Política
Los privilegiados perritos del Fiscal General de la Nación
Con el título ‘Los perros de la realeza’, el periodista Yohir Akerman publica en la más reciente edición de la revista Cambio, una columna en la que da cuenta que dos finos perros pertenecientes a la familia del Fiscal General de la Nación, “cuentan con carro y escolta para sus paseos, pagados con los impuestos de los colombianos”.
El Cronista.co comparte la columna completa de Yohir Akerman ‘Los perros de la realeza’ publicada en la revista Cambio.
“Bell es un bulldog inglés, curioso, dulce y dócil. Es un maravilloso perro familiar, muy afectuoso con los niños. Ronca mucho, se cansa rápido y es de movimientos lentos. Laica, por su parte, es una french poodle juguetona, muy activa e inquieta. Es la consentida de la casa.
Después de las largas caminatas en el parque, los juegos con otros perros y atrapar la pelota, a estos les gustan las siestas en su casa. Y esto no tendría nada de particular, si no es porque los maravillosos caninos cuentan con carro y escolta para sus paseos, pagados con los impuestos de los colombianos.
Me explico y para hacerlo les doy el comando, para que se sienten y lean esta historia: ¡sit!
Bell y Laica son los perritos del fiscal general de la nación, Francisco Barbosa, su esposa y su hija. En múltiples ocasiones han sido vistos tomando sus paseos diarios de la mano de funcionarios de la Fiscalía, que los transportan en un vehículo oficial.
Un equipo periodístico de CAMBIO y esta columna capturó un video que muestra cómo el bulldog inglés y el poodle francés llegan a una de sus caminatas al parque de la 93 en la cabina de la camioneta Nissan Navara gris plomo de placas GAQ057. Un vehículo oficial adscrito a la Unidad Canina del búnker de la Fiscalía de Bogotá.
El Grupo de Soporte Canino de la Fiscalía se encarga de manejar los perros del ente investigativo, que tienen como función la búsqueda y protección en operativos especiales. Ese no parece ser el caso de los lindos Bell y Laica.
Pero volvamos al parque. Según el video, el vehículo se detiene, se estaciona en zona prohibida en pleno carril izquierdo de la calle 93ª, en donde bajan a los juguetones perritos a tomar el sol.
Dos funcionarios de la Fiscalía, uno para cada canino, caminan a Bell y Laica por un largo rato, siguiéndolos pacientemente por donde quieran olfatear, conociendo otros perritos y buscando un lugar para hacer sus necesidades.
La importante tarea no ha pasado desapercibida. Los funcionarios que cuidan a Bell y a Laica, han sido premiados, según cuenta una fuente de esta columna, con ascensos profesionales. Ese hecho ha generado el comentario interno en la entidad, que el camino al éxito profesional es ganándose el corazón de los perritos.
Tan es así que, cuando el fiscal se ha ido de viaje con su familia, como cuando lo hizo durante la Semana Santa a París, los perros se hospedan en el apartamento que se hicieron en el búnker de la entidad. Quedan allí debidamente resguardados por los funcionarios del ente investigativo.
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El fiscal Barbosa diría: ¡stay!
Ese hecho es solo una muestra del abuso de Francisco Barbosa con los funcionarios de la entidad y los recursos de la Fiscalía.
Basta recordar que, durante el puente festivo del 26 al 29 de junio de 2020, cuando estaba vigente en Colombia el aislamiento obligatorio por la pandemia, se conoció que Barbosa había ido de viaje en el avión de la Fiscalía a la isla de San Andrés, en compañía de su esposa, su hija y una amiga de ella. Aunque el fiscal afirmó que el viaje se dio por motivos laborales, después se comprobó que nunca hubo una reunión de trabajo.
No para ahí. Al menos diez funcionarios de la Fiscalía le narraron a esta columna abusos del fiscal y su familia con los empleados y recursos de la entidad. Las historias son tan asombrosas, como espantosas.
Para empezar, algunos hechos que, sin ser infracciones, muestran el perfil psicológico y el ego narcisista del funcionario. A Barbosa no le gusta que lo llamen nada diferente a “señor fiscal”. A las personas que le dicen, doctor, o don, o, peor aún, por su nombre, les responde duramente que únicamente lo pueden llamar por ese apelativo. Entonces, por respeto, de ahora en adelante refirámonos él como le gusta, pese a que resulte un poco repetitivo.
Una de las personas cercanas al señor fiscal, cuenta que cuando termina su jornada laboral y va de regreso a su casa, generalmente lleva un maletín negro con el que espera en el ascensor de la Fiscalía. Según las fuentes, antes de entrar al ascensor o a cualquier lugar, señala con el dedo despectivamente a alguien de su esquema para que le carguen el maletín.
