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Duque y sus tres años de gobierno

Duque y sus tres años de gobierno

Para iniciar, el profesor asistente del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, Andrés Felipe Parra, afirma que el presidente Iván Duque en estos tres años de mandato ha gobernado con la receta del 2012.

Agrega que “Cumplidos tres años del mandato del presidente, se pueden distinguir períodos que describen y marcan su gobierno. La pandemia y las protestas fueron transversales a su administración. Según el analista, el estallido social, paradójicamente, hizo que el gobierno del presidente Iván Duque volviera a su idea quimérica de gobernar en 2002.  

Las periodizaciones son siempre arbitrarias, pero hablar del desempeño del gobierno de Iván Duque desde el punto de vista político requiere distinguir tres períodos: el de la falta de rumbo, el de la pandemia y el lapso inaugurado por las movilizaciones del 28 de abril de 2021.

La falta de rumbo (agosto de 2018 a marzo de 2020)

La sensación generalizada de falta de rumbo se puede explicar porque en ese período vivimos la paradoja de un gobierno uribista de derecha con políticas erráticas de seguridad. Se supone que el fuerte de la derecha uribista es la seguridad o al menos un aumento en la percepción de esta por parte de los ciudadanos. No se vio ni una cosa ni la otra. Quizás el “logro” militar más recordado de esa época fue el bombardeo militar en el que murieron 18 menores de edad. Fue también un período marcado por el aumento del asesinato de líderes sociales y la degradación absoluta de la seguridad en la región del Pacífico.

¿Cómo explicar que un gobierno uribista se raje en seguridad? La respuesta está, paradójicamente, en que es un gobierno uribista. Cuando llega al poder en 2018, el presidente Duque cree que está en 2002: piensa que la problemática situación de seguridad es culpa de las Farc y de los acuerdos de La Habana. La Habana fue para ellos el Caguán 2.0. Esa visión errática los llevó a ignorar que el fortalecimiento de la seguridad interna pasaba por una implementación activa de lo acordado en la mesa de negociaciones. Solo así el Estado podía llenar el vacío no solo militar, sino también político y social, que dejaban las Farc en ciertos territorios al desmovilizarse. En vez de hacer eso, Duque y su ministro de Defensa se dedicaron a gobernar como si estuviesen en la oposición contra Santos. Su consigna fue gobernar en 2018 como si estuviesen en 2002.

La pandemia (marzo de 2020 a abril de 2021)

La pandemia, que por su naturaleza es capaz de unir a toda la sociedad en propósitos conjuntos, fue la que le dio un rumbo al Gobierno. Tanto así, que al comienzo de la emergencia sanitaria algunos medios de comunicación afines al Ejecutivo celebraron la tragedia como una oportunidad para que tomara una dirección concreta. Y tienen razón: gracias a la pandemia, el Gobierno dejó de pensar que estaba en 2002. Como les sucedió a todos los mandatarios de la región, Duque tuvo un empujón de popularidad. Las medidas de confinamiento y su programa televisivo daban la sensación de que las cosas estaban bajo control. A pesar de que el mandatario no podía viajar, se puede decir que esa época fue su luna de miel en la Casa de Nariño.

Pero la luna de miel tenía que durar poco. La aceptación generalizada del confinamiento y la sensación de tener todo bajo control se iban desvaneciendo a medida que el hambre y la pobreza hacían mella. Aunque esta situación se presentó más o menos en todos los países latinoamericanos y aunque, según estimaciones del BID, Colombia hizo más gasto en inversión social y en instrumentos de liquidez (9,8 % del PIB), que gobiernos de izquierda como México (1,9 % del PIB) y Argentina (5,9 % del PIB), las ayudas, como en casi toda la región, fueron insuficientes. Se atendió solo a una parte del sector informal y se dieron créditos a grandes empresas, pero se descuidó al sector de las microempresas. Por eso, a pesar de todo, las cifras de pobreza aumentaron de forma exorbitante y la vida de la población desmejoró en niveles por debajo de lo vivible. Pero el problema mayor fue la forma en que se intentó corregir el déficit ocasionado por el aumento del gasto mediante la propuesta de reforma tributaria.

El Gobierno y varios economistas intentaron transmitir el mensaje de que se trataba de una reforma solidaria. El decil de mayores ingresos contribuía a mejorar sustancialmente la situación del decil de menores ingresos. Aunque esto fuese cierto, el mensaje era engañoso. Dentro del decil de mayores ingresos están los trabajadores de clase media, los congresistas, los magistrados y los grandes magnates del país. Por esta razón, el mensaje de solidaridad no tuvo eco en la población y el foco de la reforma estuvo en el gravamen de los productos de la canasta familiar con el IVA. Contrario a lo que piensan los economistas afines al Ejecutivo, el problema nunca fue de comunicación o de que la gente no entendiera los tecnicismos económicos, ni la solidaridad implícita de la reforma, sino que el mensaje de solidaridad no era legítimo, pues nunca se pudo distinguir a los ricos reales de la clase media como la parte de arriba que debía ser solidaria.

 

El estallido y el paro nacional (abril de 2021 hasta el presente)

 

Vino, por lo tanto, el estallido. Las protestas no estuvieron dirigidas contra la reforma tributaria como tal. Su explicación se halla, más bien, en que la precariedad se convirtió en forma de vida. Normalmente, la preocupación de un ser humano es cómo vivir. Pero para muchos colombianos, debido a los retrocesos en indicadores sociales que se venían dando antes de la pandemia, pero que se exacerbaron gracias a esta, la preocupación no era cómo vivir, sino si podían vivir.

El estallido social, paradójicamente, hizo que el Gobierno volviera a su idea quimérica de gobernar en 2002. La amenaza de las Farc se traduce ahora para ellos en la amenaza del vandalismo y en el fantasma de Gustavo Petro como líder de la protesta. Pero si afrontar 2018 con la receta de 2002 significaba gobernar sin rumbo, afrontar 2021 con la receta de 2002 significa dilapidar todo el capital político del uribismo. La represión es la peor forma de afrontar la rabia y la desesperanza de la población, pues en estas emociones subsiste un deseo de formar parte de una comunidad que el adversario político puede capitalizar.

Sin rumbo ni capital político, al gobierno de Iván Duque y al uribismo solo les queda entregarse a las maquinarias para impedir la llegada de la izquierda.

 

 

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