen oficinas comprometidas con ese desarrollo institucional para que se encarguen de la “proyección estratégica y los ejes de desarrollo”; asimismo se habla de una modernización administrativa que incluye la expedición y comunicación de claras normas de contratación, de “meritocracia”, de manejo cabal del presupuesto y la contabilidad, y se dedican a la publicación de “manuales unificados de procesos, procedimientos y funciones”; de sistemas de selección, vinculación y ascensos con criterios de calidad y eficiencia; de control y seguimiento de procesos, de un sistema integrado de información y de estímulo a las veedurías ciudadanas, etc. Se crean sistemas de Carrera Administrativa y se establece,con claridad, que “el ingreso, permanencia y ascenso en los empleos se hará exclusivamente con base en el mérito, sin que en ellos la filiación política de una persona o consideraciones de otra índole puedan tener influencia alguna”. Se trata de establecer toda la apariencia de moralidad y pulcritud, para que garantice una mayor credibilidad en el sistema y se convoque hasta los más despistados a meterse en la “competitividad”, por supuesto evitando los “falsos positivos”.
En todo caso es rigurosa esa estructura credencialista… esa afanosa búsqueda, esa competencia por la aceptación, el reconocimiento y la debida certificación, que lleva a muchos funcionarios y profesionales a una desaforada persecución de títulos y acreditaciones para mejorar los ingresos laborales, lo que les hace incluso incurrir en las formas más abyectas de servilismo y subalternidad y a utilizar las más extrañas triquiñuelas y trampas, para simular una “sapiencia” que muchas veces natura les niega, pero que el sistema les reclama.
Frente a la continuidad y vigencia de esta formación fascista-consumista, sustentada en la simulación, en esta sociedad del espectáculo que opera ahora bajo el ropaje de las formas “democráticas”, Bertold Brecht en el epílogo de su obra nos advierte:
“Aprendan a ver en lugar de mirar tontamente, actúenen lugar de charlar. ¡Y piensen que una vez eso estuvo por dominar al mundo!Los pueblos consiguieron vencer, pero nadie debe cantar victoria antes de tiempo… ¡Aun es fecundo el vientre del que salió lo inmundo!”
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