Aunque los senadores Óscar Barreto y Miguel Barreto, primos entre sí, y  contrincantes políticos a la vez, dentro de su propio partido, el Conservador, no aparecen ni firmando ni aparentemente comprometidos en el enfrentamiento que se registra desde este miércoles 7 de febrero, en las directivas nacionales de ese partido, ambos tienen definidos intereses en esta contienda política azul.

Como es sabido, Miguel Barreto tiene buenas relaciones con el hasta hoy Director Nacional del Partido Conservador Carlos Andrés Trujillo, quien se considera el amigo y parcero del dirigente conservador tolimense, obviamente con los beneficios y réditos que esta amistad le pueda generar en sus relaciones en las esferas gubernamentales nacionales y, del propio partido conservador, para catalizar en beneficio de su propio movimiento. 

Entretanto, Óscar Barreto, carece de esta amistad con el actual director del partido conservador, así estas diferencias no se hagan públicas, de todas maneras un cambio en la correlación de fuerzas de su propia casa política le servirían, y la llegada de Efraín Cepeda equilibraría las cargas no solo en la Dirección Nacional del conservatismo, y posiblemente en las conexiones con el gobierno central nacional. 

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La crisis de las directivas conservadoras está en pleno desarrollo, y falta que se clarifique quién queda con el poder real de la dirección de ese partido, si Trujillo continúa o Cepeda asume la jefatura. Hay mucho ruido, información y contrainformación, mucha confusión, incluso hasta el congresista que firmó las dos cartas: una pidiendo el retiro de Trujillo y la llegada de Cepeda, y la otra respaldando a Trujillo para que continúe al frente de la dirección del partido conservador. Hablamos del Representante Héctor Mauricio Cuéllar. 

Así se manifiesta la división nacional conservadora en el Tolima y el intento de ‘golpe de Estado’ a su director. Es evidente que, de quedarse Trujillo, Miguel Barreto seguirá con su amigo en la dirección conservadora, y de ganar el pulso Cepeda, será Óscar Barreto el beneficiado. Son sutilezas de la política que, aunque parezcan insustanciales, representan algo, poco o mucho en el desarrollo de un grupo, un movimiento, una colectividad.

Pero, además, es un ingrediente de poder político que puede obtener quien gane el litigio.