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El pensamiento crítico nos hará libres

El pensamiento crítico nos hará libres

Por estos días el tema recurrente es la corrupción, y no es para menos pues por cuenta de esta se dilapidan los recursos de la nación de la manera más aberrante. A comienzos de este año el Contralor General, Edgardo Maya, reveló que los corruptos se roban recursos por $50 billones, por lo que enfatizó que se necesitan mayores esfuerzos para atacar este flagelo. Fue precisamente esta necesidad la que motivó la malograda consulta anticorrupción, la cual contó con el respaldo de un poco más de 11 millones 500 votos, que aunque significativos, no permitieron alcanzar el umbral que se exigía para que se convirtiera en mandato para el Congreso.

De la jornada en cuestión todo análisis (como es habitual en política) es válido, pero sin lugar a dudas lo que más llamó la atención fue el significativo respaldo que tuvieron los siete puntos de la iniciativa popular promovida por la senadora Claudia López, y sí se tiene en cuenta los altos índices de abstencionismo que acompañan cualquier jornada electoral y democrática en el país, esta votación resulta todavía más importante.

Así las cosas, el clamor ciudadano en contra de la corrupción es algo que vale la pena celebrar, no obstante, sigue preocupando las altas dosis de polarización e intolerancia que envuelven cada iniciativa en la que el país se juega cosas decisivas. Hemos entrado en una atmosfera de insultos y nocivas desavenencias cada vez que somos convocados a las urnas. Nada más traer a la memoria lo ocurrido en 2016 con el plebiscito y en las recientes elecciones presidenciales para validar esta afirmación.

Si liderar una lucha frontal contra los corruptos no logra cohesionar y poner en sintonía los intereses de todo un país, habrá que revisar en qué punto de nuestra maltrecha historia se generó esta inflexión. Sin pretensiones de caer en la polarización que aquí mismo se censura, sigo responsabilizando de esta situación a algunas figuras políticas que no conviene mencionar para no dar lugar a la intriga y fanatismos que despiertan.

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Cuesta creer que una iniciativa que abogaba por fiscalizar los recursos públicos, entre otras disposiciones ya conocidas, haya sido tildada de populista por quienes en periodo preelectoral la vieron con beneplácito y la utilizaron para proclamarse abanderados de la lucha contra este mal. Si promover iniciativas ciudadanas y políticas públicas para salvaguardar los recursos públicos es populismo, ¿cómo puede denominarse esa práctica habitual del político colombiano de hacer promesas y lanzar discursos amañados, aprovechando la desdicha y el infortunio ajeno?

También se le puede atribuir responsabilidad a quienes se han apartado con indiferencia en momentos definitivos para el país, pero la verdad sea dicha, son doblemente responsables quienes han permanecido anquilosados ante lo que esos personajes los han forzado a creer. Este es el origen de la polarización a la que hoy nos enfrentamos y que nos está convirtiendo en una población estéril en ideas, que sucumbe ante los odios y engaños que promueven quienes detentan el poder.

A pesar de la falta de unidad frente a decisiones tendientes a solucionar problemas estructurales del país, es más lo que nos une que lo que nos divide y los más de 11 mil votos para advertir a los corruptos así lo demuestran. Sin embargo, el motivador de las decisiones ciudadanas no puede seguir siendo el engaño y la desinformación, armas utilizadas por los corruptos para legitimar sus intereses y embaucar a la opinión pública. La falta de menos de 500 mil votos para alcanzar el umbral que haría vinculante la consulta, puede atribuirse a la apatía habitual del colombiano promedio y también a los influjos informativos que circulan a la orden del día.

Ante esta realidad solo veo un camino posible para liberarnos de la intolerancia y el engaño al que hemos sido arrojados en los últimos años. Es allí donde aparece la educación como la fuerza transformadora que debe cambiar la mentalidad de las personas y donde adquiere su dimensión más profunda, tanto desde sus alcances epistémicos como desde el enriquecimiento cultural y valores que brinda. Una sociedad educada es capaz de comprender lo que está sucediendo y por consiguiente, es más crítica, al mismo tiempo es capaz de respetar la diferencia en el sentido más estricto de la alteridad, principio que permite cambiar la propia perspectiva por la del otro.

Pensar en la educación como herramienta para fomentar el pensamiento crítico es bastante ambicioso, pues la formación académica en Colombia pareciera estar concebida en torno a conocimientos específicos sin lugar a la profundización de los mismos. En este sentido vale la pena cuestionar el impacto que están teniendo en las aulas de clase asignaturas como historia de Colombia y constitución política, sí es que todavía se imparten. En la mayoría de los casos la comprensión del contexto en el que vivimos requiere más del esfuerzo y la voluntad propia, tarea difícil para una sociedad a la que le genera más credibilidad el país narrado por ‘youtubers’ que por los libros de historia y la misma prensa (aún se hace algo de periodismo responsable en el país).

Estos párrafos no sugieren que la educación nos homogenizará. La diferencia es necesaria y gracias a ella es que por fin estamos dejando de matarnos por cuestiones ideológicas. Sin embargo, esta es legítima cuando se sustenta en el debate y en las ideas, y hacerlo supone más que un ejercicio hermenéutico, implica guiarnos no solo por la razón sino también por el respeto y reconocimiento hacia el otro, y en cualquiera de estos casos, es imprescindible dejar de defender a ultranza las ideas de los políticos para empezar a asumir posiciones críticas frente a anhelos y necesidades comunes.

Hay una frase bastante reconocida, atribuida popularmente a Voltaire pero que en realidad pertenece a Helvecio que reza lo siguiente: "No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo". A propósito de la misma, qué bueno sería dejarnos guiar por la sensatez en medio de la discordia cotidiana con la que estamos siendo obligados a vivir.

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