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Decadencia y acomodamiento -Tiempos de venganza-

Decadencia y acomodamiento  -Tiempos de venganza-
“todo lo que es terrestre se precipita transformándose en un campo de despojos; pero esta caída representa también una alegoría de la resurrección”
W. Benjamin
                   
 
 
En esta época de decadencia, de aparente “estado homogéneo universal”, de distribución imperial de los “valores” de la democracia, de promoción de una “violencia educadora”, pero también de escolarización y pedagogización generalizada del mundo de la vida, de mercantilización académica y utilitaria de los derechos humanos y de triunfo global del american way of life; cuando se presenta un masivo movimiento de acomodamiento y transfuguismo por parte de antiguos militantes de la “izquierda”, cuando los profetas del presentismo anuncian el final de la historia y el advenimiento del “mejor de los mundos posibles”: la democracia fascista que hoy gobierna al mundo y señalan como “resentidos” a quienes persisten en la resistencia; queremos certificar que aunque parezca que la historia se acaba, ello no es cierto, pues, si el final catastrófico nos amenaza cotidianamente, tras las ojivas nucleares, la regulación social, la resignada conversión de los seres humanos a una nuda vida bajo la biopolítica del miedo y la transformación de la excepción en regla, si el desarrollo de las industrias de la muerte y el incremento bélico de los estados se promueve desde los fáusticos centros universitarios de excelencia, y la “banalidad del mal” concita a todos los funcionarios públicos y privados a la más eficiente y rentable administración de los campos de concentración institucionalizados, de las maquilas de muerte y el terrorismo de estado y, en general, al desprecio por la vida y la conciencia; aun quedan salidas, aun es posible transitar el duro sendero de la oposición por “el desierto de lo real” -esa cruda representación de un orden temporal adverso, contrario a la vida y a los sueños-, sin refugiarnos en el cómodo sillón de los reinsertados pragmáticos o en el vergonzoso diván del quietismo acrítico, que casi siempre es disfrazado de “investigación” o de “academia”.
 
 
                   
 
A setenta y ocho años de la muerte de Walter Benjamin y de León Trotsky, dos de los más grandes intelectuales orgánicos que nos legara el siglo XX, que asumieron que “la revolución es un lugar que no está reservado ni para los sociólogos ni para los elegantes aficionados de la reforma social, ni para intelectuales para quienes pensar por el proletariado les sirve de profesión”, que vivieron consecuentemente comprometidos con los procesos revolucionarios y no fueron filisteos teoréticos incapaces de acción política, ni sobrios especuladores académicos en busca de “puntajes” para mejorar su asignación, es decir, su comportamiento no fue el de simples profesores universitarios preocupados por el escalafón o por la indexación de sus publicaciones “científicas”, sino dos seres humanos integrales, que eligieron el campo de los vencidos, como su campo de combate, que buscaron en la memoria de las víctimas y de los excluidos, una forma coherente y contundente de confrontación a un capitalismo que pareciera invencible.
 
(Quizas quiera leer: La democracia como nihilismo)
 
En estos tiempos de empobrecimiento y de devaluación del carácter, tiempos en que la humillación y la súplica han sustituido la dignidad y la entereza, cuando multitudes humanas de pobres diablos ganapanes ensayan todo tipo de genuflexiones, de manifestaciones públicas de subalternidad y de obediencia interesada, haciendo de la simulación, del trepadorismo y del rastacuerismo rudimento de sus inconscientes vidas, para conmover a sus patrones y poder continuar con sus precarios contratos aborales, queremos convocar a la recuperación de la memoria de los pueblos vencidos, como fundamento de resistencia y mecanismo válido para el fomento de ese “nihilismo mesiánico” que promoviera Benjamin, como principal elemento de lucha contra la catástrofe, no anunciada, sino dolorosamente vivida ya, como un continuum de la historia sustentada en la ideología del “progreso”, “esa tempestad que todo lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro”, en una ardua y permanente traición a las primigenias ideas de la Ilustración, que nos hace llegar a creer, equivocadamente, en la insensatez del proyecto de la modernidad y que, por ello mismo, reclama urgentemente la irrupción de lo sagrado, que exige la construcción de otra historia que se nutra “de la imagen de los antepasados oprimidos y no del ideal de los descendientes libres”, porque, como lo asevera Benjamin, “hemos sido esperados sobre la tierra. A nosotros, como a las generaciones que nos precedieron, nos ha sido dada una débil fuerza mesiánica sobre la cual el pasado tiene un derecho. Esta exigencia no se ve satisfecha fácilmente. El materialista histórico lo sabe”. Se trata de fortalecer una historia que dé cabida a la intromisión del pasado en el presente, no como nostalgia, sino como fuerza motriz que vivifique la realización de las truncadas ilusiones y que, en fin, permita la epifanía de la venganza y la retaliación de la memoria
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