Antes de subirse a la camioneta de escoltas el señor fiscal se detiene, estira los brazos con su mirada al horizonte, esperando que algún funcionario le quite el saco del traje o la chaqueta. Según la fuente, el hecho se asemeja al comportamiento de “un príncipe”. Al bajarse del vehículo, de nuevo estira los brazos mirando al infinito, para que le vuelvan a poner el saco.
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Las fuentes relatan que en el momento en que se permitió salir a las calles en medio de la pandemia, había que “echarle alcohol en las manos”. Los encargados de la seguridad también recuerdan que había que desinfectarle las suelas de los zapatos antes de entrar a su casa. “Es muy déspota con la gente que lo cuida”, dice uno de los guardaespaldas, a quien no vamos mencionar con su nombre para proteger su identidad.
Acá se pone peor.
Las fuentes relatan que fuera de la esposa e hija del fiscal, su padre, su madre y sus dos hermanos también cuentan con esquemas de seguridad. Bueno y obviamente Bell y Laica.
Solo el esquema del señor fiscal consta de siete camionetas de lujo blindadas y 44 escoltas que están en dos turnos. Eso sin contar con los hombres y mujeres que cuidan sus familiares y perros, que, si se suman todos, se llega a la escandalosa cifra de 150 guardaespaldas dedicados para esta familia.
Para poder completar con la necesidad de ese masivo cuerpo de escoltas, se han llevado a funcionarios de la entidad de otras dependencias, incluso cinco abogados con posgrado y 20 investigadores del CTI.
Pero el problema parece de familia. El padre del señor fiscal, quien también se llama Francisco, parece tener la misma actitud déspota con los recursos del Estado. Uno de sus escoltas cuenta que los primeros lunes hábiles de cada mes, el señor Barbosa padre los pone a hacer la fila en el banco para él cobrar la pensión sin tener que esperar.
Lo mismo pasa con sus propiedades. El señor fiscal ha ordenado que empleadas del cuerpo de limpieza de la Fiscalía sean las personas encargadas de asear su residencia particular. Fuera de eso, en las dos viviendas en las que ha vivido durante su periodo de fiscal, ha ordenado el cambio de ventanales para que estas sean blindadas para su tranquilidad.
Y lo peor es que nadie se puede quejar. Aunque los escoltas saben que en su profesión tienen hora de inicio, pero nunca de salida, los casos de abusos son claros. Todos deben estar a las 6:00 de la mañana en el búnker en Bogotá, pero las jornadas incluso se pueden alargar a dos días sin regresar a casa.
“En una ocasión cambiaron a un compañero porque colocó en el grupo de WhatsApp: terminando turno de 27 horas y media”, señaló una de las fuentes confidenciales.
El funcionario que decidió sacar del grupo de protección al hombre que se quejó de la extensa jornada de trabajo, es el señor Diego Polanco, quien era el coordinador del esquema de seguridad. Pero a Polanco también le llegó su injusto momento poco tiempo después. Mientras el señor fiscal estaba en una reunión, Polanco miró el celular para organizar su trabajo de coordinador y Barbosa lo sacó por estar chateando.
Los funcionarios que se quejan de las jornadas de trabajo, que no entienden los modismos y comportamiento casi de monarca que tiene el señor fiscal o que no cumplen sus órdenes de tareas que nada tienen que ver con sus funciones, como pasear a los perros, han sido trasladados a otras sucursales fuera de la ciudad o simplemente sacados de la entidad. Pero ese es un tema para otra columna.
Ante esta situación, se envió un derecho de petición a la Fiscalía para aclarar algunos temas, como por ejemplo los ascensos de las personas que cuidan a los perros, la identidad de las empleadas que se han dedicado al aseo de la residencia personal del señor fiscal, los vidrios blindados de sus apartamentos, los despilfarros con los recursos del Estado y otras.
Pero la directora ejecutiva de la entidad se limitó a responder que todos esos temas hacen parte de la carpeta reservada y estableció que: “Al igual que no resulta viable el suministro de información, como la que usted solicita, concerniente al servidor de la entidad como garantía a su derecho a la intimidad”. ¡Guau! Un ladrido hubiera sido más claro.
Mientras tanto, los colombianos seguiremos pagando los lujos de Bell y Laica como si fueran perros de la realeza, los esquemas de protección de su extensa familia y siendo testigos del maltrato a las personas que se encargan de su seguridad. El único comando que nos queda es ¡bad boy, bad boy, bad boy!”.
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