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De barrios, casas y goles

De barrios, casas y goles

Por: Sebastian Gutierrez


Aunque sus medidas no son las reglamentarias
Y sus tiempos los que aguante el pulmón,
no hay otro amor más fecundo por el balón
.

 

Son ellas verdaderas planicies desérticas y polvorientas, repisadas por el paso de adolescentes y jóvenes de los colegios y escuelas. Son amarillas y cargadas de arena. En las tarde calurosas de Ibagué, se disuelven en el espacio cuando se difracta  la vista por las altas temperaturas.

Algunas están encerradas en custodia de la seguridad de sus vecinos por rejas o palos,  otras son al aire libre; algunas aun ni lo son, pero pasaran a serlo con el tiempo, la rutina y el uso.

Los jóvenes sienten una atracción particular por ellas y pasan largas jornadas entre contertulios  haciéndolas su punto de  encuentro, cada barrio popular de la ciudad tiene una, dos o hasta tres, eso depende de cuánto la comunidad las use, o las necesite.

Con los años los materiales han desfilado por la ingeniería del juego, no todas, pero algunas son en concreto, igual el sol se ensaña en el interior  delimitado por el  área de competencia, y los jugadores empiezan a sentir como el calor en los pies sube y el de la  cabeza baja, agitando el corazón mientras los minutos pasan y la red no logra ser penetrada.

                                        

Su condición es pública, prefieren no tener un uso determinado, aunque sabe bien su gusto por  las multitudes, no tienen  dueño, reciben a todos, niños, jóvenes, madres, mascotas. En fin a todos.

Sobre ellas se ha elaborado más de un polvorín, peleas, agarrones, celebraciones y como desde hace  años se han resueltos pagando  el litro de gaseosa que se compra en la esquina. El trofeo más preciado de quien compite por el honor y el gusto de volver en 8 días a repisar su lugar de gloria.

(Quizás quiera leer:Una Ibagué para todos)

Las que tiene paredes son adornadas la mayor parte del a veces por el nombre y el rosto de los amigos que ya no están, o por algunas consignas que agitan los tiempos, o el sentimiento del equipo al que se apoya. El arte urbano ha ocupado siempre un lugar preciso en ellas. Están tatuadas de barrio.                                        

Aunque  la mayoría de ellas existen en las periferias urbanas, y tiene que contar con el paso de la violencia  y la territorialidades invisibles de los suburbios, pocas veces pierde su encanto y su luz.

                                       

No todas tiene alumbrado público y la que carece de ello se las inventa. Las sillas son hechas ortopédicamente para los espectadores con cuanto pedazo de madera exista  o resido de sala se pueda, la esterilla no es una mala opción.

Los fines de semana vibran con mayor pasión que el resto de los días, pues son colmadas de familias enteras, amigos, parches y equipos, que esperan solo ganar. Ganar, qué? Tiempo quizás, o recuerdos, en todo caso ganar.

Posiblemente usted conozca una, haya jugado en ella, tenga recuerdos de su infancia, de su colegio o escuela, de sus fines de semana, de sus amigos.

Quizás quede cerca de su hogar o no, pero sabe de qué estoy hablando, y de lo alegre que es saber que todo contamos con una. Que alguna vez nos revolcamos en sus arenas y trajimos consigo el recuerdo de una cicatriz más en las rodillas. Que algún día nos reunimos como vecinos para limpiarlas, arregla, engalanarlas y disfrutarlas al máximo, que comimos sancocho y que el bazar fue un éxito.

Pero  estos espacios, ya no son lo mismo y juegan a perder ante lo inevitable, las pantallas gigantes y la comercialización del juego bajo el criterio de la ostentación y el consumo, que cada vez más dejan a los barrios sin ellas y a nosotros fuera de nosotros mismos.

Las institucionalidad de la ciudad pocas veces como ahora ha pensado en estos espacios, pero sigue siendo mínimos sus esfuerzos frente a los retos. Las gentes abandonan la dificultad y se acomodan al facilismo del gasto, se privatiza el derecho, lo público y entre 8 pagamos por el tapete sintético, las polas y la buena música, nos sentimos seguros, protegidos y sin ninguna responsabilidad por si las cosas están bien o mal.

Producto de este desprendimiento, de esta migración, la comunidad y el  juego, las han abandonado o les temen, por lo mismo están  a la merced de la oscuridad, la ilegalidad y la conflictividad, los rumores son ciertos se consume más droga de lo que se piensa.
El juego ha sido arrebatado de su condición pública, para ser un simple objeto, con costo y sin valor. Algunos lo convierten en una mercancía de buen comercio.

Los barrios se aíslan y las dificultades arremeten, mientras los grandes empresarios de la esférica abultan sus billeteras,  las comunidades se apagan frente a  la delincuencia.

La única solución está en nuestras manos, hay que regresar a la cancha del barrio lo más pronto posible, y felices por reconstruir la comunidad que sobre ella ha crecido y seguirá creciendo, habitar el juego y la solidaridad  Y de paso enseñar a las autoridades su papel.

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