Actualidad
Cristianismo, burocracia y cumplimiento de la ley en un mundo monótono y administrado
Opinión
Por Julio César Carrión
Slavoj Zizek en "El títere y el enano. El núcleo perverso del cristianismo", analizando la generalizada hipocresía social que lleva a la gente a cumplir con los rituales religiosos sin creer en ellos, y sin tomarlos en serio, como realizando una especie de cínico desplazamiento de las creencias a las conveniencias, se pregunta: “¿qué necesidad tenemos de religión en nuestros tiempos modernos?”. Y, recabando sobre las tesis de Nietzsche, dice: “Cuando uno lee las epístolas de San Pablo, no puede dejar de notar hasta qué punto se muestra directa y terriblemente indiferente respecto de Jesús, tomado como persona viva (el Jesús que no era aún Cristo, el Jesús prepascual, el Jesús de los Evangelios). Pablo prácticamente ignora por completo los actos, las enseñanzas y las parábolas particulares de Jesús, todo aquello a lo que Hegel se refirió luego como el elemento mítico de la narrativa de los cuentos fantásticos, de la mera representación (Vorstellung) prenocional. En sus escritos Pablo nunca se interna en la hermenéutica, no intenta indagar “el sentido más profundo” de esta o aquella parábola, de éste o aquel acto de Jesús. Lo que le importa no es Jesús, entendido como figura histórica, sino solamente el hecho de que murió en la Cruz y resucitó de entre los muertos. Después de establecer la muerte y resurrección de Jesús, Pablo continúa con su verdadero negocio leninista, el de organizar el nuevo partido llamado la comunidad cristiana…Pablo como Lenin, (fue) el gran ‘institucionalizador’…” (Zizek Slavoj "El títere y el enano". Pag. 18).
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Zizek nos dice que el núcleo perverso del cristianismo está en el hecho de no sustentarse en una lógica precisa que defina lo bueno y lo malo, sino que persiste en la ambigüedad y la simulación terrenal, como base del proyecto salvífico supraterrenal. Cristo manipuló a su discípulo Judas, para que lo traicionara, de la misma manera que Adán fue forzado a pecar por mandato del propio Dios. Para que el plan divino se pueda cumplir, se requiere que el hombre incurra en el pecado, en la traición. Desde siempre, el cristianismo ha requerido de la traición y la simulación. “En la lectura perversa del cristianismo Dios primero lanzó a la humanidad al pecado, PARA PODER crear la oportunidad de salvarla mediante el sacrificio de Cristo…” (Página 76) Cumplir con la ley encierra, pues, un contrasentido, una perversidad de Dios. “De acuerdo con la lectura estándar de Pablo, Dios le dio la Ley a los hombres para hacerlos conscientes de su pecado, hasta para inducirlos a pecar más y de ese modo hacerlos conscientes de la necesidad que tenían de lograr la salvación, que sólo podían alcanzar a través de la gracia divina” (página 162). Es decir, Dios incita al pecado para ofrecer la redención que habrá de llegar después de la caída y de la contrición. Se trata, entonces, de establecer prohibiciones para disfrutar luego no sólo con su incumplimiento o violación, sino con el beatífico estado del arrepentimiento, que siempre habrá de generar satisfacción entre los dispensadores de los premios y castigos.
Así trabaja el “sí, pero no” que da sentido y razón de ser a la Iglesia y a toda la ambigüedad institucional de estas sociedades profundamente burocratizadas, en donde todo pareciera que funciona perfectamente y de manera sincronizada, para “el cumplimiento de la ley” como lo señala Kafka en La Colonia Penitenciaria, modelo de todas las organizaciones burocráticas imperantes hoy en el mundo entero. La burocracia opera como esa compleja máquina kafkiana, en donde todo tiene que ser escrito, como sobre la piel de los condenados. El “correcto funcionamiento” de la estructura burocrática reclama no sólo la obediencia acrítica y la “servidumbre voluntaria”, sino el cabal cumplimiento de la normatividad fijada por el poder disciplinario: normas y reglamentaciones que el engranaje de la maquinaria exige: gestiones, trámites, papeleos, procesos, expedientes… porque nada puede quedar por fuera de la escrutadora mirada del poder y de sus funcionarios. Racional irracionalidad que hoy gobierna al mundo y que se caracteriza por la total desaparición de la individualidad, de la capacidad de juicio autónomo y del uso público de la propia razón, a favor de las “funciones”, los “cargos” y las “instituciones”. Permanentemente se nos recalca que “las instituciones permanecen mientras que las personas son prescindibles”. En esta afirmación descansa la realización de la metáfora de la maquinaria burocrática denunciada por Kafka y que oculta convenientemente, las auténticas intencionalidades del poder: Honrar a los superiores.
Bajo estas ambivalencias también se busca presentar como modelo de conducta, los comportamientos de individuos esquizoides que ostentan una aparente personalidad en público -en sus oficinas, por ejemplo- y otra muy diferente en lo privado -en el hogar, con la familia-. Zizek nos aclara que, en estas decadentes sociedades, el cambio de la apariencia formal funciona como si se tratara de cambios estructurales; que los afeites, los cosméticos y en general, las simulaciones, constituyen la auténtica estructura caracterológica de las personas.
A esta misma estructura de pensamiento pertenece la contemporánea actitud de la izquierda que milita en la academia, en el gueto universitario, que se entretiene en exigir muchas cosas, aunque de antemano sepa que sus demandas no serán satisfechas. De esta manera, dice Zizek, “el viejo lema de 1968 ‘seamos realistas pidamos lo imposible’ adquiere aquí una nueva significación cínica y siniestra que tal vez esté revelando su verdad: ‘Seamos realistas, nosotros la izquierda académica, queremos parecer críticos mientras gozamos plenamente de los privilegios que el sistema nos ofrece…’ ”.
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Estas premisas de hipocresía y simulacro están presentes también en la geopolítica contemporánea: Así, los Estados Unidos disfrazan su intervencionismo y neocolonialismo contra los pueblos del mundo, tras el velo de la protección a los derechos humanos y la expansión de la democracia occidental; un Estado tan agresivo y militarista como Israel, se muestra publicitariamente como democrático y tolerante, mientras desarrolla una política criminal y exterminista contra el pueblo palestino. Se ha impuesto ya la astuta y general presencia de los “últimos hombres” que predijera Nietzsche. Soportamos el triunfo final del nihilismo, la vigencia permanente de un “mundo administrado”. Proyecto compartido hoy, tanto por las sociedades de la “democracia” -en sus distintas versiones: liberal, totalitaria o demofascista- y el llamado socialismo real -estalinista o socialdemócrata-.
Se trata de la derrota final de las Ilustración y del triunfo de esa irreductible ambigüedad instaurada por la institucionalidad paulina, por San Pablo, el teólogo político que marcó a Occidente con esa militancia persecutoria que ha caracterizado desde siempre no sólo al cristianismo, sino toda la moralidad y el pensamiento que ha conducido a la catástrofe monótona, permanente y omnipresente de este “mundo insomne” que llamara Stefan Zweig.
